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Bruno Perera

La edad científica de la Tierra, contraria a la que confirman judíos y judeo-cristianos

Activista Social

Bruno Perera | 30 de octubre de 2013

 

Datos tomados de la Nueva Guía de la Ciencia. Escrita por el difunto científico Isaac Asimov. Última edición en español, año 1993.

Hace años se intentó calcular la edad de la Tierra, basándose en principios uniformistas. Por ejemplo, si se conoce la cantidad de sedimentos depositados cada año por la acción de las aguas (hoy se estima que es de unos 30 cm. cada 880 años), puede calcularse la edad de un extracto de roca sedimentaria a partir de su espesor. Pronto resultó evidente que este planteamiento no permitía determinar la edad de la Tierra con la exactitud necesaria, ya que los datos que pudieran obtenerse de las acumulaciones de los extractos de roca quedaban falseados a causa de los procesos de la erosión, disgregación, cataclismos y otras fuerzas de la naturaleza. Pese a ello, esta evidencia fragmentaria revelaba que la Tierra debía tener, por lo menos, unos 500 millones de años.

Otro procedimiento para medir la edad de nuestro planeta consistió en valorar la acumulación de sal en los océanos, método que sugirió el astrónomo inglés Emund Halley, en el 1715. Los ríos vierten constantemente sal en el mar, y como quiera que la evaporación libera sólo agua, cada vez es mayor la concentración de sal. Suponiendo que el océano fuera en sus comienzos de agua dulce, el tiempo necesario para que los ríos vertieran en él su contenido en sal  (de más de un 3%) serían unos  mil millones de años.

Este enorme período de tiempo concordaba con el supuesto por los biólogos, quienes durante la última mitad del siglo XIX intentaron seguir el curso del lento desarrollo de los organismos vivos.

Desde los seres unicelulares hasta los animales superiores más complejos, se necesitaron largos períodos de tiempo para que se produjera el desarrollo, y unos mil millones de años parecían ser un lapso suficiente.

Sin embargo, hacia mediados del siglo XIX, consideraciones de índole astronómica complicaron de pronto las cosas. Por ejemplo, el principio de la conservación de la energía planteaba un interesante problema en lo referente al Sol, astro que había venido emitiendo en el curso de la historia registrada hasta el momento colosales cantidades de energía. Si la Tierra era tan antigua, ¿de dónde había procedido toda esta energía? No podía haber venido de las fuentes usuales, familiares a la humanidad. Si el Sol se había originado como un conglomerado sólido de carbón incandescente en una atmósfera de oxígeno, a la velocidad que venía emitiendo la energía se habría reducido a cenizas en el curso de unos dos mil quinientos años.

El físico alemán Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz, uno de los primeros en enunciar la Ley de la Conservación de la Energía, se mostró particularmente interesado en el problema del Sol. En el 1854 señaló que, si el Sol se fuera contrayendo, su masa experimentaría un incremento de energía al acercarse hacia el centro de gravedad, del mismo modo que aumenta la energía de una piedra cuando cae. Esta energía se transformaría en radiación. Helmholtz calculó que una concentración del Sol de sólo la diezmilésima parte de su radio proporcionaría la energía emitida durante dos mil años.

El físico británico William Thomson (futuro Lord Kelvin) prosiguió con sus estudios sobre el tema y sobre toda esta base, y llegó a la conclusión de que la Tierra no tendría más de 50 millones de años, pues a la velocidad con la que el Sol había emitido su energía, debería haberse contraído partiendo de un tamaño gigantesco, inicialmente tan grande como la órbita que describe la Tierra en torno a él. Esto significaba, por supuesto, que Venus debía ser más joven que la Tierra; y Mercurio aún más.

Lord Kelvin consideró que si la Tierra, en sus orígenes, había sido una masa fundida, el tiempo necesario para enfriarse hasta su temperatura actual sería de unos 20 millones de años, período que correspondía a la edad de nuestro planeta.

Hacia el 1890 la batalla parecía entablada. Los físicos habían demostrado, al parecer de forma concluyente, que la Tierra no podía haber sido sólida más que durante unos pocos millones de años; en tanto que los geólogos y biólogos demostraban, de forma también concluyente, que tenía que haber sido sólida por lo menos durante unos mil millones de años.

