11:06 h. viernes, 22 de noviembre de 2024
Francisco Javier González

GÉNESIS Y DESARROLLO DEL PROCESO DE ACULTURACIÓN POST-CONQUISTA DE CANARIAS.

Soberanista

Francisco Javier González | 11 de enero de 2017

En lo que sigue, y para mayor facilidad en la expresión, denomino como “aborigen” “indígena” o “guanche” al conjunto de la sociedad precolonial canaria, a sabiendas de que el etnónimo “guanche” sería aplicable, sensu estricto, solo a la población de Tenerife pero es una realidad que actualmente, por extensión, conocemos como guanche a cualquier cuestión relacionada o referida a nuestra población ancestral, reservando los etnónimos auarita o benahorita, gomero, maho o mahorero….para singularizar los de cada una de las islas correspondientes. El etnónimo “canario”, al igual que guanche, lo consideramos en todo caso como pancanario salvo que se especifique su uso para Tamarán o Gran Canaria. Para la población posterior al XVI el término a usar preferentemente es el de “canario” ya que los aportes étnicos posteriores y las continuas interacciones de poblaciones insulares y foráneas dan origen a un considerable mestizaje que así lo aconseja.

Entendido el papel que la iglesia tuvo en el proceso de conquista y consecuente aculturación, será, sin embargo, a partir de 1496 en que termina la conquista de Tenerife –aunque no la resistencia- y con ella la de toda nuestra patria, cuando el invasor español se lanza sistemáticamente a la destrucción de toda la cultura aborigen. La superioridad técnica de la cultura europea era aplastante, incluyendo  las armas de guerra y el uso de metales sustituyendo a la piedra, por lo que el contacto obligado con la aborigen desde esa posición de predominio español absoluto tenía que acabar forzosamente con la aceptación por la población guanche de la tecnología española por simple razón de supervivencia y, tras ello, con la aculturación total guanche al aceptar los elementos culturales que llevaba implícita la tecnología del conquistador.

Tras la conquista, la única aportación que quería del guanche el español era la de su fuerza de trabajo. Nuestros aborígenes se ven obligados a convertirse en mano de obra, esclava primero a la que se unen otros esclavos africanos, que deriva lentamente a mano de obra servil igualándose a las clases bajas procedentes de España y Portugal que van arribando a las islas, exceptuando, claro está, aquellos guanches que como Fernando Guanarteme colaboran con los españoles incluso en el propio proceso de conquista  a los que hay que alinear junto con los conquistadores en el sistema de explotación que supone la colonización. De esa mezcla de esclavos horros e inmigrantes empobrecidos va a generarse nuestro actual proletariado, pequeño campesinado, pescadores y la mayoría de las clases medias canarias.

El español había necesitado más de un siglo de lucha, pocas veces leal y abierta, para completar el proceso de la conquista de nuestra patria, pero bastó menos de la mitad de tiempo para que la colonización, con la aculturación que la acompaña, fuera casi total. Si bien en las montañas se mantuvieron durante mucho tiempo focos rebeldes de resistencia y que islas enteras -como Gomera- se sublevaron repetidas veces, el proceso de aculturación fue tan brutal que, incluso hoy, es difícil rastrear las huellas históricas de los tiempos iniciales con el agravante de que los vencidos no escriben su historia.

Nos interesa conocer el origen y desarrollo de esta aculturación tan profunda y rápida, pues en ella está la base de nuestro comportamiento actual. Para ello poco  podemos valernos de las “historias oficiales” escritas por los vencedores para justificar sus posiciones y cimentar su dominio, historias que solo muy recientemente han comenzado a ser seriamente cuestionadas por nuevas generaciones universitarias y, aún así, con toda la “prudencia” –llamémosla sí- que les exige su condición de intelectuales colonizados. La tergiversación de nuestra realidad es tal que afecta incluso a la geografía y así, ni los poderes coloniales ni las alienadas mentes de los colonizados  -que seguimos viéndonos en el recuadrito mediterráneo de nuestros mapas escolares-  se recatan de proclamar a estas islas africanas como “el extremo sur de Europa” o “la Europa tropical” y otras sandeces por el estilo y, por ende, a nosotros, sus habitantes, como europeos periféricos. Tenemos por ello que basar nuestra interpretación en los documentos originales existentes que nos permita descubrir la realidad o al menos parte de ella. Las leyes que, como la historia, las promulgan también los vencedores y las clases dominantes de toda época, nos permiten imaginar la suerte de los vencidos y el grado de opresión a que se les somete. Por eso las leyes serán una de las fuentes a utilizar para desentrañar esa realidad. La otra fuente básica serán los protocolos notariales, ya que el tipo de sociedad que se instala tras la conquista es de tipo capitalista incipiente y el acto jurídico que la sostiene es la compra-venta y los contratos que se reflejan en estos protocolos.

