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Padre Báez

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Sacerdote y escritor

Padre Báez | 22 de marzo de 2017

          En cuanto a la formación, mientras los varones eran adiestrados en lo ya contado; las chicas, en los asuntos domésticos y en cómo ser buenas esposas y madres, mejores cocineras y a coser, trabajar el barro, etc. Todo ello, sin descuidar la dimensión religiosa; no en vano, desde los quince a veinte años, estaban en los “Tamoganeton Acorán” o “Casas de Dios”, que las Harimaguadas llevaban, dirigidas por el Faycán.

         Que los varones, con sus padres, se ocupaban de lo propio: El trabajo, preparación física, y llegado el caso cómo defenderse del invasor.

         Y todo esto, bajo el temor a Acorán, a quien consagraban almogarenes, donde les ofrecían leche.

         Sí, son otros quienes mejor hablan de nosotros, que lo que es a mí, me da cierto rubor. Pero, de cierto: No decíamos mentiras. No teníamos miedo. La bondad nos era connatural. En la valentía, ¿quién más que nosotros? Aspirábamos a la “nobleza”. Éramos leales, hasta la caballerosidad, y así lo demostrábamos con nuestros enemigos, y testimonios hay muchos de ello (virtud ésta, que no venía de fuera). La traición, no la conocían. Y en mucho tenían la amistad. También desconocían la venganza. Y, en cuanto a inteligentes, ninguno de los que hasta esta isla llegaron, ganaron a los de aquí (inteligencia o astucia). Éramos,  hombres de paz.

         Y, me viene a la memoria, ahora, el nombre de algunos de esos grandes hombres, y que son, para honra de su memoria o recuerdo. Entre muchos otros: ACOSAYDA, EGENENECAR, VIDALCANE, ARIDAÑY, SACO, ACHUTINDAC, ADEUN, ARTENTEYJAC, AHUTEYGA, CURIRUQUIAN, etc., cuyos nombres, con orgullo, debieran seguir nombrándose entre los hombres de hoy, antes que poner a sus hijos nombres extraños y de extranjeros.

         No voy a insistir más en la religión, pero sí decir, aún a riesgo de repetir, que, éramos -y somos- monoteístas. Es decir: nuestra creencia en un solo Dios. No teníamos ídolos, y a nadie -fuera de Dios- adorábamos. Sabíamos de la existencia del Cielo; así como la del Infierno. Y, “al-que-sostiene-cielo-y-tierra” (Acorán) ofrecíamos culto, por medio del Faycán (Sacerdote) y las Sacerdotisas vírgenes, en la Tamoganteon Acorán o/y en los Almogarenes, donde, levantamos nuestras manos al cielo, también nuestra mirada a lo alto; también desde distintos sitios sagrados, en altos lugares. Y solíamos unir en nuestras  oraciones -a veces- a los animales para que uniesen sus balidos a nuestros gritos o rezos.

         De nuestros enterramientos, tienen tantas momias, restos y lugares que, ¿qué les puedo decir? ¿No ven a través de ello, nuestra creencia en la inmortalidad del alma? ¡Bien conocido es este tema!...

 

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También anima y estimula lo que me dice otro hermano en el sacerdocio (Francisco Martel). La nota no está mal (aunque puede subir, ¡digo!):

 

Fernando, gracias por tu visita. Veo que ya vas poniendo frenos en los lenguajes algo desentonantes... Mi madre me decía que yo era cabezú y lo mismo te digo yo a ti. ¿Ves que la Cuaresma ayuda a caminar y a limpiar? Leo tus escritos, y al de hoy  le doy un notable alto. Te prometo que el día en el que dejes de vestir  amarillo y te normalices con otro color en la vestimenta, lo sacaré en el minuto dominical, pero veo que para eso aun te queda tiempo. Lo mío sigue todavía oscuro, dile a San José que me eche dos manos, y sigue tu cuidando el vocabulario, como me decía mi madre Pinito: que vivas bien la palabra de este Domingo del Señor. Paco.

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