El votante defraudado
Si usted se siente mal porque ha sido defraudado por el partido que ha votado, cuando éste llegó al poder, le aconsejo que se vaya a España; allí eso está totalmente naturalizado.
Políticos nacionalistas canarios que acaban llamando “su país” a España; de izquierdas que pactan con la derecha y se definen como liberales; otros, que tienen en sus estatutos el derecho a la autodeterminación de los Pueblos y ejercen un completo imperialismo español; o los de derechas, españolísimos, que aflojan por miedo al qué dirán en Bruselas, Alemania o la propia prensa que no tienen comprada… Así es el espectro político de la democracia monárquica de la España actual, donde queda muy poca o ninguna dignidad.
De repente, unos políticos catalanes se proponen el cumplimiento de sus programas electorales, hasta sacrificar o poner en riesgo su propio bienestar, su libertad o su economía personal. Entonces, los defraudadores políticos -llenos de envidia- se ponen a hablar como jueces e intentan cercenar las acciones de los catalanes con el juego más sucio que cabe en cualquier política, no solo en la democrática. Por suerte, acaba evidenciándose la manipulación del poder judicial, en un Estado que presume de separación de poderes.
España se endiosaba tachando de dictadura a cualquier sistema democrático que no siguiera el juego financiero imperante en la Unión Europea; a cualquiera que dañara los intereses de sus aliados estadounidenses o a las favorecidas multinacionales que rodean el parlamento europeo y ejercen como el lobby más auténtico, para manejar a dicho parlamento y sus estados componentes como a veletas, ajenas a los vientos que marcaron sus “democráticas” elecciones y sus votantes.
Esta vez, lo que lo desenmascaró todo fue culpa de unos “locos”, capaces de ser fieles a sus ideologías, lo que consiguió que de nuevo coincidieran las izquierdas y las derechas españolas en ponerles freno. Lo hicieron anulando los resultados de las anteriores elecciones en Cataluña, encarcelando a los representantes legítimos del Pueblo catalán y demonizándolos con cuatro argumentos simplones que hicieron resurgir el sentimiento nacionalcatolicista del franquismo español, que sigue gritando “una, grande y libre”. Todo ello muy legal en España.
Lo que no termino de asimilar es que los votantes españoles se rindan y asuman que sus políticos son como monedas falsas, y les vuelvan a votar. Esos votantes, ni siquiera se preguntan cuántos políticos corruptos (demostradamente corruptos) han llegado al poder gracias a su voto. Tampoco que muchos de ellos se llevaron gran parte de su sueldo a paraísos fiscales, para no aportar a las arcas públicas; desde donde se pagan las pensiones, la sanidad, la investigación de enfermedades o las ayudas para comer de las personas en peor situación. Tampoco sienten culpa por aquellos acusados de maltrato o violencia doméstica del partido que votaron. Cuestiones ante las que incumplir un programa o tener debilidad ideológica pasan a un segundo plano en una sociedad de analfabetos políticos, más influenciados por los programas del corazón y telerealidad que por debates políticos. Claro que, en esos debates políticos, las ideologías y programas quedarán opacados por las acusaciones de corrupción que se lanzarán los propios protagonistas.
Ya es momento de preguntarse ¿Cuántos votantes hay en España, o en la “región ultraperiférica”, que puedan afirmar que la persona a la que votaron tenga la entereza y capacidad de sacrificio de un Puigdemont? ¿De verdad, les cuesta tanto ver que los políticos independentistas catalanes son muy superiores en valores que el resto?
Pedro M. González Cánovas