CRÓNICA PERIODÍSTICA DE UN VIAJE A LA GOMERA

En abril de 1908 empezaba yo a trabajar como redactor del  Diario Republicano Autonomista “El Progreso”,periódico con ya más de 3 años de vida que dirige, excelentemente,  Santiago García Cruz. El día 6, al volver del gran mitin republicano de La Laguna que presidió Patricio Estévanez y en que intervino Benito Pérez Armas, Felipe Ravina, Ramón Gil Roldán, Policarpo Niebla, el abogado Arroyo, Diego Crosa “Crosita” y nuestro redactor jefe y presidente de la Juventud Republicana Tinerfeña, Leoncio Rodríguez, me acerque a dar la enhorabuena a Leoncio por su valiente arenga sobre la bandera  que izó la Juventud Republicana. Leoncio, tras agradecer mis frases de apoyo, sonriendo,  me dijo: ¿Quieres apuntarte a un viaje a La Gomera para finales de mes? Nuestro periódico está invitado por el alcalde, D. Leoncio Bento, y por el representante de los Srs. Wolfson y Hamilton, D. Manuel Casañas, para asistir -junto a los periodistas de “La Opinión”-  a la inauguración del Pescante de Agulo. Vamos a ir Santiago, “Crosita”, Félix Molowny, Luis Roger, yo y tu si te apuntas. Por “La Opinión” seguro que va su director, Policarpo Niebla, amigo mío y muy amigo además de Ángel Carrillo.

Ni que decir tiene que me apunté. Así, con todos los citados y con la Banda Municipal de La Laguna, que dirigía Fernando Rodríguez –al que los laguneros llamaban “Don Fernando el de la música”- también invitados al belingo del Pescante que sería el mismo día que la fiesta de San Marcos, el patrón de Agulo estábamos, desde la 8 de la tarde del día 23, todos en el muelle de Santa Cruz embarcando en el vapor “Taoro”, capitaneado por el grancanario Roque Pérez. Era un barco de cabotaje para transporte de fruta pero con buen acomodo para el pasaje que, para la casa Fyffes, se había construido en Inglaterra hacía solo un par de años. Entre periodistas, músicos y resto de invitados, íbamos unas 80 personas que armábamos  bastante jarana, hasta que los bandazos, al pasar la Punta de la Rasca, nos mandaron a todos a las literas. Muy de mañanita, nuestro director Santiago, que no era la primera vez que hacía el viaje, nos levantó para que admiráramos el paisaje que se divisaba y que nos fue identificando. Desde la banda de babor, pasada ya Puntallana y su Ermita, Los Montones y Punta Majona, se nos ofreció la espléndida naturaleza salvaje de La Gomera, cortada a pico sobre el mar con toda la gama de colores desde el canelo al gris de los basaltos, pasando por los encarnados deslucidos de la tosca volcánica, y coronada de un verde oscuro entre los barrancos de Juel y Taguluche, mientras que, por estribor, el gigante Echeyde se alzaba sobre una capa de blancas nubes que lo separaban de una costa que, sin asomar el sol, veíamos de un difuso color azul. Nos quedamos absortos cuando, tras pasar el Palmar de Ajen, la Playa de La Caleta y la Punta Gabiña, estallaron de pronto los verdes esmeralda, oliva y muchos otros tonos verdes indefinibles para un profano como yo, serpenteados de plateadas cascadas de agua y sembrados por las blancas casas dispersas de los barrios de Hermigua adormecidas entre palmeras. Poco más tarde, asentada sobre su plataforma y respaldada en un imponente farallón desde el que se derramaban dos cantarinas cascadas de agua que terminaban entre plataneras, se nos aparecieron las agrupadas casas de Agulo, para mi uno de los pueblos más bellos de esa hermosa isla que es Gomera.

