Frente por frente al Bentayga, donde fortaleza, almogarén, refugio, altar, cuevas-casas, vigías, graneros, grabados, túmulos, pasadizos, y tanto y tanto (que no es el caso describir y enumerar), está la llamada y conocida como “Cuevas del Caballero”. Y he ahí, otra cualidad a subrayar de los guanches, tanto en su porte, como en su vida, manifestaban lo que es más que una cualidad, una virtud, que muy pocos poseen, y son menos los que la practican, pues es “virtud” (que viene del latín y significa “varón”), que les define y representa. Pues los hay que al respecto, solo tienen el nombre, pero no llevan a la vida lo que significa dicho término, pero sí entre los guanches, que los eran, auténticos y verdaderos caballeros, propio de una sociedad más que refinada, altamente cualificada en los rasgos que adornan a la persona, que cuida y se esmera en su esencia. Los guanches, eran caballeros, dignos de este calificativo, como es el caso de las cuevas citadas al datar a su dueño, que no sería sino un Guayre, al servicio de su Rey, y cual guarda-espalda, le hacía vigía de protección, por si llegaba el caso, con los suyos a pie de defensa o guerra. Pero, vengamos a exponer con datos lo que acabamos de escribir más arriba, que en la lucha o en desafíos, nunca el perdedor era tenido por tal por el que había ganado, ya fuera el reto, la lucha cuerpo a cuerpo o cualquier otra porfía, y se daba el caso (único que se sepa a pesar del tiempo transcurrido y avances o retrocesos en estos menesteres de la educación y de la humildad -reina de las virtudes, y que la practicaban-), que nunca el vencedor o ganador humillaba al caído o derrotado, alzándolo como vemos aún perdura en los terreros de la lucha canaria, que en otras lides, si el contra-atacante se le partía el arma, inmediatamente el otro no aprovechaba la ocasión para el golpe definitivo, sino que esperaba la reposición, o simplemente no continuaba en la lucha, pelea o debate. Hecho más que suficiente para deducir la grandeza de este pueblo del cual somos ellos mismos, pero al presente, y por mor de los cruces, venidos a menos, que en otras lides o enfrentamientos la fidelidad a la palabra dada, esta era ley irrompible (recuérdese lo que conté del caballo blanco con lo del burro del pescador, habida en Tejeda en un par de siglos atrás, herederos de aquellos más cercanos en el tiempo para el protagonista), que no había ley mayor que la palabra dada, y ésta se cumplía con rigor divino, más que regio. Y como acabo de citar, fue y es costumbre que ha llegado hasta nosotros, si bien como ya señalé las mezclas no puras a las que hemos llegado, han cambiado algo de lo que aún continúa sobresaliente respecto a cualesquiera según las partes del mundo que sea, que nuestra palabra es palabra y sobran documentos y testigos, pues como dice el Evangelio (Jesucristo), nuestro “sí sea sí, sin más (o no)”, ¡y basta! Qué distinta las palabras dadas por políticos o no, que dicen lo que no hacen y en ello los guanartemes, faycanes, los guayres, los nobles, las harimaguadas, etc., no juraban, simplemente hablaban y decían, y la palabra dada era palabra cumplida; así eran (somos) los guanches.
El Padre Báez, que frente a unos “conquistadores”, que decían lo que no hacían y se saltaban la palabra, les creó más de un quebranto, y muchas muertes se hubieran ahorrado, y por descontado el tiempo que nunca debió parar para reiniciarlo en un 1483, hubiera seguido en la libertad, que les hacían ser los mejores del mundo, sin comparación alguna con nadie, como vamos viendo en ese poco a poco varias veces dicho y que con frecuencia repetimos. Quede hoy: los guanches, hombres de palabra.