Así jugábamos antes, los niños, adolescentes y jóvenes de mi época. Quienes hoy estamos entre los 60 y los 80 años.
No es que no tuvieramos móviles, la mayoría no teníamos ni teléfono fijo en casa. Tampoco televisión. En mi casa, por lo menos, hasta que tuve 13 o 14 años no tuvimos televisión. Pero estábamos fuertes, éramos coordinados, sensatos, emprendedores, respetuosos, responsables y capaces. Y estábamos sanos.
Estos recuerdos me vienen a cuenta de las Fiestas Patronales de San Ginés. Fiestas para las que por cierto, los de mi edad estrenábamos ropa y zapatos.
Hace algunos años que no bajaba a 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒄𝒉𝒊𝒕𝒐𝒔. Así llamábamos antes a lo que hoy se llama "recinto ferial". Este año, después del tradicional sancocho de la Sociedad Democracia, y de coger un rato algo de fresco en la terraza, se me ocurrió dar una vuelta a ver como estaba el ambiente en la Playa el Reducto, una horita antes del gran concierto de final de Fiestas. Una vez allí me apeteció tomarme un mojito en la terraza de La Botica. ¡Que calor hacía!
La verdad es que estuve por venirme a casa, a Titerroy, al acabarme el mojito.
Pero, era sobre las nueve y me apeteció ir dando un paseo hasta el recinto ferial a comprar un paquete de turrones de feria.
Me quedé sorprendido. El recinto ferial estaba abarrotado de gente. No conocía a nadie. Bueno, si; me crucé con Yurena, que llevaba a su hija al burro (a la pela creo que se dice ahora). También algunos conocidos más, lógicamente. Pero, añoré aquellos años en los que en 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒄𝒉𝒊𝒕𝒐𝒔 te encontrabas con todos los conocidos que hacía años que no veías.
Por cierto, todo en mundo en chanclas y ropa tirando a playera. Los que más arregladitos iban vestían bermudas, chándal y zapatillas de deporte. Bueno, para ser justamente descriptivo, bastantes chicas, jovencitas, vestían sus modelitos. Los que hoy, y más en verano, son tendencia. Los chicos, nada: como por las calles de su barrio.
Me costó encontrar el puesto de turrones. Y, digo bien "el puesto", porque, por lo que me dijo el chico del puesto de garrapiñadas, solo hubo este año un puesto, en toda la feria, que vendiera turrones. Allí fui. Siete euros el paquete. Los pagué con gusto.
Despacito, mirando todas las atracciones, me recorrí el recinto de punta a punta. Grandes colas de jóvenes - también algún adulto - en los puestos de 𝐬𝐚𝐥𝐜𝐡𝐢𝐩𝐚𝐩𝐚𝐬, 𝐜𝐫𝐞𝐩𝐬 y similares. La atracción más popular: los toros salvajes. Y, si: había 𝕔𝕠𝕔𝕙𝕚𝕥𝕠𝕤. Solo uno, pero había, aunque, ciertamente, no era de las atracciones más populares. No vi ninguna caseta de tiro con balines. En verdad, hasta ahora no había caído: el plan de seguridad del recinto ferial, lógicamente, no permite una atracción de escopetas que disparen proyectiles (ya sean balines de plomo) que puedan hacer daño a una persona. Mucho loco suelto.
Sobre esto de la seguridad, si has acudido a cualquiera de los actos del programa de Festejos, te habrás dado cuenta de que vehículos, en algunos casos pesados, atrevesaban todos los accesos, para evitar que algún loco pudiera pretender alguna masacre como las ocurridas en varios lugares de España y otros países.
LOS FUEGOS
No era mi intención al salir de casa pero, una vez allí, cautivado por el ambiente y los recuerdos, decidí quedarme para ver fuegos.
Con un cartucho de churros bañados con azúcar en las manos, caminé hasta el final del recinto ferial. Entonces me acordé de que en el paseo marítimo Secundario Delgado, unos metros más abajo, está la construcción llamada 𝕆𝕝𝕒𝕞𝕖𝕕𝕒. La única que realmente llegó a realizarse de las incluidas en el proyecto 𝔼𝕤𝕡𝕖𝕔𝕚𝕖 𝕕𝕖 𝔼𝕤𝕡𝕒𝕔𝕚𝕠𝕤, ideado por el artista 𝐉𝐮𝐚𝐧 𝐆𝐨𝐩𝐚𝐭, compañero de Instituto y gran jugador de balonmano en Lanzarote. Caminé hasta ella y allí me senté a esperar los fuegos.
LOS COCHITOS DE ANTES
De mis Fiestas de San Ginés de niño, lo primero que se me viene a la mente es ℂ𝕙𝕠𝕡𝕚𝕥𝕠 𝕪 ℂ𝕙𝕒𝕡𝕠𝕣𝕣𝕠, que incluso antes de los días de bajar a los cochitos y las tómbolas, recorría los barrios. A Santa Coloma, hoy Titerroy, venía. Se montaba donde el antiguo 𝐩𝐢𝐥𝐚𝐫 𝐝𝐞𝐥 𝐚𝐠𝐮𝐚, en la explanada entre la plaza Pío XII y la calle Timbayba.
Llegadas las Fiestas Patronales de San Ginés, a quienes ya tenemos una edad, la nostalgia nos acerca a nuestras vivencias de niño y de joven.
Yo recuerdo que cuando llegaban las Fiestas, iba a la parte trasera de los ventorrillos a coger chapas de cerveza y refrescos, para luego, por las mañanas, como estábamos de vacaciones en el instituto, jugar a las tómbolas con los amigos de mi barriada, donde el ℙ𝕒𝕣𝕢𝕦𝕖 𝕃𝕠𝕤 ℙ𝕚𝕟𝕠𝕤. Jesús Casanova, los gemelos Quico y Laureano, Jacob y Miguel Ángel los árabes, José María Dedospegados,... igual también Lalo Lemes, Ismael Padrón, José María Álvarez, Ricardo Cedrés, aunque estos eran ya unos zangalotes.
Las chapas eran el dinero y creo que la tómbola la regentaba Casanova, que sabía de negocios porque el padre tenía una tienda. También montabamos una caseta de tiro. Con un listón de madera y unas tiras de cámaras de ruedas de coche hacíamos las escopetas. El gatillo lo hacíamos con un cacho de verga dura. De proyectiles usábamos los piñones de los pinos del parque.
Eran otros tiempos. Ni mejores ni peores. Otros tiempos. Lo que si que es bien sabido es que así jugábamos antes, y éramos muy felices. Respetábamos a las personas mayores. Jugábamos y a la hora de comer, a la hora que te decía tu madre, estábamos en casa. Nos lavábamos las manos, y cuando llegaba tu padre nos sentábamos al rededor de la mesa, cada uno en su sitio y en su silla, y comíamos toda la familia junta.
Estábamos fuertes, éramos coordinados, capaces y estábamos sanos.
P.D.: Me cuenta Juan Prats, unos años mayor que yo, que el recogía los “cadáveres” de balines de las casetas de tiro para fundirlos y meterlo en la caja de fosforos que hacía de portero en las chapas.