Como en muchas ocasiones he contado, nací en Agüimes, Gran Canaria, y cuando solo tenía dos años nos vinimos a vivir a Lanzarote. Así que crecí sin abuelos, sin tíos y sin primos, con lo que mi círculo de relaciones se veía considerablemente reducido. Además, hasta los 10 años vivíamos en la Casilla de Camineros que estaba donde hoy la Urbanización El Cable, a casi dos kilómetros de la entrada de Arrecife. La vivienda más cerca de la nuestra era la que estaba en el morro donde el antiguo cementerio. De ahí la amistad familiar, que aún conservo, con África Morales, que entonces allí vivía. También me une una entrañable amistad con Benedicta Padrón, que aunque vivían en la Casilla de Nazaret, nos veíamos mucho pues nuestros respectivos padres trabajaban juntos de camineros de Obras Públicas. Luego fuimos vecinos en Titerroy. Y poco más.
Con los compañeros de la Escuela, prácticamente nada pues al salir de clase Pepe y yo nos volvíamos caminando a la Casilla. Los fines de semana nos íbamos toda la familia a alguna playa, a veces con otras familias, o con mi padre a pescar a La Bufona. Y luego, el lunes, de nuevo a la Escuela, hasta el viernes, que por la tarde mi madre iba a hacer la compra a la tienda de Quico, que estaba en la calle Argentina. Allí nos comíamos de merienda un bocadillo de chorizo de Chacón. Era el único día de la semana en que merendábamos con pan. Los demás días, con gofio.
Mis relaciones sociales mejoraron cuando con 10 años nos vinimos a vivir a Titerroy. Claro, entonces teníamos vecinos. Con algunos de los de mi edad aún mantengo una entrañable amistad, aunque casi ni nos vemos. Otra cosa fue cuando empecé a ir al Instituto. Del Instituto sí que guardo bonitas amistades aunque, la verdad, unos están fuera de la isla y otros, con los años, casi ni nos vemos, más allá de un encuentro al año para comer juntos mientras recordamos batallitas.
EL PRIMERO EN IRSE, JOAQUÍN NAVERÁN
Joaquín Naverán es de los que llamo amigo de la familia porque le conocí por su relación con mi padre. Su hermana estaba casada con el mayor de los hijos de Federico Álvarez, uno de los grandes amigos de mi padre. Tanto que era como mi tío, y sus hijos, aunque mayores que yo, lo más parecido a primos que podía disfrutar.
Mas tarde, cuando fui consejero del Cabildo, y durante algo más de un año Nicolás de Páiz me delegó la responsabilidad en Cultura, mira por donde, fui el jefe de Joaquín. Le propuse al presidente, Nicolás de Páiz, que lo nombrara director del departamento y así lo hizo. Como luego precisaré, Don Nicolás siempre confió en mi criterio.
De Joaquín Naverán también sabía que había sido un gran jugador y entrenador de balonmano. De los primeros en Lanzarote, antes incluso de la llegada de Eduardo Carrasco. Por ello, en algunas ocasiones me quise sentar con él para saber sobre los comienzos de mi deporte (balonmano) en la isla. Muy interesantes cosas me contó que escritas tengo en las "historias del balonmano en Lanzarote", que a ver si por fin logramos que sean publicadas en forma de libro.
Sentí mucho su fallecimiento. Siempre alegre y sonriente se me fue con muchas tertulias pendientes, y bastantes historias sobre los comienzos del balonmano en Lanzarote que van a quedar en el olvido tras su muerte.
DESPUES SE FUE NICOLÁS DE PÁIZ
A Nicolás de Páiz le conocí en el Instituto de Formación Profesional de Arrecife, en los claustros de evaluación, como compañero, ambos profesores durante los cursos 1981-82 y 1982-83.
Luego, más tarde, tuve el honor de serle fiel escudero cuando presidió el Cabildo durante el mandato 1987-1991. Siempre gocé de su plena confianza, lo que en ningún caso supuso que cuando alguna iniciativa no le gustaba, amablemente, me decía que la aparcara o que la pensara mejor. No lo voy a contar tampoco todo pero sí que mantuve con él, tanto en cuento a presidente del Cabildo como en calidad de discípulo y me atrevo a decir que amigos, bastantes momentos de complicidad. Si nos vemos en el cielo se lo recordaré y se lo agradeceré.
Nicolás siempre me llamaba el 10 de agosto, por mi santo, y yo a él por su cumpleaños. Lamentablemente, la enfermedad hizo que le perdiera muy pronto. Al igual que mucha gente de bien, sentí mucho su muerte.
DURANTE LA PANDEMIA SE FUE MUNDO DE LA HOZ
A Mundo de la Hoz, sin saber bien entonces que era hijo de mi muy admirado alcalde Don Ginés de la Hoz, no recuerdo bien como lo conocí. Lo cierto es que, luego, cuando fui presidente de la Asociación de Vecinos Titerroy vivía casi pegado al local de la Asociación y fuimos extraordinarios complices en la labor en favor de nuestro barrio. Fue entonces cuando me empezó a contar cosas de su padre que despertaron mi entrañable admiración por aquel gran hombre, el mejor alcalde que ha tenido Arrecife. Entonces él, Mundo, era presidente de la Sociedad Torrelavega y acudía a mi, sin reparos, para cualquier cosa de papeleo. Síntoma ello de que éramos grandes amigos.
