En un país desmemoriado a la fuerza, como nuestra colonizada tierra, saber desde niños quienes y que somos es una rara suerte que, generalmente, es fruto de muy concretas circunstancias. Yo aprendí el significado de ser “canario de nación” gracias a una abuela que había parido hijos en Cuba y en Canarias y perdido al marido en esa diáspora y cuya vida transcurría en permanente espera de algún regreso, pendiente tanto de las cartas de los hijos transmarinos y de las visitas a los que una feroz dictadura les hizo conocer los “salones de Fyyfes”, los campos de concentración del Llano de Los Rodeos y de Gando y los trabajos forzados en las carreteras de las cumbres tinerfeñas hasta bien entrados los años 50, como de las cortas estancias en su propia tierra del que estaba embarcado y que, cuando llegaba de Venezuela, junto a los pequeños bolívares de plata, traía palabras tan sonoras como “Independencia”. Junto con ella, mi tío-abuelo Ramón nos contaba sus vivencias mambises de la guerra con los españoles, del rizado cabello del gigante Maceo cargando a machete y rememoraba su visión dorada de El Vedado y su bullicio de medio siglo atrás. Súmese a ello que mi padre guardaba celosamente los pequeños tomos de la “Biblioteca Canaria” que editara Leoncio Rodríguez junto a una antigua edición de la Historia de Viera, una completa colección de la “Revista de Historia” desde 1924 (hoy “Revista de Historia de Canarias”) y una colección encuadernada en dos tomos de “Leviatán”, salvada de los registros fascistas guardada, junto a otros libros, en latas enterradas que casualmente encontré, y se entenderá que cuando, a mediados de los años 50, leí en la “Guía Histórica de La Laguna” de Rodríguez Moure una nota de los editores (Instituto de Estudios Canarios) complementando la relación de periódicos laguneros desde la fecha en que Rodríguez Moure terminara su obra (1900) hasta la de su edición (1935) y leí “VACAGÜARÉ. Periódico autonomista” rebusqué en la entonces mejor biblioteca y hemeroteca de Canarias, la del antiguo “Instituto de Canarias” donde era alumno –hoy depositada en la Universidad de La Laguna- y en la de la Económica de Amigos del País sin encontrar ni rastro del Vacagüaré buscado.
Unos años después, universitario ya, junto a la primera bandera independentista que veía, con sus 7 hermosas estrellas rojas que había izado con su compañero Erasmo García en un petrolero de la Gran Colombiana venezolana, traía mi tío Ramón Pérez Suárez desde la patria de Miranda y Bolívar algunas hojas tanto del MAC (Movimiento Autonomista de Canarias) como del MIC (Movimiento por la Independencia de Canarias). En ellas, junto a llamadas a los canarios de la emigración venezolana para que no enviaran “plata” a las islas para forzar a los españoles – cuyas reservas de divisas dependían en gran parte de la emigración isleña- a cambiar el status del Archipiélago, figuraban de nuevo referencias al Vacagüaré y a “El Guanche” en las que, junto al nombre de su autor, figuraba una frase suya “Todo por y para la libertad de los pueblos y de los hombres”. Así supe quién era Secundino Delgado, aunque nadie a los que pregunté conocía algo más o, los que si lo conocían, lo ocultaban. Tuvieron que pasar más de 10 años hasta que Julio Hernández encontrara, en los fondos del Museo Canario de Las Palmas, los ejemplares de “El Guanche” caraqueño y, con la complicidad del bibliotecario de entonces Sr. León, los fotocopiara y los distribuyera clandestinamente a los amigos en La Laguna, para que la conspiración de silencio que encarcelaba a Secundino se rompiera, haciéndose la luz sobre parte de su obra.
Muchos de nosotros, lectores de los libros de la moscovita “Editorial Progreso”, de la argentina “Losada” o de la parisina “Ruedo Ibérico” que vendían clandestinamente algunas librerías de Aguere, que tratábamos de saber más de Lumumba, de Fanon o del Che y estudiábamos los “Cuadernos” de Marta Hanneker, comprendimos entonces el profundo significado de las palabras de Sekou Turé “Enterrar la memoria histórica de un pueblo es desarmarlo frente a la opresión, es enterrarlo a él mismo”. Entendimos, y adoptamos por ello, el pensamiento de Amílcar Cabral sobre el papel de la cultura y la importancia vital de la recuperación y la valoración de la memoria histórica en la lucha de liberación de un pueblo. Caímos en la cuenta de nuestro profundo analfabetismo y supimos que lo que conocíamos, incluido Viera, eran solo visiones muy parciales y subjetivas de nuestra verdadera historia colonial, escrita hasta entonces por los colonizadores o por criollos a su servicio.