Frente al Pescante, aún sin estrenar,  el Taoro echo el ancla y lanzó sus sonoros pitidos de saludos, correspondiéndonos desde el pescante –que más bien es un muelle de madera sobre sólidos prismas- una buena cantidad de personas que nos esperaban. Al llegar a tierra nos recibieron el alcalde, D. Leoncio Bento, su hermano Ramón, Rosendo Carrillo –que disculpó la ausencia de su hermano Ángel por una leve indisposición- el autor del proyecto de obra, Enrique Bayoll, y muchas más personas que no conocía. Mesa puesta y magnífico desayuno fue lo primero que tuvimos al llegar a Agulo. De allí, un paseo a lo largo de un pedazo de playa hasta coger una tortuosa subida de vueltas y revueltas para remontar hasta la Plaza que presidía una ruinosa iglesia. A los periodistas nos alojaron, cómodamente, en la casa de D. Leoncio y a la Banda Municipal de La Laguna en la de su hermano Rosendo. Teníamos previsto inaugurar el pescante al día siguiente por la tarde, tras la procesión de San Marcos, por lo que, por la mañana, antes de la inauguración tendríamos la oportunidad de acercarnos a Hermigua y conocer ese hermoso Valle.

Como me quedaba el día libre me llegué a la iglesia, frente a nuestro alojamiento en la plaza. La verdad es que entré con miedo de que se me cayera encima porque se veía la techumbre agrietada, las tejas desalineadas y las paredes fuera de plomo. Tanto así que, más tarde, me confirmaron que el consistorio había dispuesto, hacía ya tiempo, la clausura del templo mientras el gobierno de España no enviara fondos para su arreglo o hasta que los que se estaban recaudando entre los esquilmados vecinos pudieran hacer frente al arreglo. Tras salir del templo que, a pesar de su evidente peligro, se seguía usando, como para dar la razón a los que creen en los milagros, me dediqué a pasear por el pueblo, darle palique a los parroquianos –escasos-  y tomarme unos vinos gomeros en las ventas del pueblo que, junto a mercaderías variadas, despachan a los clientes los vinos de la zona con algún armadero de queso, jareas asadas o sardinas saladas. Estuve también hablando con algunos concejales como Juan García Cabrera, Toribio Melián y Nicolás Montesino Trujillo en un negocio que tiene un primo del Sr. Montesinos.

De esa forma vine a enterarme de cómo el cacique Leoncio Bento había dotado al pueblo de agua corriente gratuita en cada casa, aunque pagando 25 duros para costear la instalación, cantidad nada despreciable si entendemos que un peón de plataneras ganaba, como mucho, medio duro al día y las mujeres en el campo una peseta o una peseta un real acarreando bultos al embarcadero y es que el Sr. Bento no da, en lo que atañe a las pesetas, puntada sin hilo. También supe que las frutas que producía el pueblo, gestionadas mayoritariamente por la casa Fyffes, se embarcaban al principio por el pescante de Vallehermoso. No el de madera que se llevó la mar, sino uno que construyó luego el ingeniero Rodrigo Vallabriga que, además de madera, llevaba cemento, cal, piedra y hierro. Lo malo es que el cacique de Vallehermoso, Domingo García González, un indiano forrado de centenes, era el dueño del pescante y solo se embarcaba la fruta que él permitiera. Por eso se empezó a usar el precario embarcadero del Peñón de Hermigua, propiedad del cacique leonista Ciro Fragoso. Los dos caciques tenían sus diferencias políticas serias porque el de Hermigua era de los acanariados del Partido Liberal Canario de Fernando León y Castillo mientras que los de Agulo estaban más cerca de los Liberal Conservadores tinerfeños, sobre todo tras el pacto entre los conservadores datistas y los liberales albistas y los inicios del Partido Republicano en la isla. La realidad política canaria es que los caciques de las islas capitalinas controlan en gran medida a los del resto de islas y los gomeros estaban entre las dos tendencias, pero se repartían sus zonas de influencia. Se toleraban bien hasta que, a principios de 1907, Ciro Fragoso puso lo que llamó un “cordón sanitario” para aislar a Agulo que, de esa forma, no podía embarcar su fruta por El Peñón. El pretexto fue que en el puertito de Piedra Rosa en Agulo, donde ahora está el pescante, fondeó y descargó con sus lanchas personas y mercancías, el barco “Carmen” que venía de la capital de la provincia, Santa Cruz, donde se había declarado la peste bubónica. Ciro Fragoso aprovechó para cerrar los caminos para, supuestamente, evitar el posible contagio y desató, de esa forma, la lucha entre caciques por el control de la economía gomera. Eso decidió a los hermanos Bento y los Carrillo a formar la sociedad “El Patriotismo” con el apoyo de Enrique Wolfson para, con un costo de 30.000 pts. y en un año, construir el pescante de Piedra Rosa que ahora inaugurábamos.

