El problema de los zombies no es solo que no se quieran enterar de que están muertos, sino lo que apestan. Como el PSOE, que ya no es más que un muerto viviente, que sigue caminando a trompicones, balbuceante, como si la situación política y social en el Estado español todavía fuera la de hace veinte años.
Cierto: todavía no podemos enterrarlo. La agonía durará aún un tiempo, mientras la podredumbre sigue avanzando. Ya corren los pretendientes a heredar su espacio electoral. Tampoco entienden que lo que muere no es sólo el PSOE, sino toda la socialdemocracia europea. Y que es algo que no obedece a una mejor o peor gestión de sus líderes. Por el contrario, se debe a una implacable necesidad histórica, esto es, a la desaparición del papel histórico de la socialdemocracia.
Los partidos llamados “socialistas” representaron las políticas del “Estado del bienestar”, de hacer partícipes a los trabajadores de los países imperialistas de las migajas de los fabulosos beneficios saqueados al Tercer Mundo, en forma de salarios más altos, concesiones sociales y cierto nivel de vida. De forma que estas políticas socialdemócratas creaban un colchón que amortiguaba la lucha de clases y establecía un “cordón sanitario” frente al “comunismo” que representaban la URSS y los países socialistas de la Europa del Este.
La inmensa mayoría de los trabajadores europeos asoció así su vida relativamente acomodada con la socialdemocracia, que hablaba siempre en su nombre (y hasta, como en el caso español, con su nombre) frente a las políticas más descarnadamente antiobreras de los partidos de derechas.
Pero dos acontecimientos históricos vinieron a transformar radicalmente la situación. Por un lado, el derrumbe de los socialismos de corte soviético, que hacen innecesario ese “colchón” frente al “peligro del Este”. No en vano, la caída de la URSS abrió paso a las políticas de extrema derecha capitalista (el llamado “neoliberalismo”), encabezadas por Reagan en EEUU y Tatcher en Reino Unido.
Por otro lado, la crisis agónica del capitalismo, especialmente en las grandes potencias imperialistas, incapaz ya de generar los inmensos volúmenes de capital necesarios para sostener su acelerada carrera a ninguna parte. Ya no sobran ni las migajas que iban a parar a las manos de la clase obrera. Se trata de rebañar el caldero hasta las raspas. Y eso significa rebajar salarios, reducir pensiones, abaratar despidos y liquidar cualquier resistencia obrera, incluida la de los sindicatos más reformistas: la lucha de clases descarnada y a cara de perro.
La disyuntiva para los partidos “socialistas” es, bien persistir en las políticas del “Estado del bienestar”, a riesgo de ser barridos de un plumazo por las oligarquías capitalistas que los han arropado y hasta financiado cuando les interesaba su existencia, bien adoptar las políticas de la derecha capitalista “en bien de la clase obrera”. Si lo primero no sólo no se lo van a dejar hacer (y ni se les pasa por la cabeza radicalizarse y hacer políticas verdaderamente socialistas), lo segundo supone perder cada vez más el apoyo de la inmensa mayoría de las trabajadoras y los trabajadores.
No en vano, y salvo esos aspectos de “suavización” de la barbarie capitalista, el proyecto del PP y del PSOE es el mismo: poder omnímodo para la banca y los grandes oligopolios, subordinación a la división regional del trabajo impuesta por las potencias centrales europeas –lo que incluye garantizar la financiación de los grandes bancos alemanes, holandeses y franceses, además de políticas de ajuste y euro– y prietas las filas en la OTAN a las órdenes de EEUU. Con PP y PSOE no estamos ante dos “partidos”, sino ante dos alas de un mismo partido.
Amigos y compañeros de trabajo me suelen decir que “el PSOE tendría poner gente nueva y girar a la izquierda”. Pero es que no pueden. La vieja guardia “felipista”, fieles lacayos de la oligarquía española, no puede permitir un relevo que alcanzara a cuestionar su papel en estos años de “democracia”.
Y, en cualquier caso, convertido definitivamente el PSOE en una maquinaria profesionalizada de poder, de ese ejército de arribistas mediocres, burócratas a sueldo –o en expectativa de destino– y “talegones”, es metafísicamente imposible que surja una nueva dirección con ideas y arrestos para transformar al partido en otra cosa. C'est fini.
La historia no funciona por magia. Conjurar la palabra “socialista” no convierte a fervorosos defensores del capitalismo en su contrario. La vía muerta de la socialdemocracia no da más de sí, ni para el PSOE ni para la pretendida “Syriza” hispana. Y llega, por lo tanto, el tiempo de la revolución socialista.
Claro que, reconozcámoslo, no tiene mucho sentido explicarle esto al difunto, que ni ve, ni oye, ni entiende.
SIEMBRA CANARIA