Los ancianos del campo, debieran estar dando clase a jóvenes que reciban sus sabidurías, sus ciencias, sus artes, sus culturas; pero..., ¿cómo van a encontrar trabajo, si no saben hacer un surco, ni ordeñar una cabra? Y hay especialistas que se nos mueren, y enterrarán sus métodos, sus libros, sus saberes.
Tenemos una legislación medioambiental asesina, que mata y destruye el campo y al campesinado. El cabido tiene un ejercito represor, que tiene asombrado al personal cada menos del campo. El gobierno, no gobierna para el campo, sino en contra del campo, al que le da palos de muerte y destrucción: lleno de tabaibas, pinos, retamas, y nada de eso da trabajo, ni da comida.
O se marchan del campo, o se mueren de hambre teniendo el tesoro de la tierra y el mejor clima del mundo, pero de nada nos vale ni una ni la otra. El que se dedique al campo, es considerado un delincuente, y es vigilado las veinticuatro horas del día. Se marcha, o se muere de hambre. El campo, se queda sin hijos, sin nietos, solo hay padres, ancianos y abuelos, apegados al cachito de tierra, no más allá del patio de la casa donde tienen de todo (un ciruelero, una manzanera, un limonero, un naranjero, una almendrero, un olivo, una higuera, una col, unas hierbas aromáticas, la cabrita, etc., lo tienen todo, de todo, pero muy recortado, sin ir más allá de las pitas o cañas, sin llegar a las tuneras, ni a las zarzas, todo eso protegido.
Se podría crear muchos puestos de trabajo, pero no te lo permiten. El campo, se está quedando desierto. Todos los jóvenes se aventuran a correr riesgos extraños y foráneos; hacen las maletas y se van. Huyen de la muerte, del paro y del hambre. Ya se notan las consecuencias: ya casi no se puede caminar por la isla, las retamas tapan estanques, cuevas, caminos, fincas, cercados, cadenas, etc. Recuperar la vida y la economía boyante de siempre, hasta hace medio siglo, que el maldito turismo nos la destrozó, va a ser algo casi imposible, y no viable, mientras exista el no menos maldito miedo ambiente o medio ambiente. Todo tendría por empezar por arrancar los pinos, y sin embargo siguen en la reforestación de solo pinos, y más pinos.
¿Cómo no se van a ir del campo si los pinos lo copan todo, y han secado remanentes, fuentes, arroyos y barrancos, y ¡hasta alejan las nubes!? Hoy ya, no se puede desarrollar y trabajar en el campo. Y hay gente que le gustaría hacerlo, pero ni se atreven, porque les paran y multan, cortándoles pies y manos (figurativamente). Les dicen: “¡no se atreva!, ¿qué va a hacer?” No te dejan hacer nada de nada, absolutamente nada. Primero te dicen: no hagas nada; más después te preguntan –por curiosidad-, qué ibas a hacer.
Y sin querer irse, no les han quedado otro remedio que irse, porque otra cosa no saben hacer, sino atender la tierra y los animales. El que aún resiste, por poco más va a seguir, porque tarde o temprano, tendrá que coger las de Villa-Diego, irse. Es lo que pretenden o persiguen. Es a lo que esperan, que muriendo los viejos, el campo quede solo, vacío, sin nadie. Y lo van consiguiendo.
El campo ha sido derrotado; solo queda un residuo o resto insignificante. Los que se quedan, se quedan tristes, aburridos, deprimidos. Ya no se sonríen siquiera, están pesimistas, sin ilusión. No tienen a donde ir, y a sus edades, ¿a dónde van a ir? No así los jóvenes; se han marchado. Les recortan el campo de acción, y no pueden tocar nada, ni hacer nada. Todo está prohibido, para todo hay un no, de labios del ejército con gafas negras del miedo ambiente.
Sí señor, están echando del campo, a los que aún se resisten y siguen en él. Trabajar en el campo, es un riesgo muy alto.