La restauración en los Centros de Arte, Cultura y Turismo de esta isla de medios extraordinarios y mediocres gestores, era ejemplo envidiable y envidiado por todas las demás isla hermanas y escuela de un sector como este, vital y ojalá que vitalicio de nuestra economía, y lo era hasta hace algún tiempo en que sin que nadie sepamos exactamente cuándo ni cómo sucedió, al menos yo lo ignoro, los hemos convertido en ejemplo antagónico de la ética, y la estética de la restauración.
Sería sin embargo necesario y justo empezar reconociendo que el restaurante de las Montañas del Fuego (lógicamente sin entrar en lo inadmisible de las colas para entrar al conjunto, que sería motivo justificado de los más severos de los reproches hacia unos gestores incapaces), mantiene dignamente el tipo, en servicio y calidad, ética y estética que nunca debieron abandonar el resto.
Hecha esta salvedad llegamos al conjunto de “El Campesino” donde, a los que vivimos sus tiempos de apogeo, se nos cae el mundo encima. El restaurante ejemplar, difusor de la Cocina Canaria llevada al extremo de alta cocina, valorada y copiada por prestigiosos chef vanguardistas, donde se mezclaba el saber y el sabor tradicional de nuestra gente y nuestros productos con nuevas propuestas culinarias, lo han convertido en un cutre restaurante al servicio de turoperadores de menús a 6 euros, que se dedica a hacerles la competencia, adelantando por la mediocridad a la docena de restaurantes, casi todos familiares que cubren esta demanda concreta, donde lo que prima no es precisamente lo que hay que promover desde el sector público, que es a mi humilde entender, una oferta de calidad destinada a un turismo que valore lo nuestro, nuestros productos, nuestra sencilla y peculiar cocina y que dé además un necesario espacio a la convivencia con la moderna cocina canaria.
En el restaurante y cafeterías de los Jameos del Agua, nuestros gestores rizan el rizo. Contando con una maquinaria de cocina de las más caras del mundo por su relación coste-calidad, resulta que nos ofrece una comida de cáterin hecha en El Campesino, que junto a los bocadillos de idéntica procedencia, nos presenta una restauración impropia incluso de los más mediocres bares de barrio, eso sí, en el más exquisito de los entornos que pueda ofrecer esta isla.
Atrás quedan los tiempos en que Los Jameos ofrecía una cocina de gran calidad, acorde al entorno y con unos precios asequibles.
Resulta difícil entender que los responsables políticos que gestionan los restaurantes de los CACT son los mismos que promueven una iniciativa que entiendo acertada para potenciar lo nuestro, como es “Saborea Lanzarote”. Igualmente resulta difícil entender que si en los discursos de los partidos que gobiernan y han gobernado la primera institución insular en los últimos tiempos se coincide en que la isla tiene que caminar hacia un turismo de calidad, diversificando la oferta complementaria y modernizando el sector, o que hay que promover el consumo de nuestros productos, estén haciendo esto. Obras son amores y no buenas razones. A lo peor entienden que en esa oferta complementaria quedaría bien algún McDonald en Jameos, algún Burger King en El Campesino y algún Kfc en El Castillo. A lo peor también, y atendiendo a las malas ideas, podríamos preguntarnos si es que se está preparando el terreno para justificar lo injustificable, que es lo que ya se consumó con Inalsa, vender a la opinión pública que la restauración de los CACT no es rentable si no se privatiza, y así, en esa merienda de negros de la que algunos sacarán jugosa tajada, ya no de cáterin sino de cinco tenedores, se vuelva a ser ejemplo de la ética, y la estética de la restauración, eso sí, no en aras al bien común.
Me gustaría pensar que mi reflexión es leída por algún responsable, que se trabajará para que el restaurante de El Campesino sea ejemplo difusor de la Cocina Canaria llevada al extremo de alta cocina, donde se mezcle el saber y el sabor tradicional de nuestra gente y nuestros productos con nuevas propuestas culinarias. Me gustaría pensar que se trabajará para que en Los Jameos y en El Castillo se ofrezca una cocina de gran calidad, acorde al entorno y a unos precios asequibles. Me gustaría pensar que los restaurantes de los Centros de Arte Cultura y Turismo volverán a hacer honor a este nombre, que tan largo les queda hoy, para que vuelvan a ser escuela de un sector como este, vital y ojalá que vitalicio de nuestra economía. Pero conociendo el paño, quiero buscar y me cuesta un espacio para la esperanza, sólo puedo decirles, como nuestro insigne poeta.
“A la mar fui por naranjas, cosa que la mar no tiene, meto la mano en el agua, la esperanza me mantiene”