En cuanto a las leyes, el aforismo actual –que sigue sin pasar del planteamiento utópico- de que “todos somos iguales ante la ley”, si no valía en la época post-conquista ni siquiera para los propios conquistadores, cabe suponer lo que sería para el colonizado. En Canarias la ley diferencia claramente entre españoles y guanches, y no por el hecho de que puedan ser esclavos, sino precisamente por el hecho de ser guanches. La Ordenanza de 1515 ordena severos castigos, que van desde la pérdida del ganado a la corta de las orejas e, incluso, a la horca a “todos los guanches y gomeros que se empeñen en serlo”. Son muchas iguales o peores, pero esta es verdaderamente reveladora para lo que nos ocupa. Para escapar al castigo y conservar al menos íntegras sus orejas, los guanches y gomeros tenían que dejar de ser guanches y gomeros. Por otra ley, la de 1520 se declara a todos los guanches “herejes y cismáticos”. Esto, a esas alturas del s.XVI, no era una simple cuestión de creencia religiosa sino una cuestión de vida o muerte ya que, desde Inocencio IV, que conmutó el voto de  la Cruzada a Jerusalén por el servicio a la Orden de Santiago en España y que excomulgó al emperador Federico II, se decretó la pena de muerte para los herejes relapsos que no abjuraran se sus posiciones heréticas, pena que el Tribunal de la “Santa” Inquisición se encargaba gustosamente de cumplir. Es un esquema mental este del “orbis christianus” que considera al cristianismo como única y verdadera fe fuera de la cual no existe salvación y al papa, en su calidad de cabeza omnipotente de la iglesia de Cristo, con potestad universal sobre fieles e infieles, el que hace que los pueblos cristianos en contacto con los no cristianos consideraran a estos –sarracenos, judíos, infieles, moros, negros y por supuesto guanches e indios americanos- como entes sin personalidad jurídica ni política a los que se podía -y debía- conquistar y someter a la verdadera fe, misión que el papa traspasa a los reyes cristianos para que la llevaban a cabo concediéndole los privilegios que conllevaban las cruzadas “pro causa fidei”. Por las bulas Pío II y luego de Sixto IV cualquier “pagano” podía ser reducido en todo momento a esclavitud con el pretexto de que se negaban a acatar la religión católica. Se podían librar de la esclavitud si demostraban estar bautizados o en vías de serlo ya que un católico tenía derecho a la libertad y a la propiedad individual, pero ese privilegio no se alcanzaba por el simple hecho posterior del bautismo, y a los que estaban en ese derecho podían ser privados de él al declararlos “herejes y cismáticos” y ser condenados a la hoguera y la expropiación de sus bienes.

Frente a este panorama que solo hemos esbozado no puede extrañarnos que nuestros antepasados intentaran de cualquier forma ocultar su propia condición racial y pasar, en todo lo posible, por“cristianos viejos”, por auténticos españoles. Desaparece así el idioma –hablar guanche públicamente entrañaba auténtico riesgo- desaparece la religión, las costumbres, y desaparecen hasta los propios nombres adoptando el guanche desde el mismo momento de su forzada cristianización nombre y apellidos de los conquistadores, generalmente los de sus propietarios o los de sus padrinos de bautismo.

El guanche intenta la asimilación. Trata de ser fiel a sus verdugos, pero para el español esto no significa gran cosa. Como ejemplo puede valernos un caso cualquiera, un caso entre miles. Cuando los españoles conquistaron Gran Canaria, como en todas las islas muchos canarios fueron reducidos a la esclavitud. Fueron también muchos los que, acogiéndose a las bulas pontificias, se bautizaron para escapar a la esclavitud, pero con estos también se “equivocaban” los españoles y, “por error” los esclavizaban y vendían en España. Hubo reclamaciones a la corona española y al papa y, como consecuencia, muchos de estos esclavos fueron liberados aunque en patria ajena y lejana. Un grupo de ellos vivía en Sevilla, en los aledaños de la puerta de Bib-Ahoar o “de la carne” cuando Alonso Fernández de Lugo los enrola como mercenarios en su ejército para la conquista de Tenerife prometiéndoles, además del regreso a Canarias, participación en el reparto de tierras y bienes producto de la rapiña tras la conquista. Hoy nos parecería una traición a sus hermanos de raza, pero la sociedad aborigen estaba compartimentalizada por islas y por cantones dentro de cada una de ellas que no forzosamente estaban en relaciones amistosas, por lo que participar en una guerra en un país desconocido, aunque cercano, era un precio asumible por el regreso y en condiciones sociales superiores a los que se quedaron en Tamarán.