La seguridad del final del franquismo rompió los candados de muchas mentes y de muchas lenguas. Todos queríamos saber más y aprendimos actuando, iniciando una nueva etapa en la recuperación y construcción de la Nación Canaria que deseábamos y deseamos. Catalizadores importantes de la acción fueron “La Voz de Canarias Libre” por las ondas argelinas, el trabajo terco, cotidiano y arriesgado de los miembros de “Solidaridad Canaria”, de las organizaciones de trabajadores como la CCT y el SOC, y de los militantes de partidos y organizaciones que creían en y luchaban por nuestra liberación nacional, pero –y de nuevo traigo a colación el pensamiento de Amílcar Cabral- creo que el factor que más contribuyó a sacudir la modorra de siglos fue la lucha cultural , las charlas pueblo a pueblo, los “Cuadernos de Nombres Guanches” y los otros editados por Solidaridad Canaria que difundían nuestra nueva visión histórica desde la óptica del colonizado y no la del colonizador. Secundino entonces, del que conocíamos muy poco, se convirtió en bandera de combate. Todas aquellas charlas de Solidaridad Canaria por pueblos y barrios terminaban con el verbo encendido de Hupalupa, viviendo más que recitando el poema delgadiano “Mi Patria” que nos sacudía con la pregunta “¿Qué quiere España de mí/ yo olvidar donde nací/ por la madrasta arbitraria?” avivando en los oyentes “la saña que sintió en su pecho el guanche”. Uno de los retratos de Secundino, aportado por su sobrino-nieto Raúl Delgado y reproducido a plumilla, se convirtió en el inseparable compañero de los poster del Che en las paredes juveniles. Como no podía ser de otra forma empezó a “aparecer” el resto de la obra delgadiana. Se encontraron ejemplares de su “Vacagüaré-Vía Crucis” que daba luz humana a lo que hasta el momento era solo un mito, y se encontraron en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz –que cumplió en el pasado abril su 125 aniversario- colecciones de “El Obrero” y, con el esfuerzo de unos pocos, se fue rompiendo el velo con que la historiografía colonial oficial y la criolla, domesticada y servil, cubrían la figura de Secundino.
Desde 1978 la Asociación Pro Independencia de Canarias APIC venezolana, heredera del MAC y el posterior MIC, ilustra la portada de su publicación “Siete Estrellas Verdes” con la imagen y frases de Secundino. Ese año, en Caracas, el herreño Enrique Gutiérrez, otro gran luchador casi ignoto, esculpe su busto poco antes de que en Tenerife, por encargo de la CCT, Fernando García Ramos lo plasme en un bajorrelieve que se coloca en el local de la Rambla santacrucera a la espera de mejor destino y en mayo de ese año Julio Hernández lee su tesis doctoral en La Laguna sobre la emigración canaria a la América del XIX -que más tarde le publicaría el Cabildo grancanario- en que sentaba la tesis de que la participación isleña en las luchas independentistas cubanas fueron, a su vez, la matriz del independentismo canario en América. Julio ya había traído a Tenerife, subrepticiamente, fotocopias de “El Guanche” de la hemeroteca del Museo Canario que le suministró de los “fondos reservados” su bibliotecario José León. En mayo de 1980 Manolo Suárez publica la primera biografía de Secundino, que subtitula como “Padre de la Nacionalidad Canaria”, con la pionera Editorial Benchomo de Cándido Hernández, edición que el gobierno español secuestró en la Litografía Maype de Aguere y en las librerías que pudo, faena que remató con la detención del autor de la portada, Paco Domínguez, aunque no se pudo incautar de la pintura original, un pequeño cuadro que colgaba de una pared de la finca “La Pasada” por haber sido un encargo de Hermógenes Afonso/Hupalupa. En el 81, y también con la Editorial Benchomo, Oswaldo Brito y Julio Hernández publican, con comentarios previos, la edición facsímil de “Vacagüaré-Vía Crucis” y la misma editorial reedita “El Guanche” de Caracas como hará al año siguiente, también en facsímil, con los ejemplares conocidos de la 2ª época de “El Guanche” de La Habana. Ese año de 1982 se coloca, el 4 de mayo, en el viejo cementerio de San Rafael y San Roque de Santa Cruz donde se sepultó a Secundino el bajorrelieve de la CCT que celebra, por primera vez, un acto necrológico, acto que desde entonces y con diferentes oferentes se celebra anualmente. La plancha de mármol con el bajorrelieve se colocó en un muro del lateral derecho por no haberse podido localizar la sepultura que no constaba en los registros incompletos del viejo cementerio. El 5 de mayo de 1984, en el Teatro Leal de La Laguna, el Centro “Amílcar Cabral” organiza el primer acto público multitudinario, con lleno absoluto del teatro con varias intervenciones, entre las que recuerdo la de Paco Tarajano, Tomás Chávez, Paco Viña y yo mismo, y que cierra Taburiente –venidos gratuita y expresamente de La Palma para ello- con su “Ach Guañac”. A partir de aquí, Secundino, al que los Sabandeños llevan a su discografía, es ya un personaje popular. Manolo Suárez recopila “El mejor de los mundos y otros relatos” y publica una segunda biografía en que el subtítulo cambia a “Padre del Nacionalismo Canario”, mientras que José Manuel Vilar, en medio de amenazas de bombas y desalojos policiales, estrena en un abarrotado Teatro Leal su “Proceso a Secundino”, que años más tarde llevará a la letra impresa en una edición de “Baile del Sol” que tuve el honor de prologar.
