No vale todo
Armado de paciencia no se va a ningún lado. La gente se tiene que enterar que no se puede decir que “pasa de política” mientras se ejerce un nacionalismo español similar al nacionalcatolicismo franquista, o peor. No cuenten conmigo para entrar en esa “moderación”. A mí, hace mucho tiempo que me sobrepasó el miedo y ahora son momentos de reacción.
Me tocó vivir con consciencia la época que los españoles llaman “de la transición”, aquella entre la muerte del dictador y la puesta en marcha de “la democracia”. Fue el tiempo que les hizo falta para maquillar la dictadura, ya sin Franco, de una extraña democracia monárquica. Fue cuando el heredero, elegido, educado y formado por el dictador, tomó el poder en España. Unos tiempos en que las calles ardían en manifestaciones y la ultraderecha oficial se enfrentaba a los que pedían más democracia.
En Tenerife, ardían las calles tras cada asesinato de la policía heredera del franquismo. Como el de Bartolomé en Santa Cruz, o el de Javier en La Laguna. Por aquel entonces, puedo afirmar que el ochenta por ciento de la población denunciaba los abusos policiales y se apoyaba mutuamente en mayor o menor medida. Eso no pasa hoy: Ahora se ha perdido la vergüenza y el valor para declararse fascista, mientras que el miedo hace actuar como tales a muchas personas.
En la dictadura se actuaba de forma totalmente vertical, aunque internacionalmente esas actuaciones fuesen consideradas ilegales. Hoy, hay leyes españolas para saltarse todos los derechos fundamentales reconocidos internacionalmente, incluso los que la propia España tendría que acatar por estar en la Unión Europea o como miembro de Naciones Unidas. Hay leyes para robar la propiedad privada, aunque la obligación de pagarla siga vigente hasta la muerte. La policía puede entrar en cualquier casa, negocio o institución pública y registrarla embargando lo que le venga en gana al poder judicial o policial, con errores que nunca se pagan. Hay carta libre para agredir a cualquier ciudadano, de cualquier condición y edad, antes de tener que confirmar que estaba justificado, porque, además -los cuerpos policiales- lo pueden hacer enmascarados y sin distintivos: lo que sí está prohibido es grabarlo.
España no me desilusiona: yo, con mi cortita experiencia, ya sabía lo que había con ella. También debería asumir que la incultura política, la desinformación, el analfabetismo y el miedo -y la complicidad de los medios de comunicación en todo ello- convierte en fascistas a muchos ciudadanos de a pie, aunque digan que pasan de política. Pero, aunque me disguste, tengo que admitir que lo he hecho mal; que no se puede naturalizar tener al lado a un votante de los herederos del franquismo, a un monárquico, a un antidisturbios profesionalizado para actuar violentamente; como no se puede tener al lado a un fan del reguetón, un machista o un boxeador que pretenda arreglarlo todo a piñazos. Porque ahora, según toda esa escoria, el malo soy yo por querer que mi país no sea un juguete de Madrid; por creer que las monarquías deberían haber acabado todas en el medievo y no seguirnos consumiendo con su “vida de reyes”; por tener un concepto social donde debería primar la igualdad, o por solidarizarme con quienes son apaleados por los descendientes de aquella policía armada franquista, solo porque han desbordado a la “democracia española” con un auténtico ejercicio democrático. Al final, yo sigo siendo el independentista de izquierdas de siempre; y ellos, los fascistas sin careta que antes estaban disfrazados y yo no quería ver. A partir de ya, como primer paso: Distancia, por favor, a mí, no me vale todo. Pero me consta, por su agresividad y discurso fácil aprendido del centralismo y los medios de comunicación oficiales españoles, que a ellos tampoco les valgo yo.
No querer oír otros argumentos, sobre legislaciones superiores a la propia Constitución (que haberlas haylas), y que contradice las acciones gubernamentales de la actual España, pero que nunca les dará la razón. Es, precisamente, esa ceguera y las maneras de actuar del gobierno español lo que fabrica una “marca España” que no se ve bajo la influencia de sus medios de comunicación y da vergüenza vista desde fuera de España. Pero es que no se puede esperar otra cosa, aunque -a veces- aparentara lo contrario, España es así. Allí destaca un nacionalismo cómo los que quedan pocos, un fascismo activo que combate acciones democráticas que se les va de las manos. Por eso es imposible la convivencia, cada vez más, con tantos pueblos que contiene aquel estado.
Desde las Regiones Ultraperiféricas, da gusto sentirse tan lejos. Lo que no significa que la subida de los índices de pobreza de nuestra población, que pasa desapercibida en el reino, haga mella en nuestra población más desprotegida. Si no es por cómo agreden a un pueblo y les roban todos sus derechos, me iba a preocupar yo de que los borbones pongan en riesgo su negocio familiar…
Pedro M. González Cánovas
(Miembro de Alternativa Nacionalista Canaria)