De la misma manera que sin independentismo no hay independencia. A simple vista estas frases pueden parecer de una lógica digna de Rajoy, pero considero necesario que se abra una reflexión en las organizaciones y las gentes que comparten estas posiciones, sobre qué actores al final son los que resultan determinantes en el logro de estos objetivos políticos.
Este análisis debería tener en cuenta los procesos que se han dado y se están dando en otros países. Es más, haríamos bien en extraer conclusiones palpables de la trayectoria histórica de la izquierda nacional canaria, salvando la sensación natural que tiene cada generación de estar en un momento único, como si nada parecido hubiera ocurrido antes, y por tanto, salvando de volver a cometer los mismos errores.
Esta reflexión, que debe ser conjunta, puede ayudar a despejar un contexto canario donde reinan los discursos ambiguos y no hay claridad a la hora de usar y distinguir diferentes conceptos como autodeterminación, soberanía, independencia, nacionalismo o país. Muchas veces más por oportunismo que por justificado desconocimiento. Por suerte los discursos, que están articulados para persuadir, se pueden contrastar con la práctica política, y añadiría también los modos políticos.
En general la mayoría podríamos estar de acuerdo en que nuestra victoria sería que cada vez se asuma más ampliamente en la sociedad el reconocimiento de Canarias como pueblo, como nación, además de la necesidad de avanzar hacia un mayor o completo autogobierno. Sin embargo el primer paso no tiene por qué acompañar al segundo. Es aquí donde más se juega con la confusión.
El federalismo es el modelo de estado que tradicionalmente se ha presentado como la solución a la problemática nacional, pero resulta que el actual modelo autonómico español es de facto un modelo federal, e incluso llega a niveles de autonomía mayor que el de algunos estados federales (a nivel de competencias y financiación). En este sentido la conversión del Estado español en un estado federal, sería en la práctica un cambio de denominaciones, que se puede valorar positivamente en los términos de reconocimiento de las naciones que lo componen y frente al nacionalismo español de carácter más centralista. Sería posible que este reconocimiento fuera suficiente para la convivencia de los pueblos en un mismo Estado, decisión que les compete a ellos, aunque a juzgar por la realidad política que nos encontramos, de un Estado irreformable donde el federalismo es una opción minoritaria, no se percibe cambio a la vista y la solución parece que pasa más por la ruptura que por la permanencia.
Sin embargo Canarias no necesita solo un reconocimiento, necesita romper con la dependencia de un modelo económico periférico, un hecho diferencial que nos ha distinguido históricamente de España y de todos sus territorios, y que explica muchos de los problemas sociales que vive la población canaria en su día a día. Por tanto, el federalismo no es la solución para Canarias, de la misma manera que el soberanismo e independentismo que representamos no está motivado por las mismas causas ni por la misma realidad que los ibéricos. Plantear la misma solución para problemas distintos sería un ejercicio más de descentramiento.
La cuestión es que la solución histórica al problema de la dependencia en todas las latitudes ha sido la soberanía política completa, la independencia. Los que omiten este hecho no han encontrado ni propuesto ninguna alternativa desde la implantación de la autonomía más allá de discursos vacíos sobre diversificación económica que no pueden dar resultados, por no hablar de que lo que venden como una propuesta estrella, el anclaje del Régimen Económico y Fiscal (REF) en la constitución española, es precisamente consolidar el pacto histórico que sucesivamente se ha reeditado para mantener la dependencia.
Y es que difícilmente se puede avanzar en una diversificación económica, una soberanía alimentaria, energética, económica, etc. si no viene acompañada de la soberanía política, la capacidad para legislar y gestionar. La clave está sobre la mesa, otra cosa es que sea un tabú.
Este es otro reto que tenemos, naturalizarnos como una opción política como otra cualquiera, desdramatizando y descontaminando el debate. Para eso tenemos que hablar de lo que no se debe hablar, porque de lo que no se habla sencillamente no existe. Si, por ejemplo, como independentismo no hablamos y argumentamos sobre la independencia, flaco favor nos estamos haciendo. Esto guarda relación con la importancia que tiene en la política el lenguaje y el discurso. En cierta medida cosechas lo que siembras, el discurso político que mantengas va a repercutir en la imagen que tenga de ti la población y la futura militancia que atraigas. Por eso cuando no se da la batalla ideológica y se mantiene un discurso ambiguo, con el objetivo de que “todo” conviva dentro un mismo proyecto, en una ilusión en la que todos piensan recogidas sus aspiraciones, a la larga las posiciones hegemónicas en la sociedad son las que terminarán siendo mayoritarias y triunfando dentro. De ahí la importancia de tener un contenido y discurso claros desde el principio, que no condenen a un fracaso futuro.
De otra manera, cuando la ocasión se presente, se manifestarán las contradicciones y la posición mayoritaria real, tal y como ha pasado en Canarias en la relación SSP-Podemos. Una situación que no hay que valorar en una división entre buenos y malos, como parece ser su solución a las clásicas peleas internas por parcelas de poder, sino en motivaciones y trayectorias políticas que hacían natural su acercamiento ante la aparición de un fenómeno estatal similar.