Era tan poco lo que sabíamos de Secundino en realidad cuando lo colocamos en el lugar que reservábamos para los antiguos héroes anticoloniales, junto a Doramas, Bentejuí, Hupalupa, Hautakuperche, Tanausú, Benchomo o Tinguaro, que los actos en su honor que anualmente celebrábamos –en el Ateneo de La Laguna el Centro “Amílcar Cabral” y en el cementerio de San Rafael y San Roque el conjunto, siempre variable y pocas veces unidos, de partidos y organizaciones que se autodefinían como independentistas- se hacían el 4 de mayo, aniversario de su temprana y trágica defunción por ignorarse la de su nacimiento hasta finales de esos 80 cuando Manolo de Paz tiene acceso al Archivo Militar de Salamanca y, estudiando los documentos de la prisión de Secundino en la Cárcel Modelo de Madrid, descubre la fecha de su nacimiento, un 5 de octubre de 1867, lo que nos permitió a partir de ahí conmemorar su natalicio. Así, en el 92 –mientras la españolera celebraba su desembarco “colonizador y evangélico” en tierras americanas- celebramos su 125 aniversario con motivo del cual “Los Lunes de Diario de Las Palmas”, que llevaban entonces al alimón Víctor Ramírez y Rafael Franquelo, editó una separata que me encargaron de redactar.
Me he extendido más en reseñar como, poco a poco, lo descubrimos, que en el propio Secundino, pero pienso que no es un ejercicio gratuito. Mi intención es que nos facilite entender el porqué de otras posiciones, diversas y divergentes, respecto a su figura y obra, que van surgiendo a medida que se va conociendo y ganando relieve público y que, a “El Guanche” caraqueño se le une su autobiografía en “Vacagüaré-Vía Crucis”, sus artículos en “El Obrero” y la fundación del “Partido Popular” –evidentemente no el PP de la derecha española- voces que tildan a Secundino de “autonomista” y, algunas incluso, como “españolista” por su apoyo a la candidatura republicana en las elecciones de 1903, así ya en la “Introducción justificativa” que hacen Oswaldo Brito y Julio Hernández al “Vacagúaré-Vía Crucis” aclaran que tratan “de complementar la visión de tipo historiográfico publicada por Manolo Suárez” y “delimitar la figura de Secundino Delgado situándola en su contexto histórico” de forma que “con esta publicación se completa la figura de Secundino Delgado y se acaba con mitos de todo signo” en un ejercicio de absoluta carencia de eclecticismo y apriorismo por parte de los autores en torno a una polémica que ya estaba desarrollándose.