Amantes ambos de la cultura, las tradiciones y la historia de Arrecife y de la Isla, nos hicimos asiduos a ir juntos (me llevaba él, pues yo nunca he conducido) a actos culturales y sobre todo al pregón de las Fiestas de Dolores, con el consiguiente posterior plato de pulpos a la plancha con papas arrugadas. Y el vaso de vino, claro.
Un día, de repente, se me fue y me quedé desconsoladamente huérfano.
JUAN DE DIOS ROMÁN, MAESTRO
Del gran hombre del balonmano español, Juan de Dios Román, me cautivó desde mis comienzos en el balonmano la personalidad que demostraba como entrenador del Atlético de Madrid, entonces gran equipo del balonmano mundial. Personalmente le conocí cuando en el verano de 1982 hicimos el curso de entrenador nacional de balonmano en Madrid. Todo un lujo tenerlo como profesor.
Como fuera, luego, al asistir al curso nacional de 1985 en calidad de oyente, surgió entre nosotros una entrañable amistad. Siempre recuerdo la familiaridad con la que en agosto de aquel año compartimos, junto con Elvira, su simpática esposa, una vieja sancochada en un restaurante de Órzola. Había venido de vacaciones a Lanzarote en aquel verano y tuvo la gentileza de impartir unas clases para los entrenadores de la isla, siempre recordadas tanto por los asistentes como por los jugadores que utilizó para las prácticas.
Al año siguiente, en 1986, cuando Salvi Casado había logrado que la Federación Española le concediera al Cabildo de Lanzarote una distinción por su labor en el balonmano, hizo para que a mi me concediera la Medalla de Plata al Medalla al mérito como entrenador. ¡Muchas gracias, Juan!
Le gustaba mucho Lanzarote y años más tarde, cuando vino de nuevo de vacaciones a Costa Teguise, fui con una amiga, también filóloga, a tomarnos un café a su hotel de vacaciones. Necesario es precisar que Juan de Dios era de formación licenciado en filología hispánica.
Hablamos de todo, incluso de balonmano, y conocí la palabra "sisar" y su valor semántico, del que hablamos aplicado a no voy a decir quien.
Mi madre llegó a tener cierta familiaridad con él de la cantidad de veces que llamaba por teléfono a casa para hablar conmigo de jugadores de la isla que estuvieran en los planes de la Federación Española.
Sin dudarlo un solo instante, aceptó mi propuesta de prologar mi libro. Un documento de siete páginas que solo por él vale la pena que el libro por fin sea publicado. El 9 de noviembre de 2020 recibí su mensaje de WhatsApp: "Enviado el nuevo prologo con correcciones. Abrazo". Fui a mi correo y, efectivamente, allí tenía aquella joya. De seguido le llamé por teléfono, hablamos y emocionado le agradecí su regalo. El día 28 de aquel mismo mes, a los 77 años, fallecía el amigo. Una gran pérdida para mi, y para todo el balonmano y el deporte español.
Y AL IRSE ÁLVARO DE CASTRO, ME QUEDÉ HUÉRFANO
En cuanto a Álvaro de Castro, lo conocí en el balonmano; aquel árbitro alto, elegante, empático, siempre risueño a la vez que riguroso. Poco a poco fuimos entablando una relación que se iba convirtiendo en amistad. Luego, fiel e importante colaborar en las dos ocasiones en que fuí presidente de la Federación Canaria de Balonmano lo que nos llevó a disfrutar de una encantadora amistad.
Álvaro ha sido una de las personas más agradables, cultas, sinceras, ocurrentes, fieles, simpáticas y honestas que he tenido la suerte de conocer y tratar. Siempre oportuno, me aportaba su ingeniosa visión sobre cualquier asunto que se nos planteara.
Con frecuencia acudíamos el uno al otro en ocasión de cualquier asunto relevante que surgiera en la vida política, deportiva o social. Amenas, ocurrentes a la vez que oportunas, sensatas e instructivas eran sus aportaciones, que siempre me provocaban una sonrisa, cuando no una carcajada.
Por ello, este pasado 10 de mayo me sentí definitivamente huérfano. Poco antes de las 9 de la mañana Tomás Peña me comunicaba el fallecimiento de Álvaro de Castro. Desde entonces noto que me falta algo. Más bien alguien. Alguien a quien acudir y tener una rápida respuesta, siempre ingeniosa y cómplice, que me sacaba una sonrisa y levantaba el ánimo.
¡Que en paz descansen Joaquín, Nicolás, Juan de Dios, Mundo y Álvaro! Con mucha frecuencia les recuerdo con cariño, y con nostalgia. Espero encontrármelos en el cielo.