Cuando llegaron a este archipiélago africano los primeros europeos, empezó la deformación de la cultura aborigen. La política de imposición de la cultura del conquistador siempre fue un factor básico del colonialismo, que pretendía desvincular de sus raíces al pueblo invadido para que hechos diferenciadores se diluyeran y dejaran en estado de indefensión argumental a los nativos menos sumisos, y nunca se planteó el imperialismo la convivencia de ambas culturas, sino la supremacía de la propia.
De los historiadores antiguos, podemos ver cómo plasmaron en papel auténticas parrafadas, deducidas de estudios de campo llevados a cabo por personas con insuficiente preparación para cuestiones concretas, más que con formación de implantación colonialista. Sin embargo, la aculturación fue un elemento decisivo para la sumisión de los Pueblos.
El cronista, con cierta formación académica, preguntaba “¿Qué es esto?”; el invadido contestaba en su lengua “una papa”. El cronista documentaba “A la comida la llaman `Papa´”, y quedaba saldado el asunto.
En el caso del lagarto gigante, o cocodrilo enano, hay que considerar que cuando llegaron a Canarias aún no se había explorado el oeste africano; del Golfo de Guinea hacia el sur, donde se localiza el asentamiento del cocodrilo enano u Osteolaemus tetraspis.
Hay partir de que el cocodrilo era un anfibio que empezaba a salir del agua y el lagarto su descendiente inmediato, que ya hace vida en secano. El cocodrilo enano se considera un reptil que ha perdido casi por completo su afición al agua, de hecho, algunos completamente. Su tamaño es de menos de dos metros de longitud; la del lagarto gigante de Canarias llega a los 80 centímetros. Además, está la sutil diferencia en la dieta. Pero lo que no encuentro en sitio alguno es que a alguien se le ocurriera comparar cocodrilo enano con el lagarto gigante.
En el Archipiélago destaca un gran volumen de especies endémicas, que se achacan al aislamiento geográfico y al clima, principalmente. Pero es innegable que estos mismos factores -con el añadido del enclave de tránsito de personas y culturas que supone Canarias, desde que apareció en los primeros mapas- hace de nuestra tierra un espacio especial para contener una riqueza diferenciada en cuanto a fauna y flora. Lo mismo pasa con la idiosincrasia del habitante actual del archipiélago.
Estamos diferenciados del resto del planeta por el enriquecimiento cultural fruto de nuestra propia historia y nuestras raíces; por ser el contenedor de un mundo particular, donde la interpretación del exterior también es distinta; y donde se forja la canariedad día a día, condicionados por una experiencia exclusiva y nuestro desarrollo evolutivo, tanto cultural como genético.
Igual que aquellos cronistas no eran estudiosos de la lengua amazig, yo no soy biólogo y puedo cometer auténticas barbaridades cuando hablo del “cocodrilo enano de Canarias”. Pero cuando uno nace y lleva toda su vida en el Archipiélago –y es acusado de español desde chiquitito- sí que aprende a ver que, aun practicando un dialecto de la lengua española o soportando el gobierno colonialista español toda la vida, la diferencia entre canario y español es una evidencia que no por mucho negarla desaparece. De esa forma nos acostumbramos a vivir con gigantescas aberraciones socioculturales que, en realidad, le dan forma al colonialismo del siglo XXI.
Imagino que muchos cocodrilos enanos prefieren ser llamados lagartos gigantes; convencidos de que es mejor ser los mayores de una pequeña especie, que los más chicos de una especie milenaria. Si es así, me gustaría saber cómo ven las cosas más allá de sus desdentadas fauces y si su poder mental es más fuerte que el del canario que dice sentirse español.