Como el acto iba a ser por la tarde, desde muy temprano, todos los compañeros de “El Progreso”, a lomos de sendas caballerías –entre pencos, rucios, mulos y otros jamelgos, salvo el caballo de Molowny que le salió correntón- tomamos el camino de la cercana Hermigua. Empezamos la visita por la casa del ilustrado indiano –creo que masón- D. Francisco Trujillo Grasso que había vendido en Cuba su hacienda en Jicotea, por Ciego de Ávila, para invertir en terrenos en La Gomera, a lo que le ayudó su primo Domingo Trujillo que ya poseía bastantes por este Valle y por Alajeró. Eliminó las tuneras al entender que la cochinilla ya no meritaba la pena y plantó papas de semilla inglesa como la  “Up to Date” y la “King Edward” que el pueblo llama “utodate” y “chinegua”, cuyas cosechas se cargaban en sacos de a quintal hasta la Villa a hombros. Viendo  las compras que hacían los ingleses de tomates en Tenerife y sus precios, dejó la papa y se pasó a su cultivo, a pesar de que sus medianeros le decían que el tomate daba“churriquera y aguaba la sangre”. También los tomates se llevaban a la Villa para exportarlos a Londres en cajas de un quintal, dando cada cargador dos viajes y, en los días largos, hasta tres, para ganar medio duro, aunque siempre los cargadores, a la vuelta, traían mercancías para los comercios y era un sueldito aparte. Eran más baratos que alquilar bestias y sus arrieros en El Estanquillo. Además del tomate el Sr. Trujillo Grasso había sembrado también el plátano de una nueva variedad, distinta del oriental y del plátano macho anterior, la llamada Cavendish enana que los ingleses habían traído a Tenerife y que daba piñas de más de 160 plátanos y de mejor sabor.

La acogida de D. Francisco fue exquisita y hubiéramos estado con él todo el día si no tuviéramos pendiente la inauguración. Nos contó los proyectos en pleno desarrollo que los mantenía enfrentados al cacique Ciro Fragoso. Con D. Emilio Calzadilla y D. José Mª Fragoso habían reunido a muchos interesados en Santa Catalina para formar la sociedad “La Unión” y construir un moderno pescante por El Peñón controlado por la sociedad y fuera de las garras de Ciro Fragoso. El proyecto está ya en marcha con D. Fernando Brito y Eliseo Plasencia de directores provisionales emitiendo acciones populares a 100 pesetas.

Nos contó también Don Francisco que dentro de unos días, para el Día de la Cruz, han convocado en el salón de D. José Ascanio en el convento una reunión, a la que esperan que acudan más de cien personas, para fundar el Partido Republicano Gomero para lo que contaba con D. Emilio Calzadilla, Nicasio León, Fernando Ascanio, Vicente Bencomo y muchos más. Se han repartido papeles por el pueblo convocándola y sabe que el cacique Ciro Fragoso ha pedido a la Villa que viniera la Guardia Civil porque dice temer disturbios. Al hablar de la Guardia Civil y tras declararnos que ya en Cuba había visto lo que daban de si los reyes, nos contó la anécdota de Ramón Darias, conocido como Ramón “Manisero” que, en la Plaza del Convento pegó a dar gritos de “Me cago en el Rey de España” y diciendo “Viva la República de Cuba” “Viva Estrada Palma”. Al día siguiente vino la Guardia Civil de la Villa y se lo llevó detenido. Volvió al Valle a los pocos días pero mansito y molido de la tollina que recibió. D. Francisco decía: “Será burro este tío. A D. Tomás Estrada Palma hace ya dos años que el gobernador gringo William Taft lo echó de la presidencia cubana y está recluido por Oriente esperando morirse de viejo en cualquier momento”. En verdad que la gente decía, sin pruebas, que “El Manisero” se había ido para Cuba en octubre de 1897 cuando metieron presos a Antonio Cordero, a Domingo Montesino y a su sobrino Isaías Montesino tras el atentado a tiros de escopeta al cacique Ciro Fragoso en la Cruz de Tierno y dejarlo medio muerto porque estaba complicado con ellos.