Al calor de la marea independentista de las décadas 70 y 80 –y del pseudonacionalismo regionalista que medra a su socaire- las editoriales y ediciones de publicaciones y libros canarios se reproducen como setas en el monte después de llover. EDIRCA es una de esas editoriales que en 1983 reedita la “Historia General de las Islas Canarias” de Agustín Millares Torres en 5 tomos que se continuaría luego con otros dedicados a leyendas, biografías y estudios diversos sobre nuestra tierra. El Tomo XI, “Canarias Siglo XX”, viene encabezado por la monografía “La política en Canarias en el Siglo XX” de Agustín Millares Cantero, militante entonces encubierto –como todos- del PCE. Según su análisis, lo que califica como “un nacionalismo difuso que despuntó en Canarias en torno a la crisis del 98” bajo el impulso de Secundino Delgado, “dejó en Canarias desde agosto de 1901 a marzo de 1902 algunas señales de su quehacer nacionalista: Se trata del Partido Popular y del semanario Vacagüaré, en apariencia los dos únicos brotes que en el interior del Archipiélago engendraron unas corrientes anticoloniales foráneas que se proyectan, no sin mimetismos, sobre su suelo natal. Importa sobremanera clarificar algunos extremos, porque urge salir al paso de una maratónica carrera editorial y de una burda manipulación que pone en entredicho la buena voluntad de sus irresponsables artífices”. Sin explicarnos a quién ni para qué “urge” de tal forma esa supuesta clarificación ni quiénes son los “irresponsables” que llevan a cabo tan “burda manipulación”, continúa Millares: “Con torpeza se ha querido ver en la endeble obra de Secundino una inspiración netamente martiana” –recordemos que Julio Hernández lo había denominado como “el imposible Martí canario”- pero, siempre según el autor, “Secundino era uno de los clásicos rebeldes que pululan por la periferia del movimiento anarcosindicalista que asumió como objetivo la liberación individual y colectiva de los hombres y, por ello, pasó a defender tanto la independencia como luego, y sobre todo, la autonomía de Canarias. Quizás, más que el abanderado del independentismo isleño, haya sido solo el primer autonomista consecuente de nuestra historia y es intolerable disparate afirmar con desparpajo que el PP fue la primera organización política de carácter proletario y netamente autónoma” basando esta rotunda afirmación en que “el PP no llegó a cuajar del todo realmente, fue un partido non nato que pasó como un meteoro sin dejar estela ninguna” terminando la escasa página de entre el centenar de que consta el trabajo con una diatriba en contra de los colaboradores de Secundino que, siguiendo sus pasos, fundan el PNC en La Habana “del que solo el ex-republicano palmero Felipe Gómez Wangüemert salva un tanto la imagen de este nacionalismo que apenas tuvo continuadores luego de ser forzado a disolverse” juicio que emite Millares a pesar de conocer que los hermanos Gómez Wangüemert ( Luís Felipe, Antonio, Manuel y Wenceslao) formaron parte de las fuerzas españolas –casi todos canarios- del Tercio de Voluntarios de Luís Lazo (Pinar del Rio) y que Luís Felipe encabezó personalmente una comisión para solicitarle al carnicero Weyler armas y pertrechos para movilizar a mil canarios a la lucha en el bando español, todo ello pese a su conversión -posterior a la independencia cubana- al republicanismo español y nacionalismo canario. Agustín Millares mantendrá intacto este juicio acerca de Secundino en su trabajo para la “Historia Contemporánea de Canarias” editada por la Obra Social de “La Caja de Canarias” en 2011 –cuando aún existían la “Caja de Canarias” y “Cajacanarias” antes de pasar a ser un apéndice ignoto de la banca española- en su tema 11 del Bloque II “Oligarcas contra ciudadanos” del que es autor en que, bajo una de las más conocidas imágenes de Secundino apostilla “Secundino Delgado Rodríguez. El nacionalismo no tuvo importancia en la política isleña” al tiempo que, en el apartado “Más de los mismo. La dictadura de Primo Rivera” recalca que “El nacionalismo se eclipsó tras la odisea isleña de Secundino Delgado Rodríguez, en torno al nonato Partido Popular Autonomista de 1901 en Santa Cruz de Tenerife y la revista lagunera ¡Vacagüaré! del siguiente año”.
Esta tesis de un Secundino sobre todo autonomista con el “non nato” PP, enfrentado al Secundino de Caracas y La Habana y abandonando el independentismo inicial, tesis que incluso recogió Antonio Cubillo (debate en el Ateneo de La Laguna. Mayo de 1987) y a la que se apuntarían luego Oswaldo Brito, Domingo Gari y otros profesores universitarios –aunque no Julio Hernández- está, a mi juicio, falta de rigor crítico y responde más a la ideología concreta y a los deseos de sus autores que a la realidad. Creo, como afirma el historiador Ki Zerbo en la introducción a su “Historia de África”, que “la historia africana debe ser reescrita puesto que ha sido enmascarada, camuflada, desfigurada, mutilada y falsificada” y eso es aplicable tanto a la continental como a la insular. No creo que nadie, a estas alturas, suponga que existen “historiadores imparciales” ni “historia inocente”, y la nuestra, como la de todos los pueblos colonizados, está escrita desde la óptica del colonizador y es, en realidad, una herramienta más para perpetuar su dominio. Lo que urge de verdad no es lo que nos plantea el criollo Millares Cantero, sino emprender la tarea, que cuenta ya con muchos e importantes pasos iniciales, de su revisión crítica con una visión anticolonial, encuadrando a cada personaje, en nuestro caso a Secundino, en la época y momento preciso del desarrollo de nuestra toma de conciencia como pueblo diferenciado. Desde luego no espero siquiera, en este momento, esbozar la cuestión pero si tratar de sintetizar algunos puntos clave de la misma que me permitan justificar el título de este ensayo al mostrar a Secundino como un auténtico visionario de ese futuro que hoy forma parte de nuestro presente, presente que él comenzó a levantar y que a nosotros nos toca rematar.
Francisco Javier González.
Gomera en el Beñesmer del 2963 – 2013 d.c