Herencia genética guanche, mantenida y presente
Herencia genética guanche, mantenida y presente, tanto en cuanto somos ellos mismos en el tiempo, nuestras características en morfología, virtudes, valores, etc., continúan, pero no nos miraremos a nosotros, en el hoy, sino que nos miramos en aquellos espejos donde se reflejan lo que fuimos, y lo que somos: bien distintos, y tanto, que en el mundo no hay quien nos igualen. ¡Y qué bien lo comprobé -sin querer- en los largos años de mi formación universitaria en tres provincias españolas (Sevilla, Salamanca y Madrid), -once años- entre españoles en el continente, que aquí en las islas somos bien diferentes, pues que los guanches eran -somos-, y así lo atestiguan la evidencia, pero quedó escrito en distintas crónicas y estudios de los historiadores primeros, que aún desconociendo lo que al presente sabemos, como es el hecho de su cristianismo, y otros asuntos, al concluir desde las apariencias por verlos con pieles de cabras medios cubiertos, que eran (y son): lo más altos en todo (más allá también de la estatura física), y ello en lugar de los complejos actuales, debieran subirnos al pódium del honor y orgullo más alto, pues, en proporciones físicas, está a la vista frente a todo enano y deforme que nos rodean -sin menosprecio de la condición y dignidad humana, pero lo que está a la vista, es evidente- gente de una estatura superior a todas; grandes de voluntad y de alma -proporcional al cuerpo, cual envase propio- y más que belicosos -como alguien los dibujara-, eran defensores de sí mismos -y en ello de gran astucia, sagacidad e inteligencia- y de su territorio; de talante optimista y alegres en demasía, como ningunos hubieran; supieron adaptarse al medio cual nadie antes ni después, lo hizo igual; en nobleza, está a la vista que en ello nadie nos gana (¡cómo me distinguían en mi formación profesores y demás en España, con el “¡tú, canario!”, señal de confianza, sinónimo de tú sí que eres serio, responsable, distinto [para bien y mejor]); en la piedad o amor a Dios, no hay lugar a dudas, porque la religión la llevaban y llevamos en la raíz (testimonio los “cálices” o cazoletas por todas partes para sus “misas” o celebraciones litúrgicas, públicas y privadas), y nunca a un guanche -ellos y nosotros- se nos cogió en una mentira, porque más que amar escritos y promesas, amaban la palabra, amamos sin más: la verdad. Puede que asombre este cúmulo (incompleto por resumido y apretado) de referencias en torno a un talante -único e incomparable-, pero es que me quedo corto, por aquello de la humildad, pero que siendo ésta en decir de santa Teresa de Jesús, la verdad, diga que para los guanches (los de siempre), decir una mentira es acto sumamente vergonzoso, y por tanto cuales mirlos blancos. Bastaría ver algunas de sus casas-cuevas colgadas de los riscos, como para concluir bien a las claras amaban los lugares “peligrosos”, para muchos otros, por tanto atrevidos y arriesgados; pero con ello, nunca ponían a riesgos sus propias vidas, pues eran -y son- muy habilidosos. Entre sus apuestas estaban la de saber y ver quién se atrevía con lo peor o más grave: poner palos en lugares que hoy ni siquiera con la tecnología y maquinaria se atreverían, y ellos lo hacían en retos y porfías, de lo que nos han dejado varios o muchos ejemplos aún visibles por todas partes, que más parece imposible o cosas inexplicables, que hasta allá arriba en lugares imposibles estén sus huellas cuales testigos de sus heroicidades, y ellos quedan ahí que hablan más que las palabras y los escritos para generaciones por venir, que seguro admirarán más que al presente ese nuestro pasado, del cual tanto -por intereses creados y no confesados, pero adivinados- se ocultan y silencian, callan y destruyen. Sorprende lo que un solo hombre nuestro hacía, hoy ni cinco ni diez lo harían, y ello por terrenos llanos (ellos por lugares escarpados, y de dificilísimo acceso rayando lo imposible).
El Padre Báez, que parco, se modera en lo que escribe, no crean exagero, pero es mucho más.