El campo, debiera unirnos, a los que creemos es la solución para el drama del paro y del hambre. Debemos romper las barreras e impedimentos que impiden el volver al campo. Son muchas, y se suman cada día más, los parados, que si desapareciera el miedoambiente-seprona (cabildo), habría trabajo y comida, para tantas víctimas inocentes, a las que se las castiga con los dos males peores, que atenta contra sus derechos y su dignidad: la comida y el trabajo; ambos cerrados y prohibidos, porque protegido todo el campo, nada se puede cultivar, ni ningún animal cuidar. Se da el contrasentido de solo plantar reforestando con plantas y árboles estériles, que no dan, por tanto, comida. Y ello por parte de una administración distraída, un gobierno ciego, y un cabildo enemigo (endófobo). Así la cosa, los pobres, cada vez más -calidad- pobres y más -cantidad- pobres. Esta isla nuestra daría de comer y sobraría hasta para la exportación, si nos la dejaran trabajar; pero se han obsesionado y han cambiado el sector primario, que se lo han pasado al turismo, el mismo que ya no viene y le siguen haciendo camas y más hoteles. Hoy -y desde ya hace mucho- solo se demanda trabajo y comida, y ambas, están en el campo. La situación se agrava de día en día, pasa el tiempo, y no ponen remedio, con lo fácil que es, dejar trabajar y no multar por tener una cabra y plantar un saco de papas. De tal forma y manera, que si fuéramos muchos, los que creemos en el campo, como la solución a la crisis, y se dejen de ayuditas, que no solucionan el problema, sino que lo agrava y lo alarga, debemos enlazarnos o unirnos, en la defensa de esta simple tesis, porque es la que remedia el hambre en el mundo, y la única que da trabajo de sobra, y que redundando nuestras tesis y argumentos, llevarlos a la calle, a los medios, a los afectados, a los partidos políticos, etc., y así conseguir paliar y parar esta debacle en la que nos ha metido el cabildo desde hace ya más de medio siglo, potenciando turismo y vaciando el campo de agricultores y de ganaderos, los únicos que nos salvarían de esta calamitosa situación, ya que del campo proviene, deviene y viene todo lo que comemos, ya sea nuestro (que no), o de fuera (que sí). Tenemos que defender el cultivo y el pastoreo, y en ello el derecho de ejercer y practicar la profesión de ganadero y agricultor, que tenemos tierras, que se las devora la tabaiba, sin que ésta tenga ningún bien ni propiedad positiva alguna, que se sepa, y está superprotegidísima, multando severa y cruelmente, al que rompa un gajo de ella, con haber varios billones de ejemplares, que colonizan cada vez más el terreno, volviéndolo desértico y envenenándolo con su leche maligna y perjudicial. Solo dos gotas de su leche en la comida de un perro, lo mata al instante; y deja tres días ciego -si un soslaye de su leche invisible y mezclada con el sudor- te llega a los ojos. Ya no es ni para ponerse rico, ni para vender, sino para sobrevivir, la vuelta al campo, de donde se marchó la gente porque el cabildo los echaba, para plantar pinos donde el ganado pastaba y sembraban trigo. Ello, desde comienzos del año 1950 de siglo pasado, y aun no se ha cansado de dichas acciones, y siguen en las mismas (robando más terreno, e inutilizándolo con continuas e imparables reforestaciones de ese maligno árbol cuya madera se la comen los gusanos, y ni en el mismo corazón de Tamadaba (área recreativa), donde las mesas y bancos de sus maderas (de pino) antes, se han sustituido por otros de cemento y piedra, porque la resina mancha y destroza toda ropa que sobre ella se siente, y toda vez que la madera (que no tea), se pudre y se caía a cachos, se quedaban los trozos de maderas en los bancos y mesas, los han cambiado. Prueba bien clara, que del pino, ni agua, pues con ellos desapareció el correr el agua de año en año por los barrancos, y ha desaparecido remanentes, arroyos, fuentes, rompiendo estanques, presas y aljibes. Es decir, como la dichosa tabaiba, éste, el pino, sin ningún efecto positivo, y sin ningún bien que se sepa, salvo para arder, y aún en ello, con una humacera asfixiante, y su sombra inaguantable por el calor que desprende, y ello sin contar los pinchos de sus agujas. Todo esto y más, habría que denunciar. Una situación alarmante y de demencia administrativa que no frena esa política absurda y equivocada de solo plantar basura y que no alimente, para una población en la que aumenta el hambre y el paro, teniendo donde trabajar y de donde comer. Da la impresión, que el campesino es un ilegal, y cual inmigrante, vive con miedo, sin seguro, y acosado (peor os inmigrantes de verdad), pero ser inmigrante siendo de la isla y del campo, en su propio campo, es algo insólito y único en el mundo. El campesino, vive encerrado en sus propias casas, sin poder salir a sus propias tierras, por miedo al miedoambiente y al seprona (o lo que es lo mismo: al cabildo), porque haga lo que haga, por todo y por nada, lo multan de forma cruel y abusiva. Y como si el campesino fuera un ilegal, lo echan de su propia tierra, o lo encierran en la cárcel de su propio domicilio, sin dejarlo pisar su terreno, protegido y clasificado. Y la tierra, está llamando para que se la trabaje, para darnos comida (el trabajo, ya va implícito). Ya es hora nos manifestemos en grupo, y gritemos estos argumentos y consignas. Hay que luchar contra esta lacra de política que cierra el campo y castiga al campesino. No hay que proteger la basura, hay que proteger los derechos de os hombres, que están por delante y por encima a los de la tabaiba u otras basuras semejantes, que nos llenan de hambre y muerte (muchos se han suicidado por este estado de cosas, pero no permiten decirlo [que se han suicidado], para evitar el contagio), pero andan vivos, como muertos o muertos vivientes. Se ha excluido al campesino del desarrollo según uso y costumbre, y se le ha maniatado, y con cepos en sus pies, nada puede hacer sino morir de rabia como los capirotes. Se pisotean los derechos tradicionales del campesino, al que no se le permite sacar de la tierra y de los animales su alimento y su trabajo. Para todo esto y más, pido la unión, que nos enlacemos, para hacer oír fuerte nuestra voz, y no morir de inanición.
El Padre Báez.