“Lo que pasó en Canarias a mí me pareció una pena, me pareció tercermundista”. El ultraje del presidente de Repsol, Antonio Brufau, a Canarias con motivo del masivo rechazo de las Islas a las prospecciones autorizadas por el Ministerio de Industria, entonces presidido por José Manuel Soria, son merecedoras de una severa condena pública y de una inmediata petición de disculpas. Disculpas que, sin demora, debería reclamar el Parlamento de Canarias, con el Gobierno de Fernando Clavijo al frente.
Como bien se recuerda, el anterior Gobierno de Canarias, presidido por Paulino Rivero, encabezó una activa lucha de resistencia en contra del gigante petrolero, a la que se unieron amplios sectores institucionales del Archipiélago y también de la sociedad civil, con el apoyo activo de la Fundación César Manrique. Como pocas veces, la voluntad popular representada por sus instituciones y la calle caminaron de la mano en manifestaciones masivas y multitud de actos simbólicos y participativos en los que se defendió Canarias de la petrolera de Brufau y de los riesgos eventuales que instalaba en nuestras costas y en nuestra economía turística. A Antonio Brufau no le sirvió la hegemonía del dinero ni la asistencia del poder del Estado para conseguir sus propósitos de instalar plataformas en las aguas próximas a Lanzarote y Fuerteventura, de modo que hubo de abandonar las Islas fracasado y escarmentado o, como se dijo con algarabía en la calle, “con el rabo entre las piernas”. Al poder del dinero, las instituciones y los ciudadanos de Canarias confrontaron saberes y convicciones propias, movidos por el respeto y el cariño a las Islas, por un sentido patriótico que insulta de nuevo el presidente de Repsol.
La descalificación y la ofensa resentida de Brufau a Canarias y a sus ciudadanos representan la expresión más grosera de la arrogancia y la mentalidad colonial de no pocas multinacionales que arrasan el planeta y menoscaban el patrimonio natural de los pueblos. Su lenguaje despótico ofende la dignidad colectiva y la representatividad democrática legitimada por la soberanía popular que desde el Gobierno se confrontó a Repsol. Pero suscita también, paradójicamente, un sentimiento de satisfacción. La rabia hasta ahora contenida de Brufau, verbalizada ayer con soberbio desdén, es un claro exponente de la derrota infligida por Canarias a Repsol, un fracaso que aún no ha acabado de digerir su presidente, por desacostumbrado, cristalizado entonces en el grito compartido de “¡Brufau, go home!”. Y esa victoria conjunta de las instituciones y los ciudadanos de Canarias en defensa de su tierra, a pesar de campañas publicitarias millonarias, provoca tanto un sentimiento de orgullo propio, como de repudia del orden y las prácticas coloniales que mueven a Brufau a la hora de calificar lo sucedido de tercermundista.
A estas alturas de la historia, después de tantos estudios poscoloniales y decoloniales, podría pensarse que son las palabras y la actitud de Repsol las que suenan verdaderamente tercermundistas. Sin duda, Brufau ha acumulado méritos suficientes como para que las instituciones de Canarias —Ayuntamientos, Cabildos y Parlamento— lo declaren masivamente persona non grata, en defensa de la dignidad de las Islas que el presidente de Repsol, afectado aún “por un dolor de muelas serio”, ha pretendido contaminar como una mancha de su petróleo.
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lunes, 25 de noviembre de 2024