“Las palabras también enferman”
“Las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos…”
(Julio Cortázar)
A largo plazo, una excesiva confianza en los efectos de “palabras y principios convivenciales comunitarios básicos”, produce una erosión, un desgarro importante en la pureza etimológica de sus propósitos. Ese desgaste los coloca en una tibieza social preocupante al aniquilar con fiereza su legitimidad cívica.
Han sido traicionados por su mal uso premeditado y su introducción en contextos inapropiados. Su repetición excesiva ha contribuido significativamente a mermar su sentido original. En muchas ocasiones, esta ausencia de pudor en su uso malintencionado se asocia con planteamientos que generan desconfianza y rechazo en los ciudadanos.
Actualmente, estos “conceptos elementales” padecen una profunda una crisis de identidad semántica. Pesa el cansancio en la reiteración. Se dejan caer en tinieblas de retóricas que alteran y vician su sentido más profundo.
Esta perversión se evidencia especialmente entre modernos sofistas mediáticos (grandes conocedores del potencial propagandístico de las redes sociales), gremio que ha sabido como ningún otro adaptarlas a discursos insulsos para hablarnos de su interesada interpretación sobre cuestiones tales como la libertad, la igualdad o la justicia social. Definitivamente, son los que más han aportado al hartazgo general de estos “términos hermosos”. Su desprecio sin freno ha conseguido afearlas, arrástralas a un silencioso vacío, a una sombría inquietud desde sus adentros. Transitan en el desvelo de la sospecha permanente. Adoctrinan desde la lejanía sin titubeos, sin aportar profundidad en los argumentos, sin desglosar unas estadísticas a la carta, sin previsión de los efectos secundarios.
Este eco perpetuo de apropiación indebida de términos como “empatía”, “proactividad”, “sinergia”, “sostenibilidad”, “diversidad”, “tolerancia, “solidaridad”, “comunidad”, etc., alimenta un implacable proceso de degeneración ante los ciudadanos, que, poco a poco, se van haciendo inmunes a su esencia y fortaleza nativa. Prevalece la duda ante tanta ambigüedad recurrente.
En el avance del proceso se desvanecen las raíces ideológicas desde la cual nacieron estos “conceptos”, se obvian los sacrificios previos a su existencia, se confunden entre un mar de guerras económicas, sociales y políticas ajenas a las realidades del día a día. Todo se vuelve inestable, mientras las líneas rojas de principios innegociables hasta ahora se tornan grises.
Se ensalza el compromiso cívico, pero nos inculcan la cultura de la desafección, de la desconfianza hacia el otro. Sobrevivimos al caos, a la improvisación de una burocracia insensible, a la brusquedad de la soledad que acompaña postulados de cambio.
El “Camino del Puño” se aplica con especial vehemencia a los más vulnerables, a pesar del refugio moralista que plantean discursos rellenos de palabras bonitas. Sin piedad siguen pidiendo un esfuerzo extra al que ya no puede más.
Las palabras bonitas se tiñen de mentiras en manos de voceros expertos en enardecer los ánimos, incitar a revoluciones depredadoras de conceptos, de principios sagrados.
Nos debemos al empeño de evitar la distorsión interesada, las adhesiones de falsedad que las debilitan.
Agustín Enrique García Acosta