A pesar de la cercanía de las elecciones del 28 de mayo, no se percibe en la calle un gran interés por los comicios. Esta falta de interés general ha sido una tónica preocupante en los últimos procesos, pero siempre había ese resquemor, esos espacios de reflexión, esas ganas de incordiar a familiares y amigos. Por lo menos, hablábamos de ello..., aunque después una gran mayoría aprovechaba el día para irse a la playa, descansar o, simplemente, seguir su camino. Pero en éstas, la desidia es tal que nadie muestra la mínima preocupación.
Hablamos sobre el desastre que han provocado los "políticos" teniendo claro que este desasosiego lo hacemos extensivo a la mayoría de las formaciones, no nos interesan los contenidos de sus programas electorales, nos molesta el exceso de propaganda que depositan en nuestros buzones. Han hecho palidecer a la política con sus promesas incumplidas, eufemismo que repiten sin memoria ni pudor. Han conseguido que los ciudadanos detesten participar, construir comunidad.
Pero en algo han acertado nuestros representantes públicos. Han sabido reconocer como ningún otro gremio el significativo alcance que tienen los medios y las redes sociales para poder consumir sus propósitos. De hecho, las campañas se han trasladado a las redes. La calle, el contacto directo con los ciudadanos ha dejado paso a las luchas mediáticas. No se convence por argumentos, se desactiva al contrario con malas mañas a través de las redes.
Ya no les creemos, no creemos en nada porque solo nos ofrecen nada. Eso sí, nada elaborada en espacios bonitos. Cuatro medias verdades adecuadamente presentadas en un vídeo con fondos y colores atractivos y una música emotiva, pueden alentar la obtención de un buen puñado de votos. Da igual el disparate que se proclame, lo importante es estar y acumular basura y otros residuos de incertidumbres en la conciencia colectiva.
Peaches, peaches, peaches... Seguimos engordando sus chiringuitos con nuestro abandono rutinario. Ya se sabe, "barco con viento a favor y mediocre capitán, no llega al muelle".
Lo verdaderamente triste, lo que hace que nos refugiemos en la indiferencia, es comprobar como cualquiera que participa en unas elecciones y alcanza un cargo público (posiblemente embaucado por la dignidad de ideas y con ganas de trabajar por sus vecinos) no tarda mucho en activar el modo autoridad local. Y entonces empieza a perder la perspectiva de las cosas. No obstante, la maquinaria del partido y la capacidad que les otorga el cargo para decidir en algunas cuestiones locales (en la mayoría de las ocasiones sin experiencia ni preparación para ello) contribuyen definitivamente a esta metamorfosis. En poco tiempo exhiben conceptos primarios que les proporciona el partido o ávidos asesores, tales como gestión eficaz, transparencia, sostenibilidad, consenso ciudadano, responsabilidad pública, etc. No saben muy bien qué proclaman, pero intuyen que les sirve para autolegitimarse ante "el pueblo"... La transformación culmina cuando adquieren y desarrollan conductas y comportamientos similares a las de sus predecesores. Se sienten cómodos en sus nuevos zapatos de gestores, aprenden a huir de las críticas sin pudor, se muestran desconfiados ante otros modos de actuación, su vidas ganan color, pulen sus poses ante las cámaras, los vídeos publicitarios se vuelven más profesionales... Acaban imbuidos por esa extraña enfermedad denominada "fotito del día".
Agustín Enrique García Acosta. Trabajador Social