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Bienaventurados los pobres de espíritu...

| 05 de octubre de 2012

   EL TRANSISTOR   Ayer fue un día a festejar como consecuencia de lo que estábamos viendo.

 

 EL TRANSISTOR

 

Ayer fue un día a festejar como consecuencia de lo que estábamos viendo. El rey, el príncipe, el primer ejecutivo y los presidentes de las comunidades autónomas preparaban una reunión, eso sí, con reserva absoluta de información, y en sus caras se notaba la felicidad que a muchos llegó a sorprender no se sabe por qué, ya que las veintipico caras demostraban la felicidad acorde con los tiempos que vivimos. Aquello era una demostración de futuro celestial, al menos eso me parecía ya que vino a mi memoria la frase bíblica “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos”. Me hizo pensar lo desagradecidos que somos, pues hasta ese momento la transmisión televisiva que estaban haciendo era una demostración clara de que estaban recordándonos que la pobreza, a parte la miseria, es un bien natural que debemos agradecer, y el pecado de la envidia no nos debe dominar cuando apreciamos la felicidad que produce el dinero en la gente rica. Están gozando del pecado del capitalismo, y no debemos considerar a mal esa felicidad que nosotros rechazamos, pues deberíamos mostrarnos satisfechos de la pobreza de espíritu que nos embarga ya que nos llevará directamente al reino de los cielos.

 

Dado el secretismo con que se llevó el acto, robándonos la posibilidad a nuestro pensamiento de una apreciación directa sobre la perorata establecida, no tenemos por qué pensar que lo hicieran con mala intención, más bien imaginar que sería para evitarnos la posibilidad de padecer el pecado capital de la envidia, y así podemos sacar la conclusión, viendo las caras de los participantes a la entrada de la reunión, que hemos de agradecer su cortesía. Nuestra pobreza espiritual llevando la felicidad por montera debemos encomiar que nos haya hecho gozar de la miseria que sufrimos. Gracias pues a la complicidad reflejada por todos esos miserables del capitalismo que no nos podrán hurtar la bienaventuranza bíblica, nunca mejor correspondida en el caso que padece nuestro pueblo, y que nos permitirá incluso interceder ante San Pedro para que no seamos molestados exigiéndonos nuestro documento de identidad y nuestra declaración de hacienda cuando lleguemos al cielo. Así, podremos disfrutar del reino celestial y, dado lo ganado con tanto sacrificio, no dudemos de que ese será el premio al gozar de la vida eterna.

 

En mi caso particular no pierdo ni un ápice de lisonja que pueda alterar la felicidad completa de que gozo, y como mi pretensión es perdonar al capitalismo por la delicadeza que ha tenido con nosotros en darnos motivos conducentes a ganar la miseria en vida, lo que nos ha concedido la espiritualidad precisa para ganar el reino de los cielos, aseguro a nuestros lectores que una vez en el cielo lucharé para que la divina providencia perdone a tanto miserable para que terminen compartiendo el cielo con nosotros. Si lo consigo me daré por satisfecho, y aconsejaré a mis contertulios miserables a que brindemos en paz y con la mejor intención saboreando el buchito de café con el que estoy en conversación gozosa. ¡Qué felicidad tan grandiosa conseguir de esta manera el entendimiento que en nuestro espacio vital no habíamos conseguido entre la fuerza del trabajo y la fuerza del capital! Ese ha sido el sufrimiento consuetudinario de la vida; debemos reconocer que no haberlo conseguido es el único error que ha tenido Carlos Marx, lo que no quiere decir que merezca castigo, sino todo lo contrario, sí merecedor de la felicidad divina, y estoy seguro de que la ha conseguido porque quien ha podido concederle tan merecido premio es nada más y nada menos que Padre Dios, que, como sabemos, es omnipotente y único capacitado para reconocer los merecimientos de la humanidad, sin equivocarse.

 

¡Loor a nuestra miseria, loor a los bienaventurados que acuden a los contenedores para aprovechar las raspas de los ricos, loor al poder que se me ha facilitado para interceder ante la jerga divina para que los ricos puedan participar con nosotros de la felicidad eterna y eso sí, llevarles al convencimiento de que de la forma en que están procediendo en la vida terrenal, están saboreando puras cagarrutas!

 

Estas reflexiones acompañadas del saboreo del buchito de café me han sabido a gloria. Gloria que comparto. ¡Sonrisas!

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