El ocio constructivo
EL TRANSISTOR DEL FACEBOOK Estas reflexiones fueron publicadas en Canarias 7, el 5 de enero de 1983. Lo reproduzco porque creo que no ha perdido actualidad, y estoy convencido que con pensamientos rebosantes de buena voluntad se puede conseguir un mundo mejor, carente de egoísmos sin sentido.
Lo que suele llamarse ociosidad, y que no consiste
en no hacer nada, sino en hacer muchas de las cosas
que no resultan aceptadas en los formularios dogmá-
ticos de la clase dominante, tiene tanto derecho a afian-
zar su propia posición como la laboriosidad.
Robert Louis Stevenson.
Como la generación de los revolucionarios
puros , nosotros tenemos un destino que crear.
Alvin Toffler.
Desde que el hombre se da cuenta de que está constituido como instrumento capacitado para pensar, se erige en protagonista primordial de la vida y crea, con el nacimiento de su lucidez, los senderos antagónicos de las clases dominantes y las clases oprimidas, y así, la bella poesía de Arthur C. Clarke de la alborada de la humanidad queda sólo como un destello feliz de poder supremo sobre las otras especies porque las ideas no se difunden hacia un bienestar común, sino que se difieren en forma de conductas que incita la lucha de esas clases. A una parte de la humanidad – curiosamente siempre minoritaria y que debe alentar a la reflexión- no le basta su don de pensamiento para condicionar la existencia de las otras especies y busca en los otros seres de su imagen y semejanza el abono preciso para hegemónicas aberraciones sociales.
Pero los pensamientos inquietos no se doblegan y dentro de la sociedad surge la disciplina idealista. Platón inicia la larga marcha de la utopía, y otros hombres, que pueden quedar identificados, dentro del propósito de este trabajo, en los símbolos de Tomás Moro, van desarrollando la existencia de la aparente quimera que nos va conduciendo hacia una sociedad más equilibrada, más justa, más humanizada. La revolución francesa es un hito histórico que derrumba al feudalismo, y la preponderancia de la burguesía va difuminando su hegemonía en la dramática modificación de la vista que nos trae la era industrial. Y hablo de dramatismo, cuando debería ser todo lo contrario, porque el proceso liberador resulta largo y penoso. A los lados del camino, el martirologio del socialismo va dejando muestras señeras de la abnegación.
Es sugerente la observación que se hace de que el avance de la tecnología imprime su misma rapidez al cambio de modelo de sociedad. Claro que esto es consecuencia contraria a la causa que lo produce, pero es así y resulta de obvia demostración. El devenir del tiempo hasta mediados del siglo pasado va condicionando a la sociedad hacia la transición deseada, pero de manera pausada. Pero la era industrial, en un siglo escaso, nos introduce en una forma de vivir que tiene como exponente máximo un propósito liberador. La clase trabajadora reivindica su derecho al disfrute de la ociosidad, y el hecho histórico de Chicago, que señala la pauta de los tres ochos –ocho horas para el trabajo, ocho horas para el ocio, ocho horas para el descanso- es un comienzo que incita a una contribución social donde la ociosidad toma parte.
La disciplina del idealismo sigue observando que tiene que defender el tiempo del ocio porque está perfectamente imbuida de que no es una concesión que se hace, sino un derecho inalienable. Así, Robert Louis Stevenson, a finales del siglo pasado, se atreve a hacer la apología de los ociosos, y, más tarde, H.C.Wells, preconiza por una sociedad donde el disfrute del bienestar no quede para la redención de los menesterosos en el más allá. Es curiosa la idea de Wells, expuesta hace cincuenta años, y su vigencia toma signos sorprendentes idealizando una convivencia dentro de conceptos equitativos, lo que de ninguna manera resulta utópico, llega a auspiciar para el hombre una contribución laboral honesta de veinte años, lo que daría el disfrute de un derecho vitalicio al ocio constructivo. Es ésta, en parte, la misma concepción de la sociedad que la de los grupos israelitas cooperativistas, aunque con más amplitud de miras que la de éstos, que sólo la conciben para los de su casta. Y como Stevenson, Wells y otros idealistas, Aldous Huxley nos demuestra la gracia de cómo puede ser un mundo feliz aquí y ahora.
Evidentemente, la tecnología avanza a pasos agigantados y esto no debe swer motivo de sorpresa. Es lo que se esperaba. Pero lo que sí debe sorprender es la actitud irresponsable de una sociedad incapaz de organizarse para una vida que va a ser necesariamente equitativa y donde el tiempo disponible va a permitir el disfrute del ocio. Entendiéndose este ocio como responsable y constructivo dentro de un proceso de formación del individuo que permita recibir la nueva era, no como un comienzo vegetativo hacia el ocaso de la vida, sino como una esperanza de participación en una convivencia igualitaria y alegre. Un ocio constructivo que debe ser bien recibido aunque sea por la posibilidad que ofrece al hombre de darle tiempo para pensar.