El de Lugo, hombre avaro pero muy ambicioso, renunció ante los reyes a los 700.000 mrs. prometidos por la reina a cambio de la licencia y las capitulaciones precisas para conquistar Tenerife. No fue buen pagador de sus acuerdos con los banqueros italianos que, en 1494, un año después de sometida la isla, continuaban reclamando a los reyes españoles que ordenaran el pago a Lugo, por lo que estos enviaron a Canarias a Juan de Silva, conde de Cifuentes, para entender de las reclamaciones de los armadores italianos y obligar a Lugo a su cumplimiento, cosa que este, acostumbrado a su autarquía como conquistador, se negaba a admitir. Juanoto Berardi, aún seguía meses después reclamando “el terçio de seteçientas mill mrs e más del terçio de çiento e çincuenta esclavos” Ese tercio de los 150 esclavos que reclamaba Berardi corresponde a los esclavos guanches del bando de Güimar que Lugo, criminalmente y a pesar de ser sus aliados, apresó, esclavizó y vendió en el mercado de Valencia. Como se ve, Lugo y sus secuaces, aunque teóricamente dependían de los Reyes de España, poco control tenían estos sobre los rapaces aventureros y sus patrocinadores con lo que comenzó a fraguarse la amplia autarquía de que dispuso posteriormente la incipiente nobleza y burguesía criolla.
Para la campaña de la invasión y conquista de Tenerife empleó Lugo –según declara en juicio de residencia- 1.500 hombres de a pie y 200 a caballo. Para la empresa comenzó Lugo por concertar con los banqueros y comerciantes genoveses Mateo Viña (Mateo Bigna-Negrone, con hijos y nietos en Canarias, los Viña Negrón), Francisco Palomar (Francesco Palmaro), Nicolás Angelate (Nicolao Angelat) y Guillermo Blanco (Guillermo di Bianco) la financiación de la operación, acordando con las tropas a emplear el reparto de los beneficios obtenidos en los saqueos. Una mitad a repartir entre las tropas según su categoría y la otra mitad entre las cinco partes del trato.
La primera entrada española en la isla (mayo-junio 1494) terminó con la derrota de los invasores en el Barranco de Farfan, en Acentejo, donde los guanches, con Bencomo y Achimenchia Tinguaro al frente, desbarataron al ejército español que dejó en su huida hacia las naves para reembarcar a Canaria entre 900 y 1.000 muertos según los autores, cuya importancia podemos entender si comparamos con la que los libros españoles de historia llaman “La Noche Triste” de Cortés en México-Tenochtitlán en la que participaban fuerzas españolas muy parecidas en número pero dejaron en el terreno unos 450 muertos. El propio Lugo, para huir sin ser reconocido por los guanches, entregó su librea a Pedro Mayor, un indígena grancanario de la compañía de Pedro Maninindra, que sufrió el acoso que al Adelantado estaba reservado, aunque sobrevivió a la masacre. Lugo lo llamaba luego su criado y le dio, en 1500, tierras y agua en Tigaiga, la fuente que lleva su nombre en Icod de los Trigos, lo que es hoy Icod el Alto.
Tras el fracaso del primer intento de conquista que resultó tener un costo de 1.160.000 mrs. (algo más de 3.000 ducados oro) aunque, para evaluar la deuda contraída con los cuatro financiadores, habría que rebajar los gastos realizados por Lugo. Para una segunda entrada, si resultaba, tras saldar esa deuda previa se repartirían los provechos obtenidos. Esa nueva entrada necesitaba, por supuesto, de nuevos capitales y parece ser que, de los cuatro armadores genoveses, solo Mateo Viña estaba dispuesto a continuar con el apoyo económico para un segundo intento. No hay constancia –que yo conozca- de cuál fue la inversión de Viña en esta segunda entrada pero tuvo que ser considerable a juzgar por la importante datación en tierras y esclavos que recibió a cambio. En el intervalo de su retirada a Gran Canaria para preparar la nueva invasión (junio 1494-octubre 1495) Lugo tuvo que recurrir, para reunir el capital necesario, a vender a Inés Peraza hasta sus ropas, muebles y joyas y, como declaró en el juicio de residencia, que a la misma Inés Peraza le había empeñado como garantía hasta sus propios hijos “quando ya no tuvo quien le prestase” para obtener su ayuda en suministros y soldados que se elevó a un monto de 600.000 mrs.
Además de los capitales empleados en los fletes de los navíos y su gente desde España a Canaria, luego a Tenerife y recogerlos de nuevo en la huida, los socios de Lugo le demandaban: Blanco una deuda de 70 esclavos, Angelate 1.500 reses; Palomar 80 esclavos y Viña 25 esclavos. Acordaron un segundo contrato nombrando como árbitros para dirimir las diferencias a los genoveses Francisco Riberol y Andrés Hodón (Andrea de Odone), lo que Lugo aceptó para mantener un cierto control y evitar así la intervención de los reyes en el litigio. Salieron más que satisfechos los socios al arreglo final de cuentas porque el Adelantado les permitió arramblar con todo el botín que pudieron, incluyendo en el saqueo a las propiedades de los guanches de los llamados “bandos de paces”.
