Ellos (los castellanos), y nosotros (los guanches), ¡tan distintos!
Ellos (los castellanos), y nosotros (los guanches), ¡tan distintos!, y así, a cada uno lo suyo, y ello sin apasionamiento, ni mentiras, sino en verdad, y a la Historia me remito. Los primeros (los castellanos): gentuza, gente ruin, ambiciosos, violentos, enemigos, falsos cristianos, gandules, armados, mentirosos, sin palabra, amigos de la guerra, a conquistar, ambiciosos, falsos, descorteses, ladrones, raptores de mujeres y niños, mal educados, saqueadores, torpes, vengativos, embrutecidos, ignorantes, etc. Bastaría volver al revés lo que con indulgencia y respeto hemos dicho, sin cargar las tintas para no humillar demasiado, siendo más y peor, pero que por delicadeza, y por nobleza heredada, no quiero abundar, ni exagerar, y decir toda la verdad, lo cual es una mentira, pero dejo al lector lea en cualquier español lo que el rostro y sus acciones dicen y hacen para completar este cuadro, que en nada favorece a gente ruin y de baja catadura, que vienen a sacar de lo que creían salvajismo e ignorancia a los que son más cultos, más religiosos, mejores cristianos, y sabios que ellos, unos pobres diablos dados al saqueo, al pillaje, a las violaciones, al robo, a la delincuencia..., pues por eso mismo fueron encarcelados y liberados para tal “conquista”, pues venían lo peor del continente, y embrutecidos, con hambre, sin Dios, sin humanidad, y ellos los vagos, como sus capitanes o jefes, tales para cuales, de entre ellos de mal a peor, y si ese retrato, queda en esbozo, puede clarificarlo el lector con lo que le haya sucedido, con los que descendientes de aquellos o ellos mismos viven y obran, no siendo dignos de fiar, ni uno entre miles, pues cortados por las mismas tijeras, son de otra pasta, son de otra raíz, digamos solo distintos o diferentes, que el contraste es claro y nítido, si vemos, y sin exagerar por pudor, por humildad -aunque no digamos toda la verdad- sobre los nuestros, nosotros o los guanches, que es lo mismo. Los segundos (que en realidad son los primeros: los guanches): caballerosidad, bondad, desprendidos, pacíficos, amigos, verdaderos cristianos, trabajadores, desarmados, veraces, con palabra, amigos de la paz, libres, desinteresados, cumplidores, amables, justos, delicados con mujeres y niños, respetuosos, austeros, astutos, misericordiosos, cordiales, de buen ingenio, etc.
El Padre Báez, que en este comentario sobre los guanches, ninguno me ha producido peor disgusto que pasar por lo que queda arriba escrito, pero aunque dicen las comparaciones son odiosas, en este caso es necesario hacerlo porque y para que brille la verdad, cosa que hemos dicho hacemos a medias, por aquello de no zaherir demasiado a los que a la fuerza son nuestros malos hermanos, y que emparentados sin querer, sería tanto como arrojar piedras -en parte- sobre el propio tejado, tejado que como tiene dos aguas, queda bien a las claras de qué lado esté el individuo en cuestión, que aparte el físico que los delata, están sus obras, actitudes y comportamiento, que hablan y dicen más y mejor lo que un servidor aquí deja por timidez, y no faltar gravemente a la caridad, en el tintero, pero que cualquiera puede continuar, y rellenar y ampliar hasta el infinito este paralelismo que nunca llegará a encontrarse en un punto, al ser de raíz, tan distinto y diferente, que es claro y evidente, salvo que lo vean desde el otro lado, de donde solo viene basura propia: que si somos salvajes, ignorantes, tímidos, abobados, apocados, aplatanados, bobos, tontos, etc., etc., y es que como dijera el otro, de lo que tienen tiran, creyendo todos somos iguales, pero imposible esa igualdad, salvo en la dignidad, que por lo demás, es como ir del blanco al negro, y ello sin connotación racial o xenófoba alguna, sino en razón a justicia y verdad, y si un servidor callara, hable la psicología y diga sobre la tipología quienes son ellos, y quiénes nosotros, que toda vez no hay más ciego que el que no quiere ver: Que el canario o guanche es oro, y barro todo lo que nos ha salpicado y mezclado (pido disculpa -que no perdón- al que sin querer haya ofendido). Si la experiencia es la madre de toda ciencia, un servidor vivió once (11) años entre ellos allá (por las Universidades de Sevilla, Salamanca y Madrid), y sabe bien de qué habla, y cómo nos distinguían: “... tú, canario...”, en y para todo.