Luego surgió algo nuevo y totalmente inesperado, que destrozó la hipótesis de los físicos. En el 1896 el descubrimiento de la radiactividad reveló claramente que el uranio y otras sustancias radiactivas habidas en la tierra liberaban grandes cantidades de energía, y que lo habían venido haciendo durante mucho tiempo. Este hallazgo invalidaba los cálculos de Kelvin, como señaló en el 1904 el físico británico de origen neozelandés Ernest Rutherford en una conferencia a la cual asistió el propio Kelvin, que se mostró en desacuerdo con dicha teoría.

Carece de objeto determinar cuánto tiempo necesitó la Tierra para enfriarse, si no se tiene en cuenta al mismo tiempo el hecho de que las sustancias radiactivas le aportan calor constantemente.  Al intervenir este nuevo factor, se había de considerar que la Tierra podría haber precisado miles de millones de años, en lugar de millones, para enfriarse a partir de la masa fundida hasta la temperatura actual; incluso era posible que la Tierra fuera aumentando su temperatura con el paso del tiempo.

La radiactividad aportó la prueba más concluyente de la edad de la Tierra, ya que permitió a los geólogos y geoquímicos calcular directamente la edad de las rocas, a partir de la cantidad de uranio y plomo que contenían. Gracias al cronómetro de la radiactividad, hoy sabemos que algunas rocas de la Tierra tienen aprox. tres mil millones de años, y hay muchas razones para creer que la antigüedad de la Tierra es aún mayor. En la actualidad, se acepta como muy probable una edad para nuestro planeta de 4.700.000.000 de años -cuatro mil setecientos millones de años-. Algunas de las rocas traídas desde la Luna por los astronautas americanos han resultado tener la misma edad.

 

(1).El Calendario Judío comienza el supuesto inicio del origen de la “Creación-Universo”, desde Génesis hacia adelante; y el Calendario Judeo-cristiano toma la misma referencia desde el nacimiento de Cristo, hacia atrás o hacia adelante. Entonces, si sumamos llegada de Abraham a Canaán (1974 Calendario Judío) + llegada de Abraham a Canaán (1870 Calendario Judeo-cristiano), nos da igual a 3.844 años hasta el Año Cero del nacimiento de Cristo. Y si a esta cantidad le añadimos los 2013 años d.C., que es la fecha en la cual estoy terminando de escribir este artículo, obtenemos que el total es 5.857 años, después de la supuesta Creación-Universo; es decir, que según los teólogos religiosos judíos y judeo-cristianos, la edad del Universo y la Tierra con su habido, es de 5.857 años. Pero contrariamente a las viejas teorías religiosas, y según físicos, astrónomos y otros científicos, la edad del Universo es de unos 15.000.000.000-17.000.000.000 de años, -quince mil o diecisiete mil millones de años-. Y la edad de la Tierra y su habido, es de unos 4.700.000.000 de años -cuatro mil setecientos millones de años-.

(2).Judíos son quienes creen y practican lo que se expone en los 39 libros del Antiguo Testamento. Y Judeo-cristianos, son los cristianos que creen y practican lo que se expone en los 39 libros del Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento, que componen la totalidad de la Biblia.

(3).Jesu-cristo fue un judío que modifico el judaísmo ortodoxo. Y su seguidor, el Apóstol Pablo, el mayor predicador de lo dicho por Jesús, fue un judeo-cristiano. (También el Papa Cabeza del Vaticano y supuesto Puente Religioso con el supuesto Dios, es judeo-cristiano).

(4). A los musulmanes se les puede considerar judeo-islámicos porque su religión deriva del judaísmo y del judeo-cristianismo; anno d.C

., 622.  Escapada de Mohameth y algunos de sus seguidores desde la ciudad Mecca a Yatrib= actual Medina.

(5).No confundirse. Cuando los americanos  de los EUA dicen ( un billón) se refieren a mil millones. Pero en casi toda Europa, un millón de millones es un billón (1.000.000.000.000): un uno y doce ceros; y en los E.U.A. mil millones es un billón (1.000.000.000): un uno y nueve ceros.

 

Bruno Perera. Articulista y Presidente de Control Marino Ecológico CME, organización no gubernamental.

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