Si todavía no ha quedado clara la diferencia sustancial entre el federalismo y el soberanismo, podría ayudar aclarar otros dos conceptos que se suelen prestan a la confusión.
Por un lado, el derecho a la autodeterminación. Es decir la capacidad de un pueblo a elegir su futuro, a decidir si así lo estima oportuno continuar o no en el Estado en que se encuentra y su relación con el mismo. El federalismo español reconoce teóricamente este derecho, lo que le convierte en demócratas en medio de una España indivisible y de destino universal. Sin embargo, reconocerlo no conlleva querer ejercerlo. De hecho el federalismo, al ser por definición de carácter unionista, se manifiesta abiertamente en contra de la separación de cualquiera de sus territorios.
Por otro lado, la autonomía organizativa, el no ser una simple sucursal o cadena de transmisión, significa una vez más un reconocimiento a una realidad diferenciada, que tradicionalmente ha afectado a la izquierda estatal, pero nada más allá de eso. Mantener una cierta autonomía vinculados a un proyecto estatal no parece ser el camino a ninguna soberanía.
La diferencia se hace evidente cuando contrastamos con la realidad. Se puede ser un partido federalista y ser el más centralista internamente. Se puede destacar el reconocimiento de las nacionalidades en aquellos territorios donde ese debate tiene importancia y en aquellos en los que no rechazar en votación interna el reconocimiento de su bandera nacional. Se puede destacar también el derecho a la autodeterminación en aquellos territorios que lo reclaman, y votar en contra de un referéndum en Cataluña, o plantear una pregunta condicionada si se da ese referéndum.
Parece que está claro que la presión soberanista va a darla únicamente el soberanismo, el que tiene vocación de construir país, que en esa lucha puede llegar a forzar las contradicciones de las posiciones más proclives, o menos reticentes a acoger esas ideas. Al final la mayor garantía para disminuir la dependencia y lo que nos puede dar mayor capacidad de negociación con el Estado, es la consolidación de un movimiento político que suponga un riesgo real. De igual manera que la existencia de un movimiento obrero fuerte y combativo da mayor capacidad de presión en el mundo laboral. Cuando no se cuenta con ese apoyo no se tiene credibilidad, y puedes acabar representando el triste papel de limosnero en Madrid que ocupa Coalición Canaria. Aunque si queremos aprender algo de este último medio siglo, deberíamos ir mucho más allá de un pactismo que bloquea la transformación.
Dadas las circunstancias en las que nos encontramos en Canarias, más que de presión soberanista, habría que hablar en el momento presente de construcción. El retroceso de nuestra ideología en las últimas décadas hay que conectarlo también precisamente con la inexistencia o debilidad organizativa que no ha permitido “irradiar” eficazmente en la sociedad. A esta situación han contribuido las apuestas estratégicas tomadas y la propia inmadurez política de un movimiento que pese a lo que se dice no es realmente tan viejo, observándose un ciclo de rupturas, muertes y nacimientos de organizaciones cada diez años. Es complicado avanzar cuando el trabajo no se acumula progresivamente, sino que empieza desde cero constantemente. Por eso es tan importante concentrar nuestros recursos y esfuerzos limitados en estrategias a largo plazo que tengan en cuenta nuestro bagaje, con sus aciertos y errores. Continuar con estrategias oportunistas y cortoplacistas junto con el federalismo sería reeditar de nuevo otro fracaso de la izquierda nacional, por mucho que en unas elecciones se consigan aumentar escaños.
Cuando después de haber dinamitado un proyecto propio para conseguir una marca electoral, y no ven conseguido su objetivo, ves a un dirigente actual de Podemos cambiar tácticamente a un “proyecto nacional popular canario”, mientras tiene de fondo banderas de la II República, hay que entender que es a imagen representa a un proyecto que no es el del soberanismo. Es más, cuando otro destacado dirigente nos habla de la tendencia histórica del nacionalismo canario al federalismo, entendemos que claramente en sus previsiones no se tienen en cuenta a sí mismos como actores por la soberanía. Dicho esto, el mantener diferencias no significa que se deban crear abismos y entremos en un sectarismo que haga imposible la colaboración en los muchos aspectos que nos unen, pero no podemos dejar que ello comprometa nuestro proyecto. La autonomía organizativa que implique nuestros esfuerzos en resultados propios es clave.
Al menos esta es la apuesta que humildemente realizamos desde este partido de izquierda independentista, donde estamos empeñados en consolidar algo que vaya más allá de lo de siempre. En ese camino podremos confluir y colaborar con aquellos colectivos y personas que compartan la necesidad de un mayor autogobierno, más allá de los límites que cada uno se ponga, y del ámbito en que trabajen (social, cultural, económico, mediático, etc.). Entendemos que es la mejor manera de construir en una sociedad donde representamos unas ideas que quizás han ido demasiado por delante de la gente, pero en la que al mismo tiempo la actual crisis política y de la socialdemocracia es resultado de ir por detrás, y de no saber leer el nuevo momento histórico y las nuevas condiciones materiales en las que vivimos. En este contexto, en la batalla de ideas que libramos, más que temores a asustar y mensajes únicos, probablemente lo más deseable es la combinación de discursos y la pluralidad de tácticas y estrategias, que pueden ayudar a enriquecer y rellenar el vacío existente.