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Padre Báez

Un nuevo paréntesis, por favor

Sacerdote y escritor

Padre Báez | 07 de marzo de 2017

Un nuevo paréntesis, por favor, para resaltar algo que me parece primordial en la conducta de los guanches entre ellos mismos, caso único e inaudito en terrenos de lucha y sean éstas las que fuere: el guanche ganador, nunca asumía ese papel, y aún perdiendo el otro, le otorgaba el premio, y así guayres o no, fuertes todos, según complexión, naturaleza, genes, etc., los habían -como los podemos ver todavía hoy- de anchas espaldas, espaladas que en todos eran como los riscos de duras, cuales hierro y no de carne, y aunque prevalecían los de gran altura, los habían también de mediana, pero en todo caso siempre mayor que la de los que nos visitaban, y ya sabemos con qué intenciones y con qué métodos. Por los cronistas despistados o asombrados sabemos, que los guanches, eran capaces de una pedrada, cual cuchillo, derribar una penca de palmera y ello a pesar de la altura a la que estuviera, tales eran la fuerza y puntería, pero quien dice lo de la penca, de la misma manera eso sucedía con los racimos de dátiles, pues para tales menesteres no necesitaban de hacha alguna. Y es que aquellos nervios y músculos eran o estaban fuertes, porque como -entre otros ejercicios- se agarraban a un árbol grueso, y luchaban con él durante un par largo de horas cada día. Y así, con esos entrenamientos, ¿quiénes se medían con ellos? Solo los de la misma condición, donde la lucha se alargaba considerablemente, porque el vencido tarda mucho en aparecer, cosa difícil y a veces imposible, por más que durara la brega. Y es el caso, que a veces se encontraban dos de la misma condición física, y se medían; sucedía entonces, que por razones pastoriles, habían sus agarradas para dirimir la cuestión, y sucedía lo siguiente: quien ganara en la lucha decidía la suerte del pleito, que tratándose de ganados eran lindes y pastos, y a escondidas y en los fondos de los barrancos se encontraban enzarzados, donde la lucha -como dijimos- se alargaba tanto por la condición de ambos un tanto imbatibles, que no cayendo ninguno de los dos contrincantes, hasta que por mor del despiste y cansancio uno de los dos caía y no tanto por la fuerza o destreza que en ello solían ir a la par, que cayendo como fuera uno, el que permanecía alzado podía escachar y destrozar al caído dada la situación o postura, dañaban a los huesos que crujían roturas, y el debilitamiento del caído hasta que pedía clemencia, entregándose al vencedor, pero...  ¡ya no seguirían como enemigos, sino que contrariamente se forjaba la mayor amistad y tanta, que preguntados ambos por separados acerca del vencedor en la lucha cada uno decía haber sido el otro, con lo que nunca el pueblo sabía quién de verdad había ganado la lucha salvo que por los repartos y pactos dedujeran quién fue, o pasando el tiempo, fuera contada y sabida la verdad.

El Padre Báez, que descubre, cómo para los guanches, entre ellos en la lucha, nunca el vencedor se consideraba tal y tampoco vencido al que lo hubiera sido. Ya hemos dicho, cómo cada uno de los luchadores o contrincantes, consideraba vencedor a su compañero, a quien siempre daba la victoria aún no habiéndola obtenido. Comportamiento éste, único en la Historia que se sepa entre otras miles de historias. Y así, terminada la refriega, ambos -y sin testigos- se daban la mano, y asidos a las mismas, se acercaban iguales frente a pastores o quienes impacientes esperaban el resultado, y todo quedaba en paz, sin enfado, sin pleitos, sin divisiones, pues eran un pueblo unido, y nadie consideraba perdedor a otro guanche. Tal era -y es- nuestra condición (única en el mundo). Y, curioso, con esa lucha desaparecía la enemistad, disgusto o enfado. Curiosa forma y manera de pacificase los guanches, y dado que en el reparto de tierras y comidas para sus animales, lo hacían con justicia e igualdad, nunca se sabía quién había vencido, pues en la equidad, no había quien ganara o la rompiera, casi aquello era un rito: saberse vencido del otro, a pesar de haber sido el vencedor. De esto este pueblo nuestro, heredero de tal filosofía o comportamiento sabe mucho, y es mucho en ello en lo que se les emula. Así eran de valientes los guanches, así eran de nobles, que llegando los llamados “cristianos”, todo comenzó a cambiar, salvo la genética, pues: “donde hubo, siempre queda”, pues seguimos en las mismas en un más o, menos, sabiendo de dónde, viene el menos.

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