"Nunca se había hablado probablemente tanto de Uruguay como en los últimos meses a nivel internacional. Las reformas liberales del gobierno de Mujica en lo referente a la marihuana, el matrimonio homosexual o el aborto pusieron en el mapa a este pequeño país para mucha gente.
De pronto, su presidente pasó a ser el sueño de millones de europeos.
Muchos querían para sí un presidente como Mujica.
Llegó el mundial de fútbol, una competición deportiva, y con él el caso del mordisco de Luis Suárez, y de nuevo Uruguay pasó a ser el foco de multitud de medios de comunicación y de las redes sociales.
Probablemente hemos escuchado y leído mucho más de este caso que de las hostilidades entre Rusia y Ucrania o de las acciones israelíes en la búsqueda de los tres jóvenes secuestrados.
Y aquí aparece la imagen de Mujica esperando a Suárez en el aeropuerto de Montevideo, y con ello la estupefacción y la sorna de muchos de aquellos que no hace muchos días admiraban a este veterano presidente.
¿Cómo es posible que un presidente se involucre de esta forma? ¿Por qué los uruguayos apoyan a un jugador que ha hecho algo tan deplorable como morder a un rival? Qué vergüenza… dirán algunos.
Tal vez para entenderlo baste con ponerse en la piel de un uruguayo, o tal vez sea mejor conocer un poco la idiosincrasia de este país.
Uruguay es una nación muy joven, apenas llega a doscientos años, y sin embargo pocos habitantes de cualquier otro país se muestran tan orgullosos de su historia y de sus tradiciones.
No es Uruguay un país que destaque en muchos aspectos en términos absolutos, no podía ser de otra manera si tenemos en cuenta que se trata del país más pequeño de América del Sur y que el total de su población no alcanza para cubrir el censo de ciudades como Madrid, París o Londres.
Tampoco es Uruguay un país que pretenda destacar sobre nadie, sus habitantes se definen a sí mismos como “de perfil bajo” y llaman a su país cariñosamente “el paisito”, no suelen gustar de grandes alardes y la vida allí se podría calificar como de sosegada.
Lo que sí ha desarrollado la sociedad uruguaya es una impresionante capacidad para apreciar sus hitos y sus símbolos, por pequeños que puedan parecer a ojos extranjeros.
Jamás han sido una potencia internacional, jamás han pretendido dominar el mundo, bastante han tenido con ser auto suficientes y dominarse a sí mismos. Por allí pasaron españoles, portugueses e incluso ingleses, ninguno duró mucho, al menos si lo comparamos con otros países con origen en las colonias de las grandes naciones europeas. Allí tuvieron que aprender a convivir con dos gigantes que rodean sus fronteras, y también en esta convivencia han conseguido salir airosos.
En este pequeño país fueron pioneros de algunas de las reformas sociales más importantes en la historia contemporánea, como el sufragio universal, pero a su gente no le importa que pase inadvertido para los ojos de la historia. También están orgullosos de contar con un sistema educativo totalmente gratuito, haciendo buenas aquellas palabras de su prócer “sean los orientales tan ilustrados como valientes”, pero es un orgullo que llevan dentro, sin alardes, porque no va con ellos.
La República Oriental de Uruguay no cuenta con grandes empresas que intentan dominar el mercado mundial, sus mayores empresas están directamente ligadas a la administración pública, porque sigue prevaleciendo el sentido de servicio público, y por ello tampoco es un mercado tan invadido por otras grandes corporaciones, si lo comparamos con otros países de su entorno. Están orgullosos de su origen rural, si bien la mitad del país se concentra en Montevideo, y de ser grandes productores de carne, lana y grandes literatos.
Los uruguayos llevan con naturalidad y a veces resignación que para el resto del mundo Gardel, el tango, el dulce de leche e incluso el Río de la Plata se relacionen con Argentina.
También asumen que el carnaval de Montevideo no compita con el de Río de Janeiro en cuanto a fama y que se hable más de la playa de Copacabana que de los arenales que conservan casi vírgenes en Rocha. Todo esto lo llevan bien. Incluso soportaron que Antonio Banderas destrozara la canción que dio a Uruguay su primer Óscar, porque quién era ese tal Jorge Drexler…
Y sí, el Óscar lo ganó Drexler, pero cada uruguayo lo sintió como propio, como un éxito invisible más del paisito.
Pero todo esto se viene abajo si tocamos otro tema, el fútbol, ese deporte que tanto le ha dado y que tanto le debe a Uruguay, sobre todo en sus orígenes.
Sólo ocho países pueden lucir la estrella de campeones del mundo sobre su escudo, y entre esos ocho hay uno mucho más pequeño que el resto, y que no lleva una estrella, sino cuatro (sí, la FIFA le reconoce el derecho por las olimpiadas de 1924 y 1928, pues fue la FIFA quien organizó la competición al amparo de los juegos olímpicos).
Para un país sin grandes conquistas, sin grandes alardes, sin grandes aspiraciones, los éxitos o simplemente la participación de su equipo en las grandes competiciones es motivo de un orgullo insospechado e incluso desconocido para quienes no son de allí.
No se podría explicar la historia del fútbol sin la existencia de Uruguay en los años 20 y 30, no hay partido más mítico ni más mencionado a lo largo de la historia que el Maracanazo, no hay país a nivel mundial que haya sacado tanto jugador por habitante como lo ha hecho Uruguay, porque el fútbol se ha convertido en la expresión de la inmensa mayoría de uruguayos de cara al mundo. Mucho se ha hablado acerca de la “garra charrúa”, del “gen competitivo”, pero nadie alcanza a comprender el verdadero motivo.
Ponerse la camiseta de la selección es un motivo de orgullo para cualquier jugador a nivel mundial, pero un uruguayo sabe que al ponerse la camiseta se está poniendo tres millones, porque sus éxitos no serán sólo los de la selección, serán las de todos los uruguayos, generación tras generación, desde Ghiggia, Obdulio Varela, Francescolli, Diego Forlán o ahora Luis Suárez. 15 Copas América, 2 Mundiales y los éxitos de 1924 y 1928 no se pueden explicar de otra manera.
Ellos son los únicos que han ganado un campeonato en Argentina sin ser Argentina.
También ellos son los únicos que han ganado un campeonato en Brasil sin ser Brasil, y de ahí que los brasileños teman más a la celeste que a cualquier otra selección.
Y aquí llegó el caso de Luis Suárez.
No creo que haya un solo uruguayo que crea que Suárez no deba ser castigado, y así lo asumían desde que acabó el partido con Italia. Lo que les duele es el agravio, la desproporción del castigo ante el delito cometido. Él no puso en riesgo la integridad del contrario. Castigo sí, desproporción no, eso claman los uruguayos, porque no sólo castigan a un jugador, castigan a las pretensiones de un pequeño país que intenta ser grande entre gigantes.
Y al igual que con Drexler cada uruguayo ganó un Óscar, con Suárez cada uruguayo se siente agraviado, es su carácter.
En cualquier caso, esto no ha hecho más que despertar ese sentimiento de pertenencia propio de los yoruguas, del amor a su camiseta, a su bandera y a su himno, y eso seguro que los otros 22 que quedan lo tienen claro. Con uno menos para soportar el peso tendrán que repartirse la parte que toque de los 3 millones que llevan detrás, pero pase lo que pase, ganen o pierdan, cada uruguayo sabe que, en Maracaná, cada jugador de la celeste gritará con más ganas que nunca antes de empezar el partido, como reza su himno, aquello de “sabremos cumplir”.