“Este artículo rinde homenaje a las almas perdidas y a los espíritus quebrantados de aquellos que sufrieron en la masacre de Melilla. No solo buscamos recordar a los caídos en este trágico evento, sino también extender nuestro recuerdo y respeto a todas las víctimas de la esclavitud y la colonización, cuyas vidas fueron marcadas por la injusticia y el sufrimiento. A través de estas palabras, mantenemos viva la memoria de su lucha y sacrificio, y reafirmamos nuestro compromiso con la construcción de un futuro donde tales atrocidades no se repitan”.
Durante casi cinco siglos, la trata transatlántica de esclavos se erigió como una de las más atroces empresas humanas, marcando el inicio de un ciclo de explotación que persiste hasta nuestros días. La violencia y la barbarie no solo despojaron a millones de africanos de su libertad, sino que también sentaron las bases para la colonización, el racismo, el fascismo y un neocolonialismo que aún hoy, de manera condescendiente, perpetúa la supremacía de un mundo occidental sobre África.
La alianza entre la burguesía , la nobleza, la industria y la academia europeas moldeó una África a su conveniencia, especializada en la deportación sangrienta de su gente, marcada con hierro candente y sometida a una existencia de torturas “legales” bajo el ominoso Código Negro. Este sistema no solo facilitó la acumulación de riquezas en manos europeas, sino que también deshumanizó a un continente entero, reduciendo su historia y su gente a meros instrumentos de producción y ganancia.
El comercio triangular no fue más que el preludio de una repartición más extensa de África, donde potencias como Portugal, España, Francia, Gran Bretaña y otras se enriquecieron a costa de la esclavitud. Hoy, el neocolonialismo sigue esta tradición, manteniendo a África en una nueva forma de esclavitud y colonización , donde la interferencia política, la corrupción y el saqueo despiadado de recursos como el coltán, el cobalto, el uranio, el litio, el petróleo, el gas, el manganeso, la bauxita, el zirconio, el oro, es fosfato, el cobre, el níquel, el hierro y otros minerales que goza el continente africano perpetúan la pobreza y la miseria.
La migración africana hacia Europa es un testimonio de esta miseria calculada y premeditada. Muchos africanos arriesgan sus vidas en el desierto o en el Mediterráneo, atraídos por las falsas promesas de libertad , democracia, derechos humanos y estado de derecho, solo para enfrentarse a la dura realidad de los abusos , agresiones racistas, violaciones de derechos humanos, la xenofobia , el racismo institucional y las injusticias en los países europeos o en sus fronteras donde son recibidos a porrazos y a balazos. La masacre de Melilla el 24 de junio de 2022 es un claro ejemplo de la brutalidad que aún enfrentan y marcó una fecha de dolor y reflexión para las personas negras y las comunidades migrantes alrededor del mundo. En este día, la frontera sur de Europa, específicamente en Melilla, fue escenario de una trágica masacre donde decenas de jóvenes refugiados africanos perdieron la vida en un intento desesperado por cruzar a territorio europeo. Esta fecha no solo recuerda una tragedia, sino que también subraya la falta de acción y responsabilidad por parte de los gobiernos involucrados.
Los migrantes africanos, a pesar de su preferencia por permanecer en sus países de origen, se ven forzados a emigrar a Europa debido a la inestabilidad y el saqueo de sus recursos naturales, los cuales son esenciales para su supervivencia y desarrollo. Estos recursos, a su vez, impulsan la economía e industria europea,en su búsqueda de una vida más digna, se enfrentan a una serie de desafíos y peligros inimaginables. Desde las costas de Melilla hasta las aguas del Mediterráneo, se extiende un sendero marcado por el sufrimiento y la pérdida . Las barreras físicas y políticas levantadas por los gobiernos europeos y algunos países del Magreb no solo impiden que estos individuos alcancen sus sueños, sino que también les exponen a un trato inhumano y a menudo mortal. La masacre de Melilla es un recordatorio doloroso de cómo los migrantes africanos se han convertido en víctimas de la crueldad neocolonialista y de la indiferencia internacional.
Los relatos de los sobrevivientes y los recuerdos de los que quedaron atrás tejen una narrativa de coraje y desesperación. Estas historias, a menudo ignoradas o distorsionadas, merecen ser contadas con dignidad y verdad. Los migrantes no son criminales; son refugiados de países ricos en recursos pero devastados por la explotación y la codicia internacional. Es fundamental cambiar la narrativa dominante y reconocer la humanidad y la valentía de estos viajeros. Honrar su memoria es una deuda moral que tenemos como sociedad.
Desde las costas arenosas de Melilla hasta las islas dispersas por el Mediterráneo, la tragedia humana de los migrantes africanos resuena como un grito de desesperación hacia un horizonte de esperanza rota. Los informes sobre la angustia indescriptible de miles de almas describen ahogamientos atroces, maltrato flagrante, abusos inenarrables, discriminación racial, violencia policial y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Estos testimonios pintan una realidad insostenible y desgarradora.
A pesar de los riesgos mortales que jalonan su travesía, los migrantes africanos permanecen decididos, animados por la frágil esperanza de una vida mejor. Las barreras con cuchillas y las fronteras bloqueadas no pueden sofocar su deseo ardiente de libertad y dignidad. En un contexto de neocolonialismo que mantiene a África en una situación de dependencia y sólo como proveedor de materia prima, la búsqueda de supervivencia se convierte en una necesidad esencial.
Mientras los gobiernos español y marroquí se pasan la responsabilidad de unos a otros, un silencio ensordecedor emana de las naciones occidentales. Detrás de los muros de la indiferencia se esconden los tentáculos económicos de la explotación y la expoliación, perpetuando un ciclo vicioso de miseria y desesperación en África. Esta apatía colectiva tiene un precio incalculable en vidas perdidas, familias desgarradas y sueños rotos.
Es imperativo que despertemos nuestras conciencias adormecidas y enarbolemos el estandarte de la dignidad y la justicia para todos. La indiferencia no es una opción cuando están en juego vidas humanas.
El camino hacia la justicia y la dignidad es largo y está lleno de obstáculos, pero es imprescindible recorrerlo en solidaridad. Debemos comprometernos en todos los frentes, desde la economía hasta la política, implementando soluciones pragmáticas y sostenibles. La humanidad colectiva depende de nuestra capacidad para construir un futuro en el que cada vida cuente y cada ser humano sea tratado con respeto.
La conmemoración de los masacres de los migrantes africanos en Melilla no debe ser solo un acto simbólico, sino un punto de inflexión que impulse un cambio real y duradero. Es hora de que los gobiernos de España, Marruecos y la Unión Europea asuman sus responsabilidades y se comprometan a proteger los derechos humanos de todos los individuos, independientemente de su origen. Solo así podremos honrar verdaderamente la memoria de aquellos que han perecido en busca de un futuro mejor y asegurar que su sacrificio no haya sido en vano.
La dignidad humana debe ser el pilar fundamental de nuestras acciones y decisiones, asegurando que cada individuo tenga la oportunidad de vivir con respeto y en paz.
Debemos adoptar una postura intransigente contra el revisionismo y la desensibilización de la opinión pública occidental. Solo así podremos comenzar a reparar el daño histórico causado por los horrores de la esclavitud y de la colonización y luchar contra la explotación neocolonial que aún aflige a África .