Entre los canarios que vienen a Tenerife con el de Lugo está Juan Delgado –nombre y apellido ya castellanizado- a quién, por sus destacados servicios, se le conceden tierras en el reparto de Tenerife, donde casó con una mujer guanche de la que tuvo varios hijos. Cuando el de Lugo, por mandato de los reyes de España, pasa a la conquista de la costa vecina, la “Berbería”, Juan Delgado, como otros muchos canarios famosos como Pedro Maninindra, va con él. Tras varias victorias, los españoles y sus aliados canarios sufren una fuerte derrota en Saca y defendiendo la retirada de sus compañeros, entre ellos el propio Lugo, muere Juan Delgado. El agradecimiento de Alonso de Lugo, a su regreso a Tenerife, es digno de no ser olvidado por nosotros como perfecto ejemplo de la “nobleza e hidalguía española” y todas esas zarandajas que un sistema educativo castrador y alienante nos imprime como ciertos y propios. Alonso Fernández de Lugo, el “glorioso” conquistador, se apresuró a vender como esclavos a la mujer y los hijos de Juan Delgado y se incautó de sus tierras y bienes “por falta de herederos”. Luego, cuando años más tarde se hace un Juicio de Residencia al de Lugo por sus desmanes y sale a relucir, entre otras muchas felonías y barbaridades, este caso, el descargo que el cínico Lugo aduce en su defensa fue que “como la mujer era guanche, bastante había tenido Juan Delgado disfrutándola mientras vivió”. Centenares de veces en este Juicio de Residencia aduce Lugo como defensa de su abyecto comportamiento el hecho de que sus víctimas “eran guanches”. Efectivamente, para los españoles era una razón suficiente que bastaba para justificarlos.

Otra muestra que puede revelarnos las enormes presiones que ejerce el Conquistador para la aculturación del pueblo colonizado y los buenos resultados que esa presión logra nos la dan los poderes notariales. Como ejemplo, el que conceden en 1515 al guanche Andrés de Güimar los también guanches Diego Díaz, Fernán Pérez, Alonso González, Miguel de Güimar, Alonso Bonilla, Fernando Baute, Juan Alonso, Bastián Ortega, Miguel Alfonso, Pedro Trujillo, Juan de las Casas, Pedro Llerena, Fernando y Fernán de Tegueste, Francisco de Adeje, Diego de Armas, Juan Osorio, Alonso Guzmán, Antonio Herrera y Pedro Azate “en su nombre y en el de todos sus parientes y amigos, tanto libres como esclavos, en paradero conocido o desconocido” para pleitear ante la reina (entonces Juana “La loca”) a su favor para conseguir la liberación de los guanches esclavos siendo de bandos de paces y cristianos, para conseguir portar cuchillos, cosa que las Ordenanzas les prohibían y para seguir causa criminal contra los bachilleres españoles Nuño Núñez y Diego Riquel, que declaraba a los guanches  como herejes y cismáticos. En este solo documento, conservado en el Archivo histórico Provincial de S/C de Tenerife, se ve el obligado grado de adaptación del guanche a las nuevas circunstancias dando apoderamientos notariales para pleitear ante la corona, la enorme diferencia con el colonizador, la carencia de derechos y de seguridad jurídica, el intento de criminalizarlos por “herejes y cismáticos” y el avance del proceso de aculturación en que la sustitución de la propia cultura por la del invasor llega hasta la adopción de nombres y apellidos desde la propia generación que sufre la conquista.

Se necesita por el guanche probar que se es cristiano hasta tal punto que esa necesidad entró en las normas cotidianas de vida y se ha trasladado hasta nuestros días. Se recibía –y se recibe- a cualquier desconocido  con el consabido “buenos días, cristiano” o “buenas tardes cristiano” o advertencias como “cristiano, tenga cuidado con ese escalón”. Con eso, antaño, se quería significar que ambos interlocutores, el que habla y a quién se dirige, eran cristianos viejos y no guanches cismáticos o herejes pues no podemos olvidar que las ordenanzas vigentes penaban con la pérdida de la mitad de su ganado y con cien azotes a quién diera de comer a un guanche perseguido o alzado.

Más incluso que la superioridad técnica y material –científica, podemos decir-  que posee el español conquistador sobre el canario aborigen es, a todas luces, la opresión que la colonización ejerce sobre el pueblo conquistado la responsable fundamental de nuestra aculturación y de la actual situación cultural canaria. Los sucesivos inmigrantes europeos que vinieron como mano de obra de oficios diversos o como campesinos o pescadores –en principio sobre todo portugueses del Algarve y moriscos y judíos huidos de una Andalucía que había dejado de ser Al Ándalus- que se mezclaron con la población aborigen, así como los esclavos bereberes y guineanos que se iban alhorrando , dando origen al canario actual no hacen variar gran cosa el  abismo que separa a la elite hegemónica española acriollada de las clases populares, sino que más bien lo acrecienta. Así entendemos que el juicio moral que el historiador canario pero furibundo españolista A. Rumeu de Armas  emite sobre el Adelantado Alonso de Lugo cuando afirma que “no es posible olvidar que la población actual de Tenerife, mestiza en su mayor parte, desciende de las que fueron sus víctimas” (A. Rumeu. “La Conquista de Tenerife”) extiende, aún sin pretenderlo, ese fenómeno de la opresión colonial hasta nosotros, los que descendemos de esas víctimas. Esa brutal aculturación forzada no fue solo un episodio reducido al entorno temporal de la conquista e inicial colonización. No debemos olvidar, por ejemplo, que hasta el XIX persistía en las ordenanzas de la marina de guerra española prohibición expresa de oficiales que fueran descendientes de moriscos o de esclavos guanches y que igual prohibición subsistió hasta Fernando VII para poder estudiar en Colegios Mayores españoles.

Autores de opinión
Facebook