En el siglo pasado, la generación de nuestros abuelos canarios, se vio obligada a emigrar a América, en busca de un mundo mejor, en unos largos, penosos y arriesgados viajes, sus destinos entre otros eran: Uruguay, Venezuela y sobre todo Cuba. Iban con lo puesto.
La llamada "Perla de las Atillas", les dio cobijo, trabajo y prosperidad que era lo que allí sobraba, era la época de Fulgencio Batista, (hasta 1959). Cuando volvían de vacaciones a sus pueblos de Canarias, eran llamados "Los Indianos", eran ricos y generosos. Un tío abuelo mio el Dr. Leocadio Cabrera tiene una calle en Tejeda, por su aportación a la reconstrucción de la Iglesia, destruida por un incendio.
Con la llegada de la Revolución del camarada Fidel, la cosa cambió, las propiedades de estos canarios, logradas a base de sangre, sudor y lágrimas, fueron injusta y cruelmente expropiadas y se inicia el retorno a la casa canaria, anímicamente destrozados y como llegaron a Cuba, con lo puesto.
La noticia de las negociaciones impulsadas por el Vaticano, entre Cuba y Estados Unidos, recorre las redacciones de los periódicos, dejando una sensación de esperanza, en la pronta solución de un enquistado contencioso, que perjudica principalmente al sufrido pueblo cubano, entre el que se encuentra algunos de los descendientes de esos originarios emigrantes canarios.
Hoy, ha sido una de esas jornadas que imaginamos de mil maneras, pero nunca como sucedió finalmente. Uno se prepara para una fecha en que pueda celebrar el fin, abrazar a los amigos que regresan, batir una banderita en plena calle, pero el día D se tarda. En su lugar, llegan fragmentados los sucesos, un avance aquí, una pérdida allá. Sin gritos de “viva Cuba libre”, ni botellas descorchadas. La vida nos escamotea ese punto de inflexión que guardaríamos para siempre en el calendario.
El anuncio por parte de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos de un restablecimiento de las relaciones diplomáticas nos sorprende en medio de señales que apuntaban hacia la dirección contraria y también de un desgaste de las esperanzas. Raúl Castro acababa de aplazar la tercera ronda del diálogo con la Unión Europea programada para el próximo mes y el pasado 10 de diciembre las represión se había cebado sobre los activistas, como cada Día Internacional de los Derechos Humanos.
La primera sorpresa fue que en medio de la bravuconearía oficial, de cierta vuelta de tuerca ideológica, que se expresaba en llamadas a redoblar la guardia contra el enemigo, desde hacía 18 meses la Plaza de la Revolución estaba en conversaciones con la Casa Blanca. Una clara evidencia de que todo ese discurso de la intransigencia sólo era para las gradas. A la par que se le hacía creer a los ciudadanos de la Isla que con solo traspasar el umbral de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana se convertían en traidores a la patria, los gobernantes de verdeolivo pactaban acuerdos con el Tío Sam. ¡Dobleces de la política!
Por otro lado, tanto las declaraciones de Obama como las de Castro tuvieron el dejo de la capitulación. El presidente estadounidense anunció una larga lista de medidas flexibilizadoras para acercar ambas naciones, antes que se dieran los ansiados y muy exigidos pasos de democratización y apertura política en el país. El dilema de qué debía ser primero, el gesto de La Habana o la flexibilización de Washington, acaba de ser respondido, aunque aún queda la hoja de parra del embargo norteamericano para que nadie pueda decir que la resignación ha sido completa.
Raúl Castro, por su parte, se limitó a anunciar los nuevos gestos por parte de Obama y referir el canje de Alan Gross y otros prisioneros de interés para el Gobierno norteamericano. Sin embargo, en su alocución ante las cámaras de la televisión nacional no evidenció ningún acuerdo o compromiso de la parte cubana, como no fuera el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. La agenda del lado de allá del estrecho de la Florida la supimos al detalle pero la interna se quedó, como tantas veces, escondida y en secreto.
Aún así, a pesar de la ausencia de compromisos públicos de la parte cubana, lo de hoy fue una derrota política. Bajo el mandato de Fidel Castro nunca se hubiera llegado siquiera a perfilar un acuerdo de esta naturaleza. Porque el sistema cubano se apoya -como un de sus principales pilares- en la existencia de un contrincante permanente. David no puede vivir sin Goliat y el aparato ideológico ha descansado demasiado tiempo en ese principio.
En el céntrico mercado de Carlos III, los clientes descubrieron sorprendidos que a mediodía las grandes pantallas no transmitían fútbol ni videoclips sino un discurso de Raúl Castro y posteriormente el de Obama a través de la cadena TeleSur. La primera alocución dejó cierta estupefacción, pero la segunda estuvo acompañada con besos lanzados hacia el rostro del presidente de Estados Unidos, en especial cuando mencionaba las flexibilizaciones para el envío de remesas a Cuba y el delicado tema de las telecomunicaciones. Algún que otro grito de “I Love…” se dejó oír por una esquina.
También hay que decir que la noticia tenía fuertes competidores, como la llegada a las carnicerías de mercado racionado del pescado, después de años de no aparecer. No obstante, a media tarde casi todo el mundo estaba enterado y el sentimiento compartido era de alegría, alivio, esperanza.
Sin embargo, esto apenas comienza. Falta un cronograma público con el que se logre comprometer al Gobierno cubano a seguir una secuencia de gestos a favor de la democratización y del respeto a las diferencias. Hay que aprovechar esta sinergia que han provocado ambos anuncios para arrancarle una promesa pública, que debería incluir al menos los cuatro puntos de consenso que la sociedad civil ha ido madurando en los últimos meses.
La liberación de todos los presos políticos y de conciencia; el fin de la represión política; la ratificación de los pactos Derechos Civiles, Políticos, Económicos, Sociales y Culturales, con su consiguiente adecuación de la legalidad interna y el reconocimiento de la sociedad civil cubana dentro y fuera de la Isla. Arrancarle esos compromisos sería comenzar a desmontar el totalitarismo.
Mientras no se den pasos de esa envergadura, muchos seguiremos pensando que la fecha esperada no está cerca. Así que a guardar las banderitas, no se pueden descorchar las botellas todavía y lo mejor es seguir presionando para que finalmente llegue el día D.