Ya de vuelta en Agulo, en una tarde brillante y luminosa, la inauguración fue un éxito. Procesión de San Marcos por todo el pueblo con la banda tocando detrás del Santo. Misa en la iglesia, llena de gente, y yo rezando para que no se nos cayera encima en ese momento. Por la tarde, todo el mundo al pescante, voladores por el camino, la Banda de La Laguna tocando un vals tras otro y por fuera del pescante, en el puerto, cuatro vapores fruteros de Wolfson y Hamilton, empavesados, hacían sonar sus bocinas a todo trapo. Había tal gentío que nos costó llegar a los salones destinados a almacenar la fruta para el embarque. Miles de personas enronquecieron gritando vivas cuando, a la orden del cacique Bento, la Banda lagunera toca la Marcha Real y una traca de voladores atronó todo el puerto mientras el rollizo cura del pueblo, con alba, estola y tocado de bonete, sacudía su hisopo en el pescante impartiendo a diestro y siniestro su bendición. Algún viejo hasta lloraba.

Entramos luego al salón de los frutos todos los invitados. Largas mesas sostenían toda clase de dulces gomeros, desde tortas de cuajada empapadas en miel de palma, alfajores, morones, mantecados, rosquetes de huevo, roscos de Vichy…y una buena selección de vinos, licores, cervezas y refrescos de limón. Tras hacer los honores al ayanto empezaron, entreverados con interpretaciones musicales de la banda lagunera, las palabras y loas a los Bento y sus socios con el discurso de D. Francisco Ascanio, secretario del Ayuntamiento y Maestro de escuela que, tras los elogios de rigor a los promotores del pescante, terminó dándonos las gracias a nosotros, los periodistas, por estar allí. Contestó a esto Policarpo Niebla de “La Opinión” que animaba a que otros pueblos imitaran la labor de Agulo en pro del progreso y, luego, por Luis Roger de nuestro periódico que, tras dar las gracias a los vecinos por sus atenciones con nosotros y felicitarlos por la empresa, los alentó a combatir el caciquismo, sobre todo al divisionismo leonista que gobernaba en Hermigua, y darlo todo por la gloria de esta bendita tierra gomera y canaria. Crosita, con su siempre alabada inspiración, remató su vibrante alocución con un poema suyo dedicado a Agulo y su pescante. Interesante para mí fue ver como se le dio luego la palabra a un cacique menor de Hermigua, Nicasio León, que, como los Ascanio, por lo visto no estaban en las filas de Ciro Fragoso. Lo hizo con un largo, malo y farragoso poema, nombrando los logros del cacique Bento desde el agua y el teléfono al pescante. Siguió otro poema de parecida factura del vecino Cesar Casanova Casanova y remató de nuevo, resumiendo el acto, el secretario Sr. Ascanio. Desde el salón del pescante hasta el pueblo era toda una cinta de colores de las ropas de la cantidad de hombre y mujeres que abarrotaban el camino.

Por la noche, nada más caer el sol, en el Casino Círculo de Amistad de Agulo, gran baile. Esta vez no fue la Banda de La Laguna aunque su director y algunos músicos si estaban presentes. Era como un baile de taifas, con guitarras, bandurrias, violín y un acordeón que llenaba el salón con sus alegres sones que hizo danzar hasta la media noche a toda una alegre juventud de animados jóvenes y bellas señoritas, acompañadas de sus mayores, todos de lo más granado y elegido de la sociedad de Agulo.

A la mañana del 26, con la compaña de los principales del pueblo y muchos vecinos relevantes, bajamos hasta el pescante y una lancha nos llevó a todos hasta el Taoro para regresar a Tenerife.

Con los tres sonoros bocinazos del Taoro y con la emoción de ver los pañuelos amigos que se agitaban en su despedida dejamos atrás a La Gomera, llevándonos en el corazón un imborrable recuerdo.

Fray Gerundio. Cronista de “El Progreso”

NOTA: Al pie de las cuartillas, escrito a mano con excelente letra, figura el siguiente texto: “Lamentablemente he de decir que Leoncio Rodríguez prefirió otra crónica de ese viaje que firmó mi compañero Luis Roger y esta  no se ha publicado. La guardo como recuerdo del viaje”

Yo he encontrado esta crónica entre viejos papeles. No sé quién fue “Fray Gerundio” pero en “El Progreso” de inicios del pasado siglo XX figuran muchas otras con su firma. La publico como retrato de una época y unos personajes que ya son historia.

Francisco Javier González

Gomera. Noviembre 2018