Otra importante y retorcida operación para la financiación de la segunda entrada fue la venta de su ingenio azucarero en Agaete a Francisco Palomar en contrato el 19 de agosto de 1494, primero como préstamo de 600.000 mrs. y luego como venta. El ingenio y hacienda de Agaete, con valor de más de 2.000 ducados oro (750.000 mrs.) más tarde –octubre de 1503- fue incautado por la corona española a Francesco Palmaro en un juicio que, salvo la fecha de cinco siglos atrás, no tiene nada que envidiar a los que seguimos contemplando a diario en la “vieja” normalidad española con cohechos, dádivas y sobornos incluidos.
En pesquisa hecha por D. Pedro de Castilla, corregidor de Toledo, y el tesorero Antonio Gutiérrez de Madrid implicaron como acusados a Pero Sanches, Francisco Palomar y a Juan Bautista Çerezo, hermano de Francisco Palomar, por sacar del reino de Castilla grandes cantidades de dinero castellano según reza el escrito acusatorio “…muchas contías de maravedís en monedas de oro e comúnmente en castellanos e ducados, en suma de más de ciento e cinquenta quentos de maravedís, llevándolos e sacándolos fuera destos Reignos…corrompiendo con dádivas e intereses a los alcaides, oficiales e diezmeros de los puertos por donde los sacaron…” En la sentencia se absuelve a Çerezo y se condena a Pero Sanches y Francisco Palomar “por fechores e perpetradores de dicho delito, e quen pena dellos le debemos condenar e condenamos en los dichos setenta y cinco quentos e doscientos e diez e seis mill maravedís, que se prueva que mandaron e hizieron sacar destos nuestros Reinos como dicho es, e más los condenamos en perdimiento de todos sus bienes muebles e raíces…” La condena incluía una pena de muerte que nunca se cumplió. Francisco Palomar murió en Valencia bastantes años más tarde. Los reyes, tras la incautación “para la cámara e fisco real” donaron la hacienda e ingenio de Agaete a su tesorero Antonio Gutiérrez de Madrid, que había intervenido en el sumario como acusador. Gutiérrez no disfrutó du su regalo regio. Tuvo que entrar en pleitos con Mateo Viña, con Antón Çerezo –otro genovés hermano de Francisco Palomares- y con otros acreedores de Lugo que le habían prestado dineros a crédito con el aval de la propiedad. Hacienda e ingenio terminaron en manos de Antón Çerezo.
No fue suficiente con lo logrado de Viña, ni con lo de Inés Peraza (600.000 mrs.) que aportaba también tropa de gomeros y mahos, ni con la venta de su ingenio de Agaete y sus propiedades familiares en Sanlúcar de Barrameda o con algunos apoyos, más o menos voluntarios, como el del proveedor del ejército Francisco Gorvalán que prestó 15.000 mrs. para pertrechos de la tropa. Ante esa tesitura dio Lugo poder a su coterráneo de Sanlúcar, Gonzalo Suárez de Quemada, criado y factor del duque de Medina Sidonia que estaba esos días por Gran Canaria, para entrar en tratos con Juan Alonso Pérez de Guzmán y Afán de Rivera, III Duque de Medina Sidonia además de VII Señor de Sanlúcar (título creado por Sancho IV para Guzmán “el Bueno”), V Conde de Niebla, II Marqués de Cazaza, Marqués de Gibraltar y vaya usted a saber cuántos rimbombantes títulos más. La propuesta era que aportara 600 hombres y 30 caballos y que al finalizar la empresa, quitados costos y costas, más los quintos de corona se partieran el botín quedando la mitad de las presas para los armadores. Al duque le pareció bien el negocio y aportó una tropa expedicionaria al mando de Bartolomé de Estopiñan como reza en el Registro del Sello: “Que Alonso de Lugo, Adelantado que agora es de la ysla de Tenerife fue desbaratado por los canarios e le mataron çiertos onbres e le echaron fuera de la dicha ysla; e quél pasó a la dicha ysla de Gran Canaria, e de allí envió a pedir socorro al duque de Medina Sidonia, el cual dicho duque, por servicio de Dios e nuestro, le enbió a socorrer con mill onbres a pie e cincuenta de cavallo, enbió al dicho Bartolomé de Estopyñán de la dicha gente”.
Lope Hernández (o Fernández en algunos documentos) de la Guerra (Lope de la Guerra), capitán que había participado en la conquista de Canaria y de Benahoare con Lugo, aportó de inmediato 800 doblas castellanas de oro. Más tarde vendió los dos ingenios de azúcar que tenía en Gran Canaria y llegó a totalizar una cantidad verdaderamente importante, unas 16.000 doblas de oro (5.840.000 mvs. esto es más de 5 veces lo que costó la desastrosa -para ellos- primera campaña) A cambió, además de botín en ganados y esclavos, consiguió la data del Valle lagunero que lleva su nombre (Valle de Guerra). Parece una gran cantidad de dinero pero si tenemos en cuenta que el Valle Guerra, los ganados y esclavos le costaron, al fundador de la poderosa saga noble-burguesa que le sucedió, traduciendo a dinero de 2020, la cantidad de 355.000 € y que eso es menos de lo que cuesta hoy cualquier chalet mediano con su piscinita de juguete y un pequeño jardín anexo en ese mismo valle, vemos lo rentable de su inversión capitalista en la guerra de conquista.
Para completar el cuadro social que provoca la conquista queda por considerar el papel y la situación en que los indígenas canarios quedan en la nueva sociedad colonial, origen y matriz de la actual, pero esto será en el próximo capítulo