Manuel Castro leyó el Pregón de las Fiestas de Mala
26 de septiembre de 2014 (14:23 h.)
Con la lectura del Pregón, a cargo de Manuel Castro, dieron comienzo las Fiestas de las Mercedes 2014, en el norteño pueblo de Mala.
PREGÓN A CARGO DE MANUEL CASTRO
"Buenas noches a todos. Y en especial, un saludo muy cordial a las Autoridades aquí presentes, y a todos los vecinos de éste mi querido Pueblo de Mala.
Por supuesto, agradezco la invitación que me ha hecho la Directiva de la Sociedad “El Renacimiento” de Mala, para que sea el Pregonero en las Fiestas de Las Mercedes 2014. Un pregón cargado de vivencias de una época que forma parte de la “historia olvidada” de nuestro pueblo, y de nuestra isla.
- Y comienzo recordando con nostalgia las Fiestas de las Mercedes de antaño, cuando yo aún era un niño. En casa se preparaba la leña para echar al horno, y luego poníamos la masa para hacer el pan. La mitad de ese pan la hacíamos bizcocho y la guardábamos en un cajón, donde duraba varios meses… Luego aprovechábamos el mismo fuego para asar pescados con mojo. Y traíamos uvas moscateles que habíamos dejado guardadas después de la vendimia. A veces venían los vecinos con sus pescados y compartíamos el horno… Son recuerdos difíciles de olvidar.
- Mi padre y yo salíamos algunas mañanas muy temprano, con la camella cargada de barricas, para buscar agua en un pozo que estaba en la Playa de Arrieta. Era tanta la necesidad de agua, que los vecinos de los pueblos cercanos acudían al lugar, por lo que se formaba una cola para poder recoger el líquido elemento. Mis hermanos eran pequeños y no podían ir… Y en una de esas ocasiones, veníamos de vuelta por la carretera cuando apareció un coche, y la camella se asustó y echó a correr con las barricas y las rompió. La encontramos días después, ahorcada, en los riscos de Piedra Alta, en la costa de Guatiza.
- Por lo general, todos los días nos levantábamos muy temprano para cortar el tabaco, que ya estaba amoroso. Y luego cogíamos el que ya estaba cortado del día anterior, lo cargábamos en un burro y lo traíamos a casa. Siempre con el tiempo justo para ir a la escuela, a las 9 de la mañana. Sin estudiar nada. Pero el maestro, Don José Placeres, ya sabía lo que había. Yo tenía 8 años por esa época… Luego por las tardes íbamos a coger hierba para las cabras. Tras acabar la faena, volvíamos a casa para preparar la comida del burro y el camello. Y luego pelábamos a mano el palote quitándole las hojas.
- En invierno, cuando las lluvias eran muy fuertes solía correr el barranco. Entonces mi hermano Santiago y yo íbamos por la noche con el farol de vela para vigilar que no se vaciaran las gavias. Y es que cualquier agujero podía provocar que se perdiera el agua, por lo que nosotros debíamos estar de guardia y avisar a nuestro padre si eso ocurría. Hacía mucho frío, y nosotros nos resguardábamos de la lluvia con un saco de papas vacío, aunque íbamos descalzos… Era tanto el frío, que nos daban un poco de vino para soportarlo.
- Durante el tiempo de labranza, nos levantábamos muy temprano y desayunábamos una rala de vino, agua y gofio. Y luego marchábamos a la Montaña de la Triguera, con el burro y el camello. El camello siempre iba cargado con la azada, el arado, el escardillo, la canga, la silla, la reja, la soga y la comida. Y nosotros subíamos a pie el Lomo Cumplido, calzados con “soletas” (hechas de rueda de camión, y forradas de trapo)… La primera parada la hacíamos en Las Orillas, en una cueva donde los viejos “echaban una cachimba de tabaco”, esperando que aclarase el día. Luego reemprendíamos la marcha hasta La Triguera. Y como era el tiempo de los higos, aprovechábamos para acercarnos a las higueras, y los cogíamos al tiento porque no se veía nada. A esa hora teníamos mucha hambre… A continuación preparábamos el camello para arar, mientras otros se dedicaban a arrancar hierba. Y así hasta el mediodía, en que nuestros mayores hacían un fuego para asar las jareas. La comida eran higos pasados, gofio y jareas asadas. Luego volvíamos a la faena… Por la tarde, cuando se empezaba a poner el sol, cargábamos otra vez los animales y emprendíamos la vuelta a casa. Y una vez allí, les dábamos de comer. Nos acostábamos ya tarde.
- En determinadas épocas del año, llegaban barcos de La Graciosa a “calar” con el chinchorro en la Playa del Lajero. Y los pescadores llamaban a los vecinos de Mala, para que ayudaran a “jalar” a tierra la soga que sujetaba las redes. Es curioso, porque mientras muchos tirábamos, otros se echaban a dormir desde muy temprano por los efectos del cansancio… Eso sí, cuando aparecía algún pescado enredado en las mallas, esos “dormilones” se despertaban para cogerlos. Es más, cuando los pescadores de La Graciosa hacían el reparto, los mismos “dormilones” se apuntaban con sus cestas para cargarlas… Lo cierto es que estas labores eran recompensadas en aquellas épocas de miseria, y muchos vecinos de Mala iban con sus burros para traer el pescado. Así acabábamos bien entrada la madrugada.
