JOSE ANTONIO CABRERA/EUROPRESS
La historia la cuentan los ganadores. Pero también quienes la presenciaron. El ambiente cuenta mucho y suele engrandecer los adjetivos que adornan la narración de lo acontecido.
Y da igual cómo lo cuenten dentro de unos años: cualquier adjetivo quedará corto para describir lo vivido.
El Herbalife Gran Canaria llegaba al Karsiyaka Arena hora y media antes de que arrancara el choque, como es costumbre. Pero ya al bajar la guagua los aficionados turcos esperaban a la expedición amarilla. El ambiente iba a ser infernal, y más después del embrollo extradeportivo protagonizado por varios aficionados del Pinar Karsiyaka que amenazaron por Twitter a los jugadores claretianos.
Los de Aíto García Reneses saltaron a la pista conocedores de la importancia de la batalla que estaban a punto de librar. Más allá de un estilo de juego, de unas pautas ofensivas y defensivas, lo que destaca en este equipo es la comunicación. No hay sistemas que prevalezcan sobre las palabras, sobre lo que dictan las opiniones veloces de los hombres que cogen la bola. Y el ruido hacía difícil hablarlo. Bobby Dixon arrasó en los compases iniciales anotando ocho puntos consecutivos con dos triples, pero Herbalife Gran Canaria no le perdía la cara al choque. Kyle Kuric, con un triplazo, ponía uno arriba a los amarillos (8-9, minuto 4). El de Louisville estaba visiblemente motivado; el infierno turco se asemejaba al ambiente del March Madness.
Un triple de Diebler ponía cuatro de diferencia, que para los seguidores turcos parecía ser veinticuatro. Pero los grancanarios siguieron haciendo su trabajo, con ataques largos.
Dixon seguía a lo suyo y la afición local apretaba, pero el Herbalife Gran Canaria permanecía impávido, tranquilo, con henchuras de equipo grande. Kendall con un mate a una mano cerraba la cuenta del primer cuarto (19-19).
Para ambos equipos se trataba de una oportunidad histórica. Era la primera vez para el Pinar Karsiyaka, solo la segunda para el Herbalife Gran Canaria. ¿Pero para Aíto García Reneses? Para Aíto García Reneses no era nada nuevo. Con más de 40 años en los banquillos, el técnico claretiano transmitió seriedad, confianza y tranquilidad en todo momento. Y sus ajustes defensivos cambiaron la dinámica del choque en el segundo cuarto.
El equipo otomano se encomendaba a un inspirado Bobby Dixon para lograr anotar y aspirar a la remontada, pero surgió la figura de Albert Oliver. El base, de 36 años, buscaba sus primeras semifinales europeas junto a la historia claretiana, y con cinco puntos consecutivos igualó la contienda. Robo y mate de Brad Newley, y luego canasta de Tavares bajo el aro para un parcial de 2-11 que obligó a Sarica a pedir tiempo muerto (26-32, minuto 16).
Otro que suele desayunar en el infierno es Brad Newley. El australiano, puro corazón y puro nervio, logró anotar cuatro puntos consecutivos para llevar la diferencia hasta los siete puntos. Una renta que alcanzó a los nueve puntos antes del descanso con protagonismo del australiano y el catalán (32-41).
Tras la reanudación Diebler amenazaba con la remontada, pero Kuric y Tavares se aliaban para poner la diferencia, por primera vez, por encima de los diez puntos (35-46, minuto 22). El choque se convirtió entonces en un intercambio de golpes en el que, poco a poco y sin hacer ruido, Pinar Karsiyaka se iba acercando en el electrónico.
Con un triple se ponían a tan solo cuatro puntos, y aparecía Txemi Urtasun con un movimiento propio de bailarín para encontrar el aro por primera vez en muchos minutos. La locura de los turcos se trasladó al lado amarillo con un canastón sobre la bocina de Eulis Báez para cerrar el cuarto (53-59).
Era el momento del corazón, de los jugadores con pasión. Y ahí surgieron O’Leary, Newley y, sobre todo, Tomás Bellas. El capitán anotó cinco de sus siete puntos en los primeros compases del último cuarto para mantener la ventaja del lado claretiano (62-67, minuto 35).
Pero era imposible pasar a unas semifinales europeas sin sufrir.
El infierno se hizo más grande que nunca. Más calor, más presión, más responsabilidad. Pinar Karsiyaka logró ponerse cuatro arriba con un parcial de 9-0 marcado por una defensa asfixiante de los de Sarica, que más que nunca creyeron entonces en el triunfo. Con 71-67 en el marcador a 3:46 del final, todo parecía destinado a decidirse en los instantes finales.
Pero nadie contaba con Levon Kendall. ¿Saben de esos papás que sufren uno y otro y otro y otro golpe amoroso de su hijo sin rechistar? ¿Y que luego, a los diez minutos, le coge en brazos para jugar con él y no recriminarle nada? Ese es Kendall. Así que imagínense los nervios que podría tener con el balón en sus manos, con la historia del club en sus dedos, en medio de un infierno. Exacto. Ningún nervio.
El canadiense logró anotar cuatro puntos consecutivos que acabaron por decidir el partido. Con empate a 71 y 1:54 minutos en el reloj, Pinar Karsiyaka se encomendaba a un milagro. Y no sucedió. Porque en el infierno no gana quien requiere un milagro, sino quien más lo merece.
Intentaron forzar la prórroga para buscar la heroica, pero fue inútil. Al final el Herbalife Gran Canaria no solo consumó la clasificación, sino que sumó un nuevo triunfo. Hechuras de equipo grande. De equipo que ha abierto el libro de la historia, ha escrito una página, y ya está rozando con la yema de los dedos la esquina de la misma
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