El “Desmodus rotundus”, también conocido como vampiro de Azara, es un murciélago de la subfamilia de los desmodontinos, y es en la actualidad la única especie del género Desmodus.
Habita desde México hasta el norte de Chile, su pelaje es corto, brillante y áspero, de color castaño parduzco y a veces anaranjado. Presenta diversas adaptaciones morfológicas debidas a su alimentación; hocico aplastado, dientes especializados y capacidad de desplazamiento apoyándose sobre el antebrazo con las alas replegadas. La longitud del cuerpo alcanza nueve centímetros, la del antebrazo seis y carece de cola. Pesa entre veinte y cuarenta gramos y se alimenta exclusivamente de sangre.
Ataca al ganado y a ungulados salvajes, pero muy raramente al hombre y nunca a los perros que al parecer presienten su presencia.
Su dentadura está compuesta de veinticuatro piezas, con dos incisivos muy afilados, que le sirven para abrir superficialmente la piel de su fuente de alimento ya que se limita a lamer la herida para extraer la sangre que no deja de manar debido a que su saliva posee un anticoagulante.
La escasa cantidad de sangre consumida rara vez daña al animal afectado, aunque suelen acudir cada noche a atacar a la misma víctima ya que si pasa dos noches sin alimentarse peligra.
Un ejemplar en cautividad puede llegar a tomar cerca de veintiséis litros de sangre al año. Su mayor peligro se encuentra en que puede transmitir la rabia.
Uno de los primeros en relatar sus experiencias con los murciélagos hematófagos fue Gonzalo Fernández de Oviedo en su Sumario de la Natural Historia de las Indias de 1526.
Algunos investigadores creen que el virus COVID-19 saltó de los murciélagos a los humanos porque al caer la tarde abandona una cueva en Tailandia por millones y en ese momento los aldeanos se llevan sus excrementos.
Ello proporciona al templo budista Khao Chong Phran grandes ingresos y suministra fertilizantes de alta calidad a los agricultores. Llevan haciendo durante décadas y aseguran que nunca han tenido problemas de salud, pero los murciélagos son grandes reservorios de coronavirus a los que son inmunes. Sin embargo, al saltar de a los humanos provocan graves enfermedades como ya ocurrió con el SARS en 2002 y ha vuelto a ocurrir con el COVID-19.
Las investigaciones apuntan a que la pandemia actual se originó por el contacto estrecho de humanos bien con murciélagos o bien con un animal intermedio que habría actuado de transmisor.
En algunas partes de África y Asia se consume carne de murciélago lo que representa un riesgo tanto para quien manipula un cadáver repleto de fluidos, como para quien lo consume.
El ébola, el virus Hendra, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), la leptospirosis, la salmonelosis y la histoplasmosis suelen estar transmitidas por murciélagos, pero es poco probable que las contagien directamente. En zonas geográficas donde abunda la rabia un cinco por ciento son portadores del virus.
La draculina es uno de los principales anticoagulantes contenidos en la saliva de los murciélagos vampiro ya que contiene dos tipos de compuestos químicos que le permiten una alimentación adecuada: por un lado, los anticoagulantes mantienen la sangre fluyendo para que pueda seguir alimentándose y por otro, los anestésicos que adormecen al animal.
La “draculina” es uno de los principales anticoagulantes contenidos en su saliva, y muchos científicos opinan que posee aplicaciones terapéuticas para el tratamiento de apoplejías y ataques cardíacos. El desmoteplase, un fármaco que se obtiene de una proteína hallada en esa saliva puede ayudar a disolver coágulos cerebrales.
Afamados científicos visitan con frecuencia Papallacta, una pequeña localidad ecuatoriana situada a unos y tres mil metros de altura en la cordillera andina y en la que abundan los ancianos capaces de trabajar hasta edades muy avanzadas. Lo achacan a que en alguna ocasión fueron atacados por los “desmodus rotundus” abundantes en la zona, pero que al no haberles contagiado la rabia les trasmitieron sus propiedades terapéuticas.
Curiosamente muchos son alérgicos al ajo, lo que aprovechó Bram Stoker a la hora de escribir su novela “Drácula” pese a que en Transilvania nunca hubieran existido ese tipo de murciélagos.
Como la situación es muy seria, quiero dejar constancia, bajo mi responsabilidad, que en 1969 uno de esos murciélagos me mordió cerca de Papallacta y que desde entonces jamás he estado enfermo.
Tal vez los científicos encuentren por ese camino una solución al problema.
Puede que esté haciendo el ridículo, pero cuando están muriendo tantos inocentes más vale hacer el ridículo que guardar silencio.
AVF.
Nota para los lectores. Este artículo ha sido donado por Alberto Vázquez Figueroa a Bruno Perera como cortesía y regalo por sus tantos artículos que ha escrito y publicado relacionados con la pandemia del coronavirus 19.