- Recuerdo que un velero que navegaba por la costa de Mala, por culpa del mal tiempo encalló en la Baja de la Hondura. Y todos los vecinos de Mala bajaron a recoger todos los trozos aprovechables de una embarcación que se iba destrozando poco a poco. Y nosotros, los chicos pequeños, que éramos los más atrevidos, nos metimos en todas las cuevas para coger todos los trozos de hierro, bisagras y demás restos… Aquel día veníamos cargados de cuerdas y bisagras, cuando aparecieron los chicos mayores y nos avisaron que “venía la Guardia Civil”. Y nos dijeron que si nos pillaban, nos iban a pegar... Tan asustados estábamos, que tiramos todo lo que llevábamos. ¡Nos engañaron! Porque al final, esos muchachos mayores se aprovecharon de todo lo que tanto nos había costado recoger.
- El Correíllo de Las Palmas fue el legendario barco que traía mercancía y pasajeros a Lanzarote, a través del Puerto del Arrecife. Pero cuando había Viento del Sur, la embarcación tenía que desplazarse a la zona más baja de la costa de Mala. O sea, al lugar conocido como la Piedra del Canto… Allí bajaban los pasajeros en una lancha, y luego caminaban por entre las piedras hasta llegar a los caminos de Mala. Donde los esperaban algunos coches para recogerlos.
- Todos los veranos, los chicos del pueblo íbamos a bañarnos al Charco Pasito, y aprovechábamos para limpiarlo y quitar las piedras del fondo. No en vano éste fue el lugar en el que casi todos aprendimos a nadar… Pues íbamos con unas barras de hierro para apalancar las piedras del fondo, y con sogas las sacábamos para luego tirarlas al mar… Allí estaba yo, Manuel Castro, junto con Alejandro Placeres, Sergio Pérez, Bernardino Pérez, Patricio Tavío, Román Betancort, Antonio Clavijo, Beneraldo Placeres, Antonio Berriel, Remigio Espino… Y algunos más que en este momento no recuerdo, y a los que pido que disculpen si no los he citado.
- Durante la época de la recogida del millo, los mayores lo amontonaban en las gavias. Y en las noches de luna llena, nuestros padres iban a “descamisar” las piñas. Así estábamos hasta media noche, en que nos echábamos a dormir sobre el “palote”, con una manta y el perro al lado por si venía alguien extraño… Toda la noche escuchábamos a los grillos y a los ratones comiendo. Y por la mañana temprano regresábamos a nuestras casas caminando.
- Cuando tenía 6 ó 7 años, recuerdo que pasaba las tardes de verano jugando al boliche, al teje y a la soga. Y también a la Tángana, que consistía en unos cacharros de leche condensada sobre los que colocábamos perras chicas encima, y les tirábamos piedras desde unos 3 metros de distancia… Por las noches, íbamos a escuchar el transistor de Nemesio Berriel. La única radio que había en el pueblo. Allí iban todos los mayores con sus hijos, a oír las noticias de España y del Mundo.
- Los domingos por la tarde, los adultos iban a la casa de Paco Betancort a jugar a la Lotería. Jugaban juntos los hombres y las mujeres. Y la esposa del anfitrión aprovechaba para vender chucherías a los más pequeños: chupachups, pastillas, etc. Y nosotros, con la perra gorda que nos daban nuestros padres, las comprábamos.
- Recuerdo que durante mi infancia, todos los vecinos del pueblo tenían cabras. Y cada mañana, la señorita Nieves González gritaba con voz fuerte desde su casa: “las cabras”. Esa era la señal: una hora después, todas las cabras estaban reunidas en el Llano de Ambrosio Robayna. Y la citada señorita (hoy señora) las llevaba por el Camino de la Iglesia, en cuya trasera ya esperaba el pastor, Rafael Bertancort, que ya había recogido las cabras de Mala Arriba. Y así todas juntas eran llevadas a pastar al campo.
- En aquella época había escasez de agua, y no todos los vecinos de Mala tenían aljibe. Por eso muchos cogían sus garrafones y se dirigían a un aljibe en Mala Abajo, que todos conocían como “el aljibe del ayuntamiento”. Y a mí me encargaron contabilizar las garrafas que se llevaba la gente a la casa… Luego yo le llevaba la lista de las garrafas a Pedro Placeres, que era el controlador y cobrador del agua. Y éste a su vez informaba al Ayuntamiento de Haría.
- En aquellos tiempos, los más chicos nos entreteníamos haciendo cometas de papel de vaso, pegado con harina. Les añadíamos dos cachos de caña y unos metros de hilo de bala, y las hacíamos con una cola de trapo. Y luego competíamos a ver cuál volaba más alto.
- En las largas tardes de verano, nuestros mayores solían reunirse en el Molino de Manuel Betancort, que en aquella época molía gofio. Allí pasaban las horas hablando sobre las novedades ocurridas en el pueblo.
- En una ocasión, mi hermano y yo fuimos a picar palote con una máquina que tenía la familia de mi madre. Con tan mala suerte que mi hermano Santiago se trilló los dedos… La cura en aquella época era petróleo y una tira de trapo.
- Y durante la época de la vendimia subíamos dos veces al día el Lomo Cumplido, y llevábamos el camello con el Cerón. Siempre iban varias personas: unos para cortar y otros para cargar el camello con las uvas. Y una vez de vuelta en casa, las mujeres las descargaban a mano y las colocaban en el lagar. Y al día siguiente las pisábamos, cayendo el mosto en la tanqueta… Debo recordar que previamente, las barricas habían sido llevadas al mar, donde se las lavaban y desinfectaban varias veces, durante una semana. Luego se llevaban a casa, donde se les echaba agua dulce; después agua caliente; y más tarde hinojo para darle olor. Por último, se vaciaba el agua, y se desinfectaban con una mecha untada de azufre.
Finalmente, agradezco a todos ustedes su presencia, y espero que este pequeño trozo de historia olvidada sirva para que nuestros jóvenes".