Conocí a Pedro desde muy niño, cuando iba al Colegio Nava. Ya tenía amistad con su madre Chicha Zerolo, un ejemplo de mujer noble y cariñosa y con su padre, Pedro González, con quién, por cierto, compartí días de encierro en su periplo como alcalde lagunero contra el basurero en Montaña del Aire en los Rodeos, además de con su tío, Antonio González, a quién siempre agradecí el apoyo que me prestó en la consecución del Instituto de Los Realejos y su intervención, en las postrimerías del franquismo, para gestionar el regreso de mi tío Antonio del exilio de México. Fue primero por todas esas vivencias comunes, además de por una concepción política desde una visión de izquierda militante por lo que, a pesar de las diferencias de percepción de la realidad canaria –como colonia yo y como provincia española él- siempre seguí, lo más cerca que la distancia que media entre Aguere y Madrid me permitían, su trayectoria vital en la metrópoli.
Fue Pedro un hermoso ejemplar humano, con una mente y un cuerpo que ansiaban vivir en libertad y que luchó para conseguirlo, pero su lucha no se limitó a su autoliberación. Su generosidad englobó a todo el colectivo LGTB y se extendió a otros muchos marginados por un sistema capitalista castrador y expoliador al que siempre se enfrentó valientemente. Pedro fue el motor principal de un cambio en la percepción social de una sexualidad diferente que siempre fue estigmatizada y condenada a la clandestinidad. Desde Canarias no podemos olvidar que el nacionalcatolicismo español encerraba a los homosexuales en el Campo de Concentración de Tefía ni podemos olvidar la Ley de Vagos y Maleantes que hombre valientes como Pedro han logrado enviar al basurero de la historia.
Me sumo a todos aquellos que, desde la diferencia, muestran su pena por su desaparición física y su admiración por su entereza hasta el último momento y envío mi pésame más sentido y el de mi esposa a toda su familia.