NOÉ GUZMÁN MELIÁN RODRÍGUEZ
El Hospital Doctor José Molina Orosa de Lanzarote está viviendo un deterioro que se refleja directamente en la salud y el ánimo de los lanzaroteños. Los recortes, la incompetencia, o ambas cosas, están provocando auténticos dramas ante los que todo el personal permanece impasible. Historias con nombres y apellidos que aumentan a diario. Desgraciadamente, he sido testigo de muchas de esas historias, las cuales procedo a relatar para que quede constancia de lo que está pasando y de la impotencia que decenas de pacientes sienten ante el mal funcionamiento del único hospital público de la isla.
María M. fue dada de alta a los pocos días de que le extirparan el útero, sin que le pusieran drenajes ni le hicieran pruebas. Tras una semana en su casa, con mareos y malestar, tuvo que volver al hospital porque estaba expulsando sangre. Allí le dijeron que era “normal”, y que si no la hubiese expulsado tendrían que haberla vuelto a operar para drenar la sangre. Nadie le había contado es aspecto antes. ¿Qué habría pasado si no hubiese expulsado la sangre? ¿Cómo se habría dado cuenta de que algo iba mal si no llega a expulsar la sangre, y sin profesionales que la observen a diario?
María G. se encontraba ingresada cuando recibió la visita de sus sobrinas. Éstas observaron con asombro que las sábanas estaban manchadas de sangre. Cuando llamaron a las enfermeras para cambiarlas, ellas les contestaron que “por la tarde no hay personal de lavandería”. Un hábito “normal” en el Hospital de Lanzarote, impropio hasta del más mísero hostal.
Raúl F. es un ciudadano madrileño que pasó sus vacaciones de verano en Lanzarote. Se estaba inyectando semanalmente la vacuna contra la alergia a los ácaros en el Hospital de Alcorcón. Allí le redactaron un informe para que pudiera seguir administrándosele la vacuna en Lanzarote sin problemas. Una vez aquí, desde el Centro de Salud de Tías le derivaron al José Molina Orosa porque, al encontrarse en la fase de iniciación de la vacuna, había más riesgo de sufrir una reacción y tenía que administrársela en el hospital. Allí, la alergóloga del turno de tarde se negó a inyectarle, alegando que “aquí trabajamos con dosis mucho más agresivas y no trabajamos con el laboratorio que fabrica esa vacuna”. Hay que aclarar que la vacuna era proporcionada por el paciente, y en el hospital solo tenían que inyectar la dosis necesaria. Además, hasta donde mi conocimiento es capaz de llegar, los doctores de un hospital público trabajan para la ciudadanía y no para los laboratorios, aunque tal vez esté equivocado y los pacientes seamos meros clientes de una red de gánsters que especulan con nuestra salud.
Ante la negativa de la alergóloga, Raúl se dispuso a poner una reclamación. La recepcionista, con un nerviosismo claramente visible, le indicó que “por la tarde no se pueden poner reclamaciones”. Debe de ser que las hojas las tienen en la lavandería...
Finalmente, Raúl consiguió hablar con un tal doctor Caravaca y contarle su historia. Éste le indicó que por ser madrileño “no tiene derecho a asistencia en Canarias” y, con una soberbia y prepotencia impropia de alguien al que pagamos con nuestros impuestos, le instó a no poner una reclamación, ya que sería él mismo quien la respondiera y le iba a decir lo mismo que ahora.
Estos son solo algunos de los dramas que se viven en el Hospital Doctor José Molina Orosa día tras día. Algunos de ellos merecerían una noticia completa por sí mismos, como el caso de una chica que sufrió un aborto espontáneo y fue dada de alta sin haberle practicado un legrado, ni pruebas de ningún tipo. Semanas después, la chica tuvo que volver al hospital porque estaba sangrando y sufriendo dolores insoportables. Ahora le han tenido que extirpar una trompa de falopio porque el feto seguía estando ahí, desarrollándose fuera del útero; nadie fue capaz de mirar si estaba ahí; a nadie se le ocurrió extraerlo antes. Debe de ser que en los diez años de carrera no les dio tiempo de tratar esa materia.
Todas estas son historias “normales” en el José Molina Orosa. Los ciudadanos y ciudadanas de Lanzarote no merecen un servicio sanitario tan incompetente. Y es que en nuestra isla se está demostrando que muchas veces “es peor el remedio que la enfermedad”. Mientras tanto, la impotencia de los pacientes se solapa con la impasibilidad de profesionales, políticos y responsables de la sanidad en la isla. ¿Hasta cuándo durará esta agonía?