En las últimas décadas, el Archipiélago Canario ha estado envuelto en las brumas de un espejismo llamado "turismo". Un espejismo que ha sido el responsable, con la connivencia de las autoridades políticas, de la desaparición (mejor, destrucción) de los tradicionales sectores económicos de las islas. Y que a su vez ha causado un desvío de capitales muy importante, desde las islas hacia el exterior...
Durante siglos (incluso antes de la Conquista), las Islas Canarias estuvieron sostenidas por tres pilares económicos: la agricultura, la ganadería y la pesca. Estos sectores, no sólo bastaban para mantener a la creciente población, sino que también se exportaban sus productos (papas, cebollas, tomates, pescados, subproductos, cochinilla y un largo etcétera) hasta los más lejanos rincones del planeta. Hasta que en la década de los 60, los especuladores internacionales comenzaron a ver en el Archipiélago un terreno abonado para sus lucrativos negocios. Fue así como se gestó la creación de un sector que acabaría destruyendo a los demás: el turismo.
Primero comenzaron a especular con los terrenos "libres" de las islas. Luego empezó la compra de voluntades (hoy cohecho) de los políticos y funcionarios responsables de conceder las oportunas licencias a los promotores turísticos. Finalmente se produjo la construcción "salvaje" de todos los rincones con aliciente turístico: hoteles, complejos de apartamentos, piscinas, privatización de playas, discotecas, etc... Eso sí, creando el espejismo a la población de que todo ello iba a redundar en grandes beneficios y "muchos puestos de trabajo".
Y el espejismo se mantuvo durante mucho tiempo. Durante décadas. Y nadie se percató durante ese lapso de tiempo, que las cuentas no cuadraban. Primero se fueron abandonando los campos de cultivo: la Comunidad Económica Europea empezó a poner trabas a los productos agrícolas canarios, lo que a su vez redundó en que el Gobierno de España primero, y el Autonómico después, comenzaran a reducir las subvenciones a la agricultura. Los campesinos comenzaron a aburrirse y a abandonar sus tierras. Pero no importaba, ¡el turismo era suficiente para sobrevivir!
Luego fue el turno del sector pesquero: tras el golpe mortal que significó la pérdida del Banco Canario-Sahariano, los diferentes Ejecutivos españoles comenzaron a reducir las ayudas a los armadores. Hasta que al final se optó por pagar "por barco desguazado". Era el aldabonazo a un pilar (junto al conservero) que dio de comer a miles de familias canarias... Pero no importaba, ¡el turismo era suficiente para sobrevivir!
Con la ganadería fue peor. No se podían "desguazar" miles de cabezas de ganado caprino y ovino. Simplemente se ponían pegas a la venta de leches y quesos. Y tan sólo Fuerteventura ha podido subsistir gracias al tesón de sus ganaderos y al apoyo de las instituciones locales. Pero no importaba, ¡el turismo era suficiente para sobrevivir!
Pero llegó la crisis, ¡bendita crisis!, que ha demostrado que el espejismo es mayor de lo que se creía: la mayor parte de los complejos hoteleros y extrahoteleros no son canarios (ni siquiera españoles), por lo que pagan los impuestos fuera de las islas; la mayor parte del personal que trabaja en dichos complejos, es foráneo, por lo que los puestos de trabajo no son mayormente para canarios; el turismo que viene a las islas (a través de touroperadores), lo hace con el "todo incluido", es decir que pagan el 80% de sus gastos en sus países de origen; los beneficios de los complejos hoteleros no se reinvierten en las islas, puesto que muchos de los propietarios no son de aquí; y luego las autoridades políticas pregonan a bombo y platillo que "aumenta la llegada de turismo a las islas". ¡Qué poca vergüenza!
En definitiva, que nuestras islas han pasado de la opulencia económica, a ser remolque de una falacia que ha enriquecido a especuladores con la complicidad de una clase política corrupta. Una clase política que todavía se jacta de unas cifras que en nada reflejan la realidad, y que utilizan para promocionar su gobierno en unas islas cada vez más empobrecidas por su desidia.
AURELIANO MONTERO GONZÁLEZ