Todos los partidos dicen llenar en sus actos; todos van a obtener grandes resultados. Las cuentas no salen, pero todos se ven dentro del negocio (positivismo avalado por encuestas y estudios prefabricados para no defraudar).
Tal es el entusiasmo que nos inundan en las redes y medios locales con sus éxitos de convocatoria, sus fichajes increíbles y con sutiles advertencias por si nos desviamos del asunto que toca (elecciones). Todos se quieren diferenciar; todos, todos, todos quieren cuidarnos, les preocupa nuestra salud y bienestar, pero, sobre todo, tienen muy claro que les necesitamos. Son imprescindibles para seguir caminando (hacia el abismo de esta tierra que han degradado con la especulación y su inoperancia).
No seré yo el que diga que todos son iguales. Realmente no sería justo ni una realidad. Pero la mayoría de los cabeza de lista se quedan en mediocres charlatanes que han interiorizado, sin digerir con mayor o menor dificultad, cuarto o cinco consignas de partido y...poco más. No rasquen mucho. Mejor así, mucho mejor. Les aseguro que la verdad es más inquietante (leer con detenimiento las listas perjudica seriamente la salud: eviten los excesos).
A pesar de ello, el atrevimiento es tal que contiene una asombrosa ingenuidad en su propósito: salvarnos de nuestra sempiterna ignorancia... Nos ofrecen dar sentido a nuestras vidas con sus equipos de trabajo. Estamos perdidos sin sus pautas, sin sus directrices, sin su capacidad para gestionar lo que nos les pertenece.
Pero, ¿quien nos salvará de ellos?... ¡Vaya panda de iluminados, empáticos postmodernistas, sofistas con pobreza de argumentos, mediadores de olvidadas prioridades... pobre isla!.
No miremos fuera, hagámoslo dentro. Obviamente, la responsabilidad de tanto esperpento es nuestra. Se agotaron las excusas; la pasividad no es una opción y el silencio se alimenta en cocina de la cobardía propia de miserables.
Somos expertos en quejarnos desde la distancia (solemos evitar los impactos directos, los vínculos estrechos con la realidad próxima), es decir, en los bares arengando a la revolución o en el acomodo que nos brinda el sofá (mullido por la resignación) de casa.
¡A ver si empezamos a distinguir: votar no es lo mismo que botarlos!
Agustín Enrique García Acosta. Trabajador Social