No descubro nada si resalto el carácter especial que suele impregnar las relaciones entre abuelos y los nietos. Parece como si al “volvernos mayores”, nos permitiésemos algunas licencias emocionales que no pudimos o, simplemente, no supimos desarrollar en otros momentos de la vida, incluso con nuestros hijos.
La relación con los nietos está despojada de esas “obligaciones supervisoras permanentes” que la enriquecen en ámbitos emocionales. Los abuelos se convierten en “compinches de aventuras” de los chinijos. Mientras que los padres, solemnes guardadores del cuidado de nuestros hijos, nos empeñamos en darle ese punto de exageración a todo lo que respecto a su bienestar, sin permitirnos disfrutar más de ellos.
En un marco de confinamiento colectivo sin precedentes, las relaciones entre padres e hijos, se tornan difíciles ante la ausencia de total intimidad por ambas partes y/o respiros sociales (colegio, actividades extraescolares, encuentros familiares, etc.).
A pesar de vender una aparente “normalidad” con rutinas que ofrecemos a los niños a través de un orden programado, el día, travieso y largo, impone espacios tediosos. La única certeza, a día de hoy, respecto a esta crisis es su carácter extraordinario. ¿Cómo le explicas a un niño que no puede salir a la calle, disfrutar del sol, pasear en familia o jugar al aire libre?. Si nosotros (adultos) somos incapaces de aceptar esta situación, menos los niños…
Pero este confinamiento también ha traído cosas maravillosas. Un amigo me contaba la admirable “dedicación” que su hijo dispensa a su abuelo. En su casa, todos los días se repite el “mismo ritual”.
A eso de la media tarde (a veces es más intenso y se amplía a otras franjas horarias), abuelo y nieto empiezan, lo que ellos denominan, la “tertulia del día”, en la que hablan de diversas cuestiones, aunque, básicamente, se dicen lo “mucho que se echan de menos” y las “ganas que tienen de hacer cosas juntos” cuando esto acabe…
Lo significativo del caso es que “estas tertulias” se están convirtiendo en un pequeño “refugio emocional” para los dos; una forma, como otra cualquier, de evadirse unos instantes de tanto pesimismo, de tanto agorero de lo ajeno, de tanta estadística “envidiosa”.
Una fantástica “terapia” que nos da pistas de cómo deberíamos afrontar las dificultades colectivas que vamos a tener que recorrer juntos como sociedad después de este encierro preventivo.
En resumen, debemos cuidarnos mutuamente, con generosidad. En un terreno embarrado como el actual, vulnerables de amor e ilusiones, se exige despojarnos de “egos”, afrontar el futuro con la solidez y la entrega desinteresada de un abuelo con su nieto.
¡Hace falta acercamientos!. A la familia y amigos, a la naturaleza, a los demás en general. Sin acritud, sin reproches, en buena armonía… Tenemos que volver a las “buenas costumbres de antes”, interrelacionarnos de manera sana.
Presidente de Hay Proyecto en